Desde hacía diez meses, el miércoles era el día de la semana preferido de Dani. En ese día él hacía su viaje extraplanetario. Sí, aunque tenía seis años ya era un experimentado cosmonauta. 

Así pues, tan pronto oyó el despertador de la habitación de sus padres, saltó de la cama y se fue directo a la ducha. 

Cuando, de la mano de sus padres, salieron de casa y se dirigieron al garaje en busca del coche familiar, la excitación hacía que el dañado corazón de Dani latiera desenfrenado dentro de su débil cuerpo.

En menos de quince minutos de trayecto, el trío familiar entraba en el gran edificio. A pesar de tratarse de un aséptico hospital, para Dani, era; La casa de la luna. Atravesaron el hall guiando sus pasos hasta el ascensor y entraron en el habitáculo. 
«Ahora empieza lo bueno» pensó el niño, soltando sus manos de las de sus padres. 

Efectivamente, las luces de la botonera marcaron su baile; iban cambiando de menor a mayor. El intervalo entre cada una de ellas se acompañaba de un latido del corazón de Dani. 

En la séptima planta el elevador paró, se abrieron sus puertas metálicas. Los padres del niño, se despidieron sin salir de la cabina. Dani, fue recibido por el equipo planetario que preparaba su viaje lunar y juntos observaron, tras cerrarse las puertas, el baile de luces que marcaba el descenso del ascensor que era impulsado al centro de la tierra.

Dani dejó que el equipo médico le colocara, en su tórax, un enjambre de cables y ventosas. Luego, le cubrieron la cabeza con un casco y lo introdujeron en  la lanzadera. El tubo fue deslizándose lentamente. 

Feliz, en su inocencia, Dani supo que empezaba su viaje al espacio sideral. 

La nave daba vueltas al rededor de la Tierra y él observaba, excitado, la infinidad de estrellas del cosmos. Dani, durante noventa minutos visitó el lado oculto de la luna. Fascinado, se dejó atrapar por su belleza y no quiso regresar. 

©María Teresa Marlasca _enero2023

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