Un Asesino Justificado

Un Asesino Justificado

Juanse Gutiérrez

12/03/2018

Debo resolver el asesinato que yo misma cometí. No sufro de amnesia ni de otros tópicos cinematográficos, es sencillamente que siempre me he buscado solita los líos. Saldré de esto por mi cuenta, como siempre. No necesito de nadie, salvo del hombre al que maté.

Confieso que me he aprovechado del ambiente reinante. Las mujeres de nuevo poseemos voz como en la antigüedad más ignorada, y soy de esas que a la mínima que puede desarrolla una oportunidad, aunque no la necesite. El pobre hombre con el que me acostaba no lo vio venir, aun provocando con su chulería innata los posibles para un asesinato. No fue ingenuo, sólo temerario. Eso me gustaba de él, para qué mentir.

Volviendo al tema de resolver el asesinato, es el momento de revelar mi profesión. Pues sí, soy autónoma, investigo crímenes junto a la policía, porque, ¿qué mejor que alguien con mis habilidades de detective privado para encubrir un homicidio? Es cuestión de echar la culpa a otra persona. Ojo, una que lo merezca, por lo que el juego-asunto se complica al añadir ese elemento. Ya tengo en mente a un tipo que siempre se escurre a pesar de lo evidente de su ilegalidad. Vende droga, no le da por matar, pero a la cárcel igual iba a ir a parar.

La habitación donde echamos el último polvo la víctima y yo está desordenada con intención. Antes de desplazar las sábanas en cierta posición, girar un poco la mesa y tumbar un par de sillas, estaba desordenada sin más, al estilo a como la puede tener una pareja despreocupada porque no piensa salir en todo el día, provista de bebidas isotónicas y gran cantidad de chocolate de marca. Un par de condones usados en la papelera (sí, me he desecho del resto, para que parezca que quedó con alguien casual), olor a perfume barato impregnado en la cama y la tapa del baño abierta y sin tirar de la cadena. Hay orín, por suerte.

Repaso la escena y miro por la ventana. La ciudad prosigue ingenua. Sus luces me hipnotizan un breve momento y me imagino por las calles, huyendo sin correr del fantasma enturbiado de mi víctima. Miro alrededor como si presintiera el peligro en otro lugar lejano al hombre inexistente que grita en vano, ajeno al concepto de cansancio, que escupe un odio que ya no sirve de nada. He ganado una niebla eterna a mis espaldas, un tiempo ajeno en algún lugar de mi cerebro, pero jamás me he arrepentido de nada de lo que he hecho en mi vida.

Deslizo y junto las cortinas y entonces miro a la silueta que forma el cadáver oculto en la cama. Murió ahogado. Es fácil dejar caer todo el peso con las piernas flexionadas sobre un rostro confiado oculto por una almohada (le dije de probar cierto fetiche que vi en un vídeo de Internet). Voy depilada al completo, y me he asegurado de buscar y encontrar durante el día cada uno de mis pelos de la cabeza entre el entramado microscópico del colchón y las sábanas. Llevo el pelo corto con intención desde hace semanas, lo que supuso el prólogo de mi idea asesina.

¿Qué por qué lo maté? Ya lo he explicado, aproveché la situación. Sé ver la menor oportunidad, no he aprobado todo examen en mi vida de casualidad. La vida suele dar los elementos necesarios para triunfar. Si uno no sabe verlo, es su problema, aunque reconozco que es difícil reconocer cuáles son los que mejor encajaran con la oportunidad. Mujeres al poder y todo eso. Eh, estoy a favor como la que más, pero eso no significa que no pueda ser egoísta.

Me acerco a la puerta de la casa revisando por enésima vez cada rincón y detalle. Está perfecto, no me pueden culpar. Toca regresar a casa y concienciarse como la mejor actriz de millones para hacer como que no conocía a ese infiel; manipular y recolocar los papeles para que me den el caso; convertir las tripas y al corazón en los de un maniquí para cuando conozca a la mujer de la víctima al tener que interrogarla, intentando desarrollar una amnesia del momento que me permita no recordar cómo me hacía gritar de placer ese cabronazo…

Aunque merecerá la pena. Osvaldo Cobas, el vendedor de drogas que digo, pagará por quienes ha hundido la vida entre trapicheos y ventas a menores. Mi hermano jamás tuvo la culpa, hijo de la gran puta. He dejado cierta papelina en el lugar oportuno de la mesita para que lo relacionen como sospechoso. Eso no bastará, claro, pero por algo se empieza.

Toca elaborar mucha mierda, pero yo solita me lo he buscado. Como siempre.

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