EL ENGAÑO (100 Euros a quien adivine cual es el engaño)
“Para engañar a los demás, tienes que engañarte a ti mismo, y para engañarte a ti mismo tienes que violar las normas de tu conciencia” ¿Cierto?
Amigo lector, ¿Te han engañado alguna vez?
No digas que no, porque a todos nos han engañado alguna vez en la vida, y no creo que seas tú el único en el mundo a quien no hayan engañado.
Hasta a Cristo lo engañaron.
¿Te gustaría que yo te engañara al escribir este relato?
Pues permíteme advertirte que te voy a engañar aunque no quieras; y al finalizarlo es muy posible o probable que no sepas dónde, cómo o cuando te engañé. Pero te voy a engañar. De hecho ya te estoy engañando.
Naturalmente, ya me he engañado a mí mismo primero; de lo contrario, no se cumpliría el axioma que inicia este texto.
Por lo dicho en el párrafo precedente tendrás que inferir que soy un infractor de mi conciencia. Yo iría mas lejos y me definiría como delincuente empedernido.
No obstante, seré benevolente y en el transcurso de este mismo relato te voy a dar una clave que te indique desde dónde te estaré engañando.
Lo comprobarás, porque serás
testigo y protagonista de lo que podría ser tu propio engaño, ante tus mismísimos ojos, uses espejuelos o no; ellos no harán la diferencia.
Te voy a convertir en mi agonía, que será tu agonía, no descansaré engañándote como no descansarás tú tratando de que no te engañe. Como tampoco descansó el personaje de Unamuno al leer las páginas de aquel augurero libro en el que se le advertía que al finalizar de leerlo moriría.
Hay técnicas específicas escritas en otros libros que no es éste, a los cuales llaman mercadológicos, donde se nos enseña de manera explícita, las diferentes vías, formas y maneras de engañar al consumidor; en este caso, al lector. ¿O no es eso precisamente, lo que también nos enseña la vida actual? ¿A engañar? de manera que si aprendemos bien la disciplina, seremos capaces de vendernos hasta el punto de poder convertirnos en la persona mas rica del mundo, engañando. Solo así se consigue esa meta. Y mientras más vil sea el engaño, mejor nos venderemos, y por consiguiente, mayores las utilidades. ¡Cosas de la vida!
Edward Bernays fue el artífice del engaño utilizando las relaciones públicas y la publicidad, por allá por los comienzos del Siglo pasado, realizando una ardua actividad que abarcó toda la centuria. Para ello utilizó las teorías psicoanalíticas de su tío Sigmund Freud, creador y máster del psicoanálisis. Su poder intelectual fue aprovechado por éste su sobrino, quien lo introdujo a los medios de comunicación, haciéndose a la vez multimillonario y muy influyente en toda Norteamérica, incluso en la política, donde con buena técnica propagandística propulsó el triunfo de candidatos a las elecciones. Fue asesor en relaciones públicas de casi todos los presidentes norteamericanos de esa época, así como de las grandes corporaciones privadas.
Con el paso de los años, estas técnicas han sido perfeccionadas al máximo, aplicadas a las nuevas tecnologías e insertadas a los modelos del capital megaempresarial; de manera y forma que casi todo lo que hacemos o consumimos es premeditado; calculado con precisión milimétrica. Somos autómatas; en realidad no hacemos lo que queremos, sino lo que ellos quieren que hagamos. De ahí surgió esta sociedad consumista-compulsiva de hoy.
Pero te aseguro que no estoy utilizando esas técnicas; no coñozco el Marketing en lo absoluto; de lo cual te darás cuenta al avanzar en esta lectura. Pero por ahora, confórmate con saber que desde ya te estoy engañando. ¿Qué dónde?… ah, esa es tu tarea, la mía es engañarte. Yo te digo el cuándo pero no el cómo.
Imagino que ahora estarás pensando: «¡Bah! este arrogante e imbécil pechudo se cree el muy todo lo todo.
¿Sabías que en una ocasión Charles Chaplin participó en un concurso en el cual seleccionaron al que más se pareció a él, y llegó tercero? Así de fácil se engaña a la gente.
Me pregunto, amigo lector, y al mismo tiempo te pregunto: ¿Cómo es que antes a alguien no se le ocurrió escribir un desafío como este?
Bueno… y creo tendré que contestarme, que porque no hay muchos tarados esquizofrénicos como yo. En el tercer párrafo te dije cómo es mi conciencia ¿OK?
Los niños también nos engañan, con esa su risa angelical que nos parte el corazón en dos. Nos chantajean. Pero hay otra forma indirecta con la que ellos nos engañan. Los publicistas, por ejemplo, hacen que nuestros hijos se pudran de ansiedad y llanto si no les compramos con urgencia ese producto tan artificialmente apetecible que muestra el televisor; pues rápidamente y todo blandenguecidos corremos a la tienda a pelarnos los bolsillos. Otra prueba irrefutable con la que imputar y convertir a Bernays en un inmundo justiciable, post mortem.
Pero vuelvo contigo amigo lector. La cosa no es con ellos no, que nos sigan engañando a todos, a ustedes y a mí. Yo, por mi parte, seguiré tratando de engañarte a ti solamente. Te tengo apretado del cuello y no te soltare hasta que expires el último sacro soplo de vida.
Tú, por tu parte, no descansarás. Así como no descansó Edgar Allan Poe cada vez que sufrió un ataque de Catalepsia, acompañado de aquel frío y tétrico temor a ser enterrado vivo.
O como tampoco descansó el joven Rafael en la Piel de Zapa, cuando intentó tirarse al río Sena.
Pensarás que es imposible dejarte engañar en tus propias narices y sin darte cuenta. Bueno… ya veremos. Aunque «Ya veremos» dijo un no vidente, y todavía no encuentra el hoyito.
Fíjate por ejemplo la ventaja que te llevo: No me puedes alegar causas, motivos o circunstancias indicadoras de que después de leer esta obra adivinaste donde te engañé, porque soy yo, y no tú quien sabe cuál es y dónde está el engaño. Tú no lo podrás percibir.
¿Q… Qué?… ¿Que lo sabes?… ¡Naaaaah! No creo.
No estoy seguro de si vas a soportar la tenacidad de sufrir un engaño leyéndolo y no sabiéndolo; pero de lo que sí estoy seguro es que no vas a sufrir las respiraciones mortificantes de los personajes que aquí he mencionado, puesto que ellos son ficticios y tú eres una persona real, por consiguiente, no estarás nervioso.
¿Verdad que no?
Esta estupidez no te quitará el sueño. Definitivamente seguirás viviendo tu vida infinita normal y corriente como siempre, y cuando cierres el libro o te apartes del computador, al separarte de las páginas vacuas de este inadvertido pasatiempo no te acordarás de él, y lo que es más seguro, no te importará. ¡Bah! dirás, ¿Qué me voy yo a preocupar por esa tontería?
Y en verdad ¿Para qué? si a todos nos engañan mucho mas de una vez en la vida; entonces: -«Una vez mas ¿Qué importa?» -Dirás.
Algunas obras de artes son un engaño, a veces las mas comentadas y vendidas son las menos entendidas, y en su mayoría, les pasa el tiempo sin que los seguidores puedan descifrar con certeza, aún a través de los años, los puntos y controversias que las han hecho tan apreciadas y vendibles.
Son infinitas las formas de engañar a la gente. Tantas, como actividades realizamos a diario. Por acá un refrán dice que: «Todos los días sale un pendejo a la calle». Y luego de la globalización del Internet y las Redes Sociales… Billones de engaños por minuto.
