El Apocalipsis fue solo un malentendido: Las maravillosas trompetas en las catacumbas de la independencia.

El Apocalipsis fue solo un malentendido: Las maravillosas trompetas en las catacumbas de la independencia.

Julieta Sarutobi

10/11/2022

El Apocalipsis fue solo un malentendido: Las maravillosas trompetas en las catacumbas de la independencia.

Sus únicas actuaciones hasta ahora, habían sido en el pequeño teatro municipal de su pueblo, donde cada año los distintos elencos financiados por las instituciones de cultura local se reunían para llevar a cabo la muestra del resultado final de su trabajo.

No había punto de comparación entre tocar con su pequeño grupo de jazz local en el teatro municipal, a donde muy posiblemente sus padres y amigos irían a verla, y en tocar aquí. En este antro de aspecto antiestético, donde las personas se arremolinaban y no había un verdadero límite entre el público y el escenario.

Donde el humo, el sudor y la música parecían entremezclarse con la propia esencia de las personas presentes, y como en toda práctica donde la esencia de las personas está tan mezclada el resultado puede ser chocante para los sentidos. Fascinante para algunos, pero sinceramente… a ella le seguía perturbando.

En el fondo no quería estar aquí. La mezcla de indecencia que parecía revalorizar los valores instintivos y animales no terminaba de gustarle, no se sentía cómoda. Era como si estuviera en constante peligro…

Había solo un motivo para estar aquí, y era “ella”. Aún recordaba lo difícil que le había resultado acercarse a su persona, la vergüenza que se mezclaba con el miedo en su desesperado intento por parecer lo suficientemente interesante para su persona, pensando en si acaso lograría agradarle de alguna forma, midiendo sus palabras como una chiquilla enamorada que busca impresionar a su primer amor. Patético, sí. No hacía falta que se lo recuerden.

Aún podía recordar el día en el que había conseguido establecer una genuina charla con ella, algo que fuera más allá de alguna pregunta cliché acerca del material de estudio de la universidad, algo que le dio un punto común con ella para poder comenzar a acercarse de forma más amistosa, un punto en común para charlar y lograr conocerse mejor: La música, puntualmente el jazz.

“¿En serio tocas jazz? ¡Qué genial! Yo también toco” Era la frase que se había grabado a fuego en su mente, como una especie de punto cero para relacionarse. Incluso si hacía tiempo que había dejado de tocar con tanta frecuencia como antaño.

Saber que ese era su punto común le dio pié e inspiración de sobra como para retomar aquella práctica musical luego de haberla ignorado por largo tiempo, desempolvando su vieja trompeta y volviendo a practicar solo para tener un punto de charla con su persona.

No obstante no todo sería de color de rosas, y es que incluso en aquello que tenían en común resultaba establecer una brecha bastante grande entre ambas, indicando que el contexto había forjado a ambas muchachas como personas cabalmente diferentes.

Hasta ese momento, la música había sido solo un modo de entretenimiento. Solo una actividad que ocupaba sus tardes cuando salía de la escuela secundaria, pudiendo participar de algún pequeño elenco, contentándose con llevar a cabo una puesta escena a fin de año para que sus padres y algunos familiares pudieran ir a verla tocar, tomar algunas fotos y listo. Ahora que estaba en la universidad, ya casi no le prestaba atención a la música, al menos no antes de conocer a quien terminaría siendo su amor imposible, quien por el contrario era una muchacha que experimentaba y pensaba en la música como algo netamente artístico, percibiéndole de un modo casi espiritual y disfrutando de ella de una manera cabalmente distinta, mucho más profunda. Disfrutaba de la música como un estilo de vida, como una pasión. Tan hermoso, tan fascinante… ¿Cómo podría no haberse enamorado de esa forma de ver el mundo? Si acaso los cuentos de hada podrían ser reales, en un mundo donde las fantasías no abundan, contemplar alguien que conscientemente parecía vivir por una… era mágico….

¿Por qué había aceptado venir esta noche? Ella jamás frecuentaba estos extraños antros para músicos, no era un ambiente en el cual se sintiera cómoda. Pero había aceptado ir, había aceptado solo porque quería estar a su lado.

“Bienvenida a las catacumbas del arte independiente”, había anunciado en tono orgulloso su anfitriona al momento de poner un pié en el bizarro espacio que funcionaba como una mezcla de pub y boliche, donde una banda de jazz improvisaba sobre un escenario, ante una multitud errática que se meneaba de un lado a otro, entre saltos, risas y parloteos, debajo de la intensidad de unas luces cuya sola presencia hacía que le doliera la vista.

Entrelazó su mano, metiendo sus dedos entre los suyos. Ella siempre tenía el control de la situación. Sus mejillas se encendieron, pero se dejó guiar hasta el escenario. No supo como ni cuando, pero fue incentivada a subir al escenario…

“No traje mi trompeta” Argumentó avergonzada ante su compañera, quien sacudió la cabeza.

“Podés tocar con la de uno de los músicos. En general acá se comparte” Respondió de forma optimista.

“¿Eso no es antihigiénico?” Preguntó temblorosa.

“¿Importa?” Contestó con una energía sencillamente contagiosa, sujetando su mano para invitarle a subirse al escenario.

“Pero la banda ya está tocando, ¿Qué hago?” Pese a que parecía estar dudando, tomó su mano.

“Solo intégrate. No tengas miedo…”

La confianza que ella irradiaba fue suficiente para motivarle a subirse, incluso si no sabía muy bien que hacer.

