Quizás debería sentirme agradecida por el hecho de encontrarme despertando a esta realidad noche tras noche. Teniendo la opción de tomar decisiones que se quedarán como fantasmas al día siguiente y al resto de mis días.

Pero ¿A quién engaño? Heme aquí, lidiando con mis demonios por lo que me ha parecido una eternidad. Generalmente me las arreglo para enviarlos lejos, apartarlos de mí y pretender que no existen, que no estoy siendo atormentada.

El corte es, para mí, una herida enorme que siento en el alma. La lleno constantemente con cosas nimias. Fingiendo que soy un personaje en segunda dimensión, plano, sin pensamientos profundos, sin las vidas vividas que me pesan. Pero no puedo llenar al corte con vacíos, no puedo definirme a través de todo lo que quiero que no esté. No puedo ser lo que quiero negar que soy. Todo eso lo absorbe más fácil que hoyo negro a mosquito y, vuelve a quedar la herida vacía y succionante, incluso un poco más grande, incluso un poco más fuerte.

El corte me hace huir. Día a día corro de mí. Me pongo la máscara, me porto complaciente, comparto poco y miro mucho. La vida de otros se desenvuelve frente a la mía como película. Distrae tanto tiempo como lo desee.

El corte me pregunta si acaso soy alguien, si en mí existe tal cosa como la personalidad. Si lo que creo ser, existe o si es solo esa máscara de papel que diseñe.

El corte no es malo. Ni bueno. El corte es.

El corte es también mi amigo, me acompaña, me conoce más de lo que yo jamás podré. Me recuerda todo lo que he sido, y sin quererlo, también me hace saber todo lo que puedo ser.

El corte me reta, y me limita, me impide pero me amolda.

Quizás si dejase de temerle, quizás si lo adoptara como lo que soy, el corte dejaría de ser una herida, y se convertiría en un abrigo. Dejaría de verlo como un vacío y se convertiría en lo que soy.

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