¿Sabes? Mi padre no recibió educación escolar, por lo que cuando se le dificultaba comunicarse en sus conversaciones se valía de parábolas, refranes y adagios de esos que usaban sus abuelos. Y fue tan eufemista que a veces los inventaba para aparentar que era, pero como que no era él quien lo expresaba. Preferiblemente cuando precisaba de ofender o confundir con delicadeza. Así engañaba mi viejo, Dios lo tenga en buen engaño.
¿Y sabes qué? Siempre lo lograba. En una ocasión se dedicó al lucrativo y oneroso negocio del préstamo; y le dieron tantas bofetadas los timadores, que le surgió la frase de que «La última cuenta la paga el diablo».
Creo que mi viejo debió escoger la política como profesión. ¡Ahí sí que hay canela fina! La Política es La Meca y el Salón de la fama del engaño.
No culpo a mi padre, carah ¡Si es que todo el mundo engaña! por ejemplo: el supermercado, cada vez que vas a entregarle tu dinero y te devuelven a cambio su inmisericorde “shopping bag” con menos valor real del que le entregas en moneda. Sabes que te están engañando pero nada puedes hacer. Los beneficiarios culpan al sistema.
¿Cómo?… ¿Qué?… no no no, no te estoy llamando pendejo, de ninguna manera. Es el refrán de mi padre que dice eso, no yo.
Los periódicos te engañan. Decía el destacado escritor, político y expresidente Dominicano Juan Bosch, que en todo escrito hay cosas que se ven y cosas que no se ven. En éste, la que se ve es el hecho irreversible de que te estoy engañando, y la que no se ve, es que no sabes dónde, ni cómo. Tal vez, tampoco sabes desde cuándo.
Las mujeres engañan. Durante el noviazgo aparentan blandamente femeninas; después del matrimonio se entallan los pantalones y se vuelven tan agresivamente masculinas, que espantan…
¡Oh la la… la femme! ¿Quién puede vivir sin esas diablillas? Nos gustan con ropa o sin ropa, con pique o sin pique… what ever, when ever, how ever. ¡You name it!
Cualquier noche en la discoteca te encuentras a la bella. La conquistas, o ella a ti, y al otro día despiertas con la bestia. En Santo Decimos que: «Depué del palo dao ni Dio lo quita». Eso mismo te pasará con estas jarifas que hoy te escribo: después del palo dao nadie te lo quitará.
Pero la mujer no sólo engaña; también le gusta que la engañen. Le fascina que le prometan la más inmunda e incumplible fantasía, pero que se la pro-metan. O sea que la engañen. No mal interpreten, por favor. Una amiga de Nueva York decía: “A mí, que me digan que me quieren aunque sea mentira”. Indudablemente que la fémina es una fantástica soñadora; el hombre, un fantástico creador de sueños imposibles. De hecho, para complacer a una mujer dale lo que quiere y no pide; y niégale lo que pide y no quiere.
¡Cuántas promesas incumplidas entre hombre y mujer!
Otra mujer que engaña: aquella fea que te da un beso ¡Tan lindo y delicioso!
Después de lo dicho, es entendible aclarar que una mentirita piadosa de cuando en vez no cae del todo mal ¿No? Algo así como un engaño chiquitiiiito.
Si eres niño y te ordenan ir a comprar helados, y que de paso te quedes un par de horas jugando; no te asombres; no se va a caer un pedazo de cielo, pero a alguien sí le va a caer encima una gran lluvia, y no precisamente de agua. Solo en algunos casos, valga la aclaración, estimado-a lector-a.
En ocasiones me he preguntado quien engaña mas y con menos pudor; si el enamorado, el político, o el comerciante. Llegué a la conclusión de que todos son igual de predadores. No sienten el menor resquemor ni tienen la mínima consideración por sus presas. Cuando atrapan chupan y consumen hasta la disecación. ¡Diablos!
