El sol caía sobre las frondosas copas de los árboles, calentando una enorme manta verde de follaje. Algunos animales le daban de comer a sus crías y en el río algunos ciervos tomaban agua para refrescarse. Desde la cima de la montaña más alta, el águila miraba cómo la zorra atrapaba algunos conejos y pensó que, si esta prosperaba, nacerían muchísimos zorritos y luego ella se quedaría sin alimento. Tenía que llegar a un acuerdo para no padecer hambre en el futuro.

Emprendió el vuelo, comenzó a planear en círculo, se tiró en picado y cuando ya estaba cerca de la orilla del lago, extendió las alas y descendió para aterrizar sobre la hierba. La zorra la miró sorprendida, pero guardó la calma. El águila le habló:

—Zorra, querida amiga, veo que te estás alimentando bien, gracias a la basta cantidad de liebres que atrapas cada día, hasta podría decir que se te ha mejorado el apetito.

—Buenas tardes, señora de los cielos, ¿qué tal estás? Mira, es verdad que se me ha mejorado el apetito, pero esta primavera a sido muy fértil. Las liebres superan a los ratones en número y eso nos permite darnos un buen festín diario.

—Sí, sí, lo entiendo, pero me gustaría que pactáramos para que tengamos alimento tú y yo

—Y ¿qué propones sabia amiga?

—Sabes que puedo vigilar desde la cumbre todos los movimientos de los roedores. Te puedo informar de los sitios en donde se esconden, tú podrías cazarlos sin dificultad y después nos los repartiríamos.

—De acuerdo querida amiga—dijo la zorra con una sonrisa, se despidió y se fue.

Ya lejos de la vigilancia del ave rapaz, se dirigió a la cueva del lobo para comentarle lo sucedido.

—Ha venido a verme el águila, Lobo.

—Ah, ¿sí? ¿y qué te ha dicho?

—Pues, quiere que le dé la mitad de las presas que atrape.

—¿Y qué te ofrece a cambio?

—A cambio, me ofrece darme la ubicación de las madrigueras.

—¿Y lo has aceptado?

—Sí, Lobo, no tenía ninguna alternativa, podría haberme comido allí mismo.

—Bien, vamos a ponerle una trampa, ya que ha mostrado su debilidad. Está claro que tiene miedo de que la dejemos sin comer. Por cierto, ¿has traído mi ración de hoy?

—Claro que sí, no puedo faltar a mi compromiso contigo.

Esa noche, el lobo se fue a poner cal en todas las guaridas de los ratones y topos. A la mañana siguiente los animalillos salieron corriendo hacia el lago para quitarse la molestia del polvo. El águila se sorprendió de lo que veía y esperó a que la zorra actuara, pero no sucedió nada. Intrigada desplegó las alas y se fue a mirar de cerca lo que sucedía. Cientos de roedores corrían sin cesar y nadie les salía al paso para cazarlos. Enfadada se fue en busca de la zorra.

Se introdujo en el bosque y siguió un angosto camino que la llevó a una casa donde estaba la zorra conversando con el lobo.

—¡Oye, tú, zorra! ¿Por qué no has cumplido con nuestro trato? ¿No habíamos quedado en que te encargarías de atrapar liebres para mí?

—Sí, querida señora, ese era el acuerdo—dijo la zorra dejando que se adelantara unos pasos el lobo—, pero resulta que antes que usted ya tenía yo un compromiso con él, así que si quiere hacer alguna reclamación aquí tiene a quien hacérsela.

El águila empezó a quejarse y hablar de los incumplimientos por parte de la zorra, pero no se dio cuenta de que estaba rodeada y sintió de pronto que la comenzaban a descuartizar, intentó volar, pero le fue imposible. En cuanto el ave quedó inerte, el lobo y la zorra se fueron a encender el carbón de la hoguera y se la comieron. Satisfechos se marcharon a descansar.

“Cerciórate de que, al cerrar un trato, te has informado de quién es tu socio y qué compromisos tiene, no vaya a ser que, en lugar de un colaborador, te anexiones a un enemigo”.

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