Es ya de noche y estoy sentada en la oscuridad de mi cuarto, alumbrada solamente por el anaranjado brillo del farol frente a la ventana. Es la primera vez que se me ocurre mirar la calle. Me pregunto por qué. Pienso que fue mi búsqueda por inspiración la que de alguna forma me condujo a apagar la luz, acercar la silla del escritorio y observar la noche a través del sucio cristal.

Lo primero que se me vino a la mente una vez frente al mundo nocturno, fue encontrar estrellas, sin embargo, los únicos destellos que vislumbré más allá de los cables de electricidad, en el infinito fondo oscuro, fueron pequeñas señales de vida provenientes de lo que, desde aquí parecen, diminutas personas, creando y trabajando un hogar allá sobre la lejana sierra.

Aún no es demasiado tarde por lo que la tranquilidad de la noche se ve irrumpida por ruidos de motor y manchas borrosas de colores que dejan los autos que van alta velocidad. Se me ocurren sin esfuerzo algunas razones por las que la gente superaría los límites de velocidad un viernes en la noche, sobre todo en un barrio tan modesto. Pronto aparto mis pensamientos de esa intromisión a las vidas ajenas.

Mi vista se queda, como a quién le han robado algo, fija sobre el pavimento. Poco a poco expando mi campo de visión, moviéndolo solo unos cuantos centímetros, aburrida ya del pálido gris. Encuentro un pequeño vaso azul de plástico, que sospecho algún borracho usó y botó. Se mueve con el viento suavemente. Me concentro en él, pues me parece una pequeña joya que despierta mi curiosidad, haciéndome sentir con ánimos, y despertándome de nuevo a la vida. Su movimiento me siembra tranquilidad pero también un sentimiento de contradicción.

Sé que no debería impresionarme un objeto tan común en una situación tan citadina, pero es el hecho de que este se enfrente al involuntario movimiento, lo que me hace darme cuenta de que no concuerda con la natural brisa de otoño.

No pasa mucho tiempo antes de que mi colorido amigo azul se vea iluminado por las potentes luces delanteras de algún auto, y aun desde aquí, puedo sentir su miedo y verle temblar. Ambos sabemos lo que está a punto de pasar.

Ruido de motor, mancha amarillenta, y un crujido que deja solo el recuerdo de lo que solía ser la ciudad bailando de mano a mano con la naturaleza.

Ahora queda sólo un cuerpo inmóvil al cual la brisa no inmuta.

La noche continúa tranquila sin más que revelar.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS