Conocí a esa chica, la chica de sonrisa rota y mirada triste, esa que disimulaba sus heridas internamente dolorosas, fui su amiga y la odie por haber tomado la fatídica decisión de haberse ido y peor aún sin haberse despedido.
-Mantén la calma, estarás bien-
-Realmente no es depresión-
-Tranquila es solo la presión-
-Solo respira y deja de exagerar la situación-
Ella escuchaba a diario este tipo de comentarios y hasta el último día ella les dio la razón, ella nunca lo negó, si tan solo supiera que se equivocó y que a último momento se hubiera arrepentido de tomar esa decisión tal vez yo no estuviera escribiendo esto, preguntándome si en su último aliento ella finalmente lo admitió.
Lloraba sin razón, le era difícil concentrarse en todo lo que pasaba a su alrededor porque las voces de su mente le provocaban un caos en el interior y tú seguías ahí diciéndole que no era depresión, no, tal vez no lo era, al final ella solo se mató llorando y desangrando sola en su habitación.
La verdad es que nadie notó cuando la depresión llego a su vida, lo hizo de una manera tan silenciosa que ni ella misma lo hizo, y la consumió, porque no es hasta que tienes la cuerda en el cuello, la navaja entre tus muñecas o estás arriba del edificio más alto que encontraste decidido a lanzarte, que se admite finalmente que tenías depresión y que no era simplemente un episodio esporádico de dolor.
Ella murió, pero antes de hacerlo se preguntó si alguien escribiría algo en su honor, y con esa duda persistente rondando por su mente decidió escribirse algo ella misma, y escribió una carta titulada «Mi amiga se suicidó» porque esa amiga, era yo.
OPINIONES Y COMENTARIOS