EL MUNDO ES UN ENGAÑO
El mundo es un engaño, la vida es un engaño, vivimos engañados y engañando constantemente hasta el final de nuestras vidas. Nuestra mente es un engaño que no podemos descifrar ni en el mismo instante de nuestra muerte; somos producto del momento, porque solo en cada momento que vivimos se nos desvela el misterio interior; en el momento mismo sabremos de qué somos capaces, instante inimaginable en el que adoptamos comportamientos impensables. Sobre el hecho mismo decidimos nuestro destino inmediato, que podrá ser o no, el último.
De niños no nos imaginamos siquiera qué seremos o podríamos ser en el futuro; todo depende de la magnitud de engaños de que podríamos ser víctimas o victimarios. Tan arraigado está, que a diario violamos las normas de nuestra conciencia. Eso, sin opción a reparos judiciales.
Decimos que un hecho, evento o circunstancia nace y adquiere vida propia, en nuestro engaño para no aceptar que tales elementos son creados, mantenidos y sostenidos por nosotros. Les damos esa vida propia, somos quienes los dirigimos por el camino que determinemos, en ocasión de a quien o a quienes deseemos engañar. Se ha sentado el precedente de que quien no engaña no triunfa, y por consiguiente, no es lo suficientemente inteligente; el engañador es un ganador, gran triunfador, y el opuesto: un perdedor irrelevante.
Podríamos afirmar que es un hecho cierto: nos gusta engañar y que nos engañen. Somos producto del engaño, hijos del engaño y sin él no podemos vivir; si éste estuviere ausente, posiblemente no existiera la vida. De él han surgido muchas soluciones históricas, prolijas, grandes descubrimientos e invenciones, situaciones a las que solemos llamar estrategia, circunstancia, coincidencia o azar, entre otras sutilezas.
Tantos personajes, triunfadores, prósperos y poderosos, que en el devenir de la historia se han alzado con el poder, han sido los mas cínicos y habilidosos en el arte del engaño. Lo lograron porque tuvieron capacidad suficiente para subterfugios, a aquellos que lo intentaron y fallaron les faltó habilidad en el aparentemente fácil arte de la engañifa. ¿Será, de verdad, tan fácil engañar?
Hemos de suponer que el engaño es mas creíble que la verdad, y que hemos hecho de la fantasía una certeza tan real como la misma realidad.
¿Que si nos dejamos engañar a propósito?
Claro que sí… Siempre que el resultado nos favorezca. ¿O no?
Recordemos el engaño inverso. Aquello del “Pescador pescado”; de lo que podemos deducir que hasta engañando nos engañamos, y engañados engañamos.
De tanto, debemos reconocer que somos nosotros quienes hacemos y deshacemos; construimos y destruimos, el asunto está en querer poder, pretender, perseverar, y que en cada movimiento haya un entramado. Con engaños se forjan sueños y con engaños se disuelven; se puede conseguir un mejor porvenir, un destino auspicioso, aunque para ello fuere necesario pagar con la misma moneda, teniendo que engañarnos a nosotros mismos.
¿Será posible vivir sin engaños?
La respuesta solo la podría dar, si estuviese vivo, alguien hoy difunto: Edward Bernays, quien después de haber engañado tanto; murió engañado.
Ahora, apreciado lector, yo he terminado mi trabajo: engañarte. Si quieres, disemina tu pensamiento, recorre todo el devenir de este texto y trata de adivinar dónde te engañé; si es que lo he logrado. Después de todo, siento temor de que seas tú quien violes las normas de tu conciencia y me engañes a mí.
Sé que no podrás; aquí he tenido la ventaja del narrador omnisciente, de lo cual siento verdadero placer; aproximadamente el mismo placer por haberte engañado. Y para finalizar, no puedo hacerlo sin referirme a otra ingenua frase de las que decía mi querido y afortunado padre:
“Al zonzo déjalo zonzo; al inocente, inocente; y al que se deje joder, síguelo jodiendo siempre…”
¡Ay padre mío!
FIN
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