Había una vez un niño llamado Panchito que no dejaba de tocar la flauta y comer manzanas frente a una planta nuclear, tocaba notas melancólicas. Su instrumento era su voz de protesta pues veía como la planta nuclear botaba sus desechos a diario a vista de todo el pueblo. Aquel pequeñín no tenía casa ni familia, durmiendo bajo puentes y casas abandonadas, escapando siempre del frío y sometiéndose a la oscuridad. Su único amigo era su fiel manzano, lo dejaba donde siempre y ahí se quedaba, tomaba de su fruto y lo comía mientras observaba la humareda que los reactores nucleares generaban mientras expoliaban al cielo su color celeste natural.
Las notas más alegres se tocaban cuando el reactor no ejercía su función y las notas tristes sonaban cuando era la hora del desecho nuclear. Panchito el niño, observaba como de un tubo salía ese líquido espeso, verde y brillante y se fundía con el fértil río. Panchito aprendió a las malas que ese líquido verde era malo, al perder a su amigo Coffee, un perro Cocker de color amarillo, con unas orejas largas que lo caracterizaban, lo quería mucho, pero su vida terminó el día en que decidió tomar el brebaje que ofrecía la planta nuclear. El niño flautista comprendió entonces que no debía acercarse a esas aguas. Nadie en las calles se oponía a la planta nuclear ni a sus desechos. La voz de protesta no se alzó ni aquí ni allá. Lo único que se oía a lo lejos del pueblo era Panchito y su flauta. El niño que se encontraba en el manzano tocando y comiendo manzanas. ¿Qué podía salir mal? Pasó el tiempo y no había novedades. Muchos pobladores pensaban que Panchito era un vago, pero no lo era, ya que un vago no hace nada teniendo que hacer, por el contrario, hacía lo mejor que sabía hacer, tocar la flauta, flauta que encontró tirada en la calle y que aprendió a tocar en ayuda de la madre naturaleza, los pájaros y los grillos eran sus tutores.
Pronto se hizo muy notoria la presencia de Panchito en el manzano que quedaba al lado del río, los pobladores se acercaban debido al dulce sonido de la flauta, naturalmente el flautista novato se convirtió en un experto y compuso músicas hermosas. La gente pasaba por ahí solo para escucharlo. Nadie entendía lo que aquel niño trataba de decir, era un niño que al criarse en la calle y no tener a alguien, permanecía analfabeta.
A la gente poco o nada le importó ver a su río mancillado y contaminado. Pero a Panchito le invadía la impotencia de que nadie le entendiese, lo único que hacía para calmarse era coger una manzana y morderla.
Eran tiempos antiguos y la ignorancia abundaba, además que los listillos de los gobernantes sabían aprovecharse de eso, usurpando las noticias que de verdad valían la pena, ¡asesinando al que sabía cómo mejorar la vida!, callando al que los descubría y trataba de exponerlos… Panchito era alguien insignificante para ellos como para mandarlo a matar. Es más… ni sabían de la existencia del niño flautista.
La primera cosecha del año del pueblo llegó y con el un acontecimiento muy extraordinario, la gente ignorante la llamó “milagro”
¡MILAGRO!
Llegó como siempre aquel niño a su manzano, miró arriba para ver cuál sería su merienda y también vio aquel “milagro”. Era una manzana del tamaño de su cabeza, con un brillo exorbitante. Ambas manos del niño no podían con tal fruta. La sonrisa inocente de Panchito se acabó cuando puso una cara de hambre y se disponía a morder la manzana. Era de un sabor muy exquisito, jamás antes había probado tal manjar. Pasaron los minutos y las horas, los sonidos de flauta que aquel flautista sacaba del viento iba de acorde con las celebraciones de los campesinos que veían sus tremendas lechugas y zapallos. ¡Milagro!
El crepúsculo iba ya a dar su ceremonia y Panchito seguía ahí recostado, mirando el sol que se escondía detrás de las montañas y observando también el río. Pensando en cómo podría hacer reflexionar a la gente y cambiar el mundo, él tenía una idea que pondría en práctica el día de mañana, una idea revolucionaria que haría que la vida en su pueblo mejorara. Tristemente Panchito no tuvo amanecer, fue como si fuera tan bueno como para seguir en la Tierra con los humanos, que la madre naturaleza se lo llevó. Después de varios años unos hombres vestidos con una túnica blanca, que decían se ser liquidadores radiactivos encontraron el cuerpo de un niño ya sin vida, hecha calavera y a su costado una flauta. No quedó nadie con vida en el pueblo, todos comieron lo que las raíces de sus hortalizas absorbieron. Panchito también.
Fin
OPINIONES Y COMENTARIOS