La primera vez que lo vi fue después de ya haber dado unos cuantos pasos para quitarme el mareo de la cabeza. Eché un tercer vistazo al lugar, y mi vista se topó con esa figura regordeta y plumosa, posada sobre una rama que se introducía a través de nuestra jaula, aproximadamente a unos 20 centímetros de la punta de mi oreja. Sin pensarlo dos veces, volé hacia donde él se encontraba. En un principio el cambio de gravedad en mi cuerpo se sintió brusco, pues hace unos minutos me sentía terriblemente pesado, pero recobré rápidamente el equilibrio, llegué a su rama y me ubiqué justo detrás de él, observándolo y aguardando a que notara mi presencia. Esperé unos instantes en vano. Petito parecía absorto en las moléculas de polvo que ondulaban a nuestro alrededor, visibles bajo la extraña luz de un farol. Toqué su cola de manera infantil, atraído por la textura de su plumaje, y con la intención de que notase que detrás suyo había una visita. Pero Petito no reaccionó. Intenté luego soplar en los orificios de sus oídos, cada vez con más fuerza, pero no parecía sufrir perturbación alguna. Finalmente tomé su cola con ambas manos, y empecé a menearla de un lado a otro. El pájaro parecía estar en estado vegetal o algo por el estilo.
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novela corta
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