Eran las 4:43 p.m del 2 de diciembre de 2019; ya tenias que partir, fue la ultima vez que te vi teniéndote de cerca.
Ya sabía que este día llegaría, lo supe desde que te conocí, pero no quise darme cuenta, quería alargar el tiempo como si fuera una goma de mascar y ¡vaya que si lo hice!, pero terminé sintiéndome muy mal, hasta conmigo misma.
Llegamos al mes de noviembre, mes Nº24 para ti, todos te estaban esperando, aunque tu querías quedarte unas 6 semanas más, eso no fue posible, y como dices «los tiempos de Dios son perfectos»; así que voy a creer lo mismo, y sé que fue perfecto el conocerte.
Solo faltan 17 días, esa fue la publicación de tu madre en sus redes sociales; ahí recién me di cuenta que yo no podía retenerte, no podía hacer nada, pero me quedé con el esfuerzo que hice por verte siempre y todas las lágrimas que guarde.
Me dijiste, «te veo el 2 a las 4 p.m, mi vuelo sale a las 5:30 p.m, pero debo estar una hora antes ahí» ,»te llamaré el domingo en la noche, llamaré a tu familia también…»; yo solo atiné a preguntarte: ¿qué se siente?, aludiendo a tu partida, pero respondiste «frió», mientras cogías tus brazos dándote un abrazo a ti mismo; en verdad esa noche corría mucho viento pero no era la respuesta que yo esperaba, deseaba que abrieras tu corazón; eso seria muy triste ¿no?, bueno; cuando no puedas llorar, sonríe; eso también lo aprendí de ti.
Lloré tanto desde que me lo dijiste; no podía creer que era 2 de diciembre, era un lunes y debía de ir a la universidad; fui por la mañana y desde que llegué solo quería salir, ya quería verte. No podía mentirle a mi mejor amiga, lloré demasiado por la mañana, ella solo podía abrazarme, nadie podía hacer algo, ella sabía que no me iba a quedar en clases por la tarde, así que siendo la 1 p.m, yo salí de la universidad hacia mi casa.
Quería verme bonita, sacaría la última foto contigo así que debía estar bella; primero fui al salón de belleza antes de ir a casa. Llegando almorzé y luego me alisté, ni salía hacia el aeropuerto y ya estaba temblando.
Estábamos tan conectados que sin querer mi blusa combinaba con tu corbata, eran del mismo color. Yo estaba esperando un carro, no sabía porque demoraban tanto, el subir al taxi y el llegar hasta allá se me hizo eterno; pero solo estaba a segundos de entrar y cruzar las rejas de bienvenida hacia ese lugar.
Caminé unos veinte pasos y ya te ví, cuando yo entraba al aeropuerto, tú también llegabas, te traía una camioneta color gris, bajaste con tus maletas, sonreíste al verme, creo por tu mente paso ¡llegaste!, tu mirada y tu rostro me dijo que deseabas que yo estuviese ahí.
Caminé lo más rápido para estrechar tu mano, más chicos bajaron de la camioneta, me preguntaste si había logrado escaparme un momento de la universidad, y pues la respuesta era evidente, así que me dijiste que te esperara mientras ibas a la fila para acercarte a la recepcionista y dejar tu maletas.
No podía dejar de verte, ni podía respirar, mi corazón latía tan rápido que no me daba cuenta de más, era inexplicable la tristeza que sentía y que aún faltaba por sentir; solo recordaba lo que había significado mi vida desde aquel agosto de 2018 en que te conocí, cuantas travesías que había pasado por ti, lo feliz que era, que fui y que soy. Recordaba el mensaje que envié para que nunca salieras de mi vida, cuantos caminos en que nos hemos visto, en los que yo misma construí, solo para tenerte conmigo, tanto esfuerzo para que no hubiera final y al final hubo.
Te veía desde unos metros de mi, el aeropuerto estaba lleno, mucha gente llegó, varios se iban, seguro habían más historias que contar ese día. Pero llegó tu turno, dejaste tus maletas y ya podíamos conversar; una plática, la última plática «personalmente».
¿Cómo estás?, supuse que debía responderte que estaba bien, no podía llorar, ni decirte todo lo que pensaba, sabías muy bien lo que no decía; te reclamé por que no me llamaste por la noche; me dijiste que no habías podido porque ya te habían retenido el celular. Solo amor salieron de tus labios, la gran promesa de amor y la promesa de tu regreso; fue un momento eterno que jamás lo voy a olvidar.
Ya estabas listo para partir; «no olvides que te amo», fue lo último que dije, y cruzaste la sala de embargue, y ya no te veía mas.
No sé como no me desmayé, me quedé sin aire, por poco no se me cayó el celular en donde grababa tu despedida; yo estaba tan adelante para verte de cerca; solo retrocedí, ya no tenia por quién estar en ese lugar, al final todos eran desconocidos, eran las 4:43 p.m, lo pude ver en aquel reloj grande del aeropuerto, lugar en donde juré no volver jamás, sin embargo no lloraba, me dijiste que no lo hiciera, no cuando ya no estabas, no cuando muchos lo notarían.
No sé como pude haberte hecho caso, estaba afuera, esperando que salga el avión, quería verte desde ahí. Salías de mi país a las 6:30 p.m, corría mucho viento, el sol se despedía del día, así como tú lo hacías conmigo, los árboles se movían mucho, dando mucho aire. Estaba llorando demasiado, sentía que una parte de mi corazón la estaban sacando y no sabía cuando la iba a volver a tener, lloraba aún más del verbo llorar, me sentía triste más de lo que significa sentir tristeza. Necesitaba un abrazo, tu abrazo, aquel que no pude darte, porque estaban tus autoridades ahí, y tu aún portabas tu fotochet de identificación. Debiste dejarme con tu abrazo y no solo con un apretón de manos y unas pocas fotos.
Nadie pudo calmarme, ese día fue hasta ahora el más triste de mi vida, no encontraré a nadie como tú. Creo que me enferme y no solo con dolor de garganta por llorar mucho en un lugar con mucho viento, me enferme del alma.
En 12 horas llegarías a tu destino, el cual deberías continuar, el cual era y siempre fue tu camino. Solo estuviste por amor por aquí, solo aceptaste venir por cumplir, para ti todo esto parecía tan normal, pero para mi era tan real, te agradezco por dejarte amar.
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