Ya no hay manera de apagar mi locomotora, y por más que cese el llanto mi escritura aún me vanagloria. ¡Mi altivez es tan densa y vasta como la noche, y a pesar de tanto ímpetu en mis textos de reproche, mi arrogancia no se agota ni se amilana ante un fantoche!
Mis manos son maestras de la fluidez cuando escribo, y mi mente se desconecta de este cuerpo y sus fastidios. Tanto amo componer que hasta me emociona el seguir vivo para continuar plasmando experiencias en mis escritos.
Se me infla el pecho, quizá de orgullo o de despecho, cuando pienso en lo expuesto y lo que no ha visto el mundo entero; tanto dolor que he puesto bajo tierra y tantas artimañas que he hecho, y solo el verbo me ha acompañado en este largo y oscuro trecho. — ¡Tan oscuro como tu alma!— Ya…, no debías recordármelo, sigo siendo Eduardo y lo tengo presente a cada rato. A veces hablo conmigo mismo, me dejo algunos comentarios, tú lo entiendes, otro síntoma típico del egocentrismo humano.
No quiero ser aclamado o llamado por excelencia, pues escribo pura mierda y es tanta que me consterna, ya que implica nuevamente que a mi mente se le ha roto la cisterna, y este cúmulo de pensamientos atorados siguen atormentando mi serena y aburrida vida de vagar a la deriva con pequeñas metas.
OPINIONES Y COMENTARIOS