Antes de darse cuenta, estaba allí parada. Contemplando a toda aquella bizarra multitud, mientras la más infantil y patética timidez se hacía presente en su rostro, sujetando entre sus temblorosas manos aquel instrumento musical, sintiendo como el aroma metálico y el sudor de la persona que lo había tocado antes se impregnaba en sus dedos.

Una última vez miró a su compañera, quien asintió ligeramente antes de regalarle una última sonrisa, incentivándole a comenzar a tocar, sumándose al resto de la banda.

Con su corazón latiendo a una vertiginosa velocidad, mientras lentamente llevaba a sus labios la punta de aquel instrumento, finalmente comenzando a tocar, sintiendo como el aire no parecía querer salir de sus pulmones, quizá por la vergüenza, quizá por el miedo…

Sin embargo más pronto que tarde pudo comenzar a fluir con la música, de forma torpe al inicio pero poco a poco fue entregándose, sintiendo como su cintura era rodeada por los brazos de la contraria, tiñendo sus infladas mejillas de un color rojizo…

Poco a poco su vista se fue nublando. El aire viciado se expandía en sus pulmones mientras intentaba mantener la compostura.

La decadencia se alzaba como una orgía de sensaciones que penetraba cada uno de sus cinco sentidos. El sudor se arremolinaba en su cabello, juntándose en las puntas y cayendo al suelo desde ahí. Sus ojos iban de un lado a otro, perturbados por las luces titilantes, llegando a ver una maraña de personas que frotaban sus cuerpos al ritmo de la música entre humo, sudor. Un panorama infernal donde personas desconocidas se reunían. Una persona podía estar besándose con alguien a un momento y luego estar besándose con otra.

Desde allí arriba era imposible alcanzar a ver el género de las personas. No había diferencia alguna entre ellos, ni siquiera existían las edades. Todos eran instinto, algunos queriendo salir de la multitud para tomar aire, otros disfrutando de la música tanto con su espíritu como con sus cuerpos y finalmente aquellos que explotaban la lujuria de la manera más corporal…

Pero al final del día, no existía diferencia. No había diferencia alguna entre las personas, no existía forma de percibir si eran buenas o malas, no había forma de saber quienes eran en realidad. Desde el escenario, solo había carne. Carne e instinto, ni siquiera habían historias personales… ¿Así nos vería Dios a los humanos?

La euforia era contagiosa, quizá por el ambiente, quizá por el ambiente o quizá por las luces. Esto no era como nada que hubiera visto antes, podía sentir el fuerte abrazo de su compañera.

“¿Qué estás haciendo?” Preguntó temblorosa.

“No dejes de tocar, lo estás haciendo bien…” Contestó ella…

El tiempo pasaba, pero poco a poco iba perdiendo forma. En algún punto algo había ingresado adentro suyo, pero no sabía decir cuando.

Había pasado de tener miedo y vergüenza, al más puro éxtasis, sintiendo como todo daba vueltas. Ya no era solo un ojo panóptico contemplando las catacumbas del arte independiente desde lo alto. Era un cuerpo más. Veía el público en un abismo, y el público le devolvía la mirada con los ojos rojos.

Veía una mano debajo de una falda, veía los movimientos erráticos e inútilmente sigilosos de otra agarrando la firmeza de alguna persona. Veía los intercambios de saliva y el brillo de la lujuria.

Mientras ella veía todo, su propia entrepierna estaba siendo invadida, quizá por alguien más o quizá por su amada, ¿Importaba en realidad? Ella quería que fuera así, pero no le importaba en realidad. De golpe le importaba cada vez menos, todo iba acelerando, todo iba subiendo de ritmo.

Su corazón pasó de querer salirse de su pecho a simplemente no sentirse. Sus pulmones dolían, pero incluso entonces no dejó de tocar. Cada vez que iba frenar, el susurro a su oído le incentivaba a seguir…

La música no dejaba de fluir, el fruto de su éxtasis era en aquel momento la propia música, algo que ni siquiera podía compararse con la masturbación, pues era una sensación mucho más abarcativa, mágica en realidad…

Y mientras la música sonaba, todo comenzaba a deformarse. El calor aumentaba a cada segundo, pero no de forma natural.

Cada sonido hacía que todo tiemble, desde sus huesos hasta el aire que exhalaba. Todo vibraba y mientras eso pasaba, por debajo de la tierra. Algo resonaba, algo comenzaba a latir.

En el corazón de una catacumba ya olvidada en los anales de la historia, una serie de ordenadores comenzaron a encender sus pantallas, revelando antiguos glifos de formas y colores inimaginables. Cada nota de aquella extasiada trompetista encendía un nuevo ordenador, una nueva pantalla, cuatro veces en total. Cuatro glifos brillaron mientras una extraña voz susurraba arcanas palabras sin aparente sentido.

Y en la última nota de la canción, en el éxtasis del jazz, antes de dejarse caer a los brazos de su amada…

En el fondo de las catacumbas, emergieron cuatro siluetas. Un horrendo chillido se escapó y finalmente… los cuatro jinetes estuvieron libres.

Protocolo iniciado…

Secuencia correcta…

Se da inicio al protocolo de reinicio.

Se procede con la liberación de los cuatro inquisidores.

¿Reinicio…?

Reinicio confirmado.

Reinicio aceptado.

Secuencia correcta.

Aquellas palabras no fueron pronunciadas en ninguna lengua que pudiera ser entendida, pero aún así estaban allí…

Doce alas se abrieron mientras desde el fondo de una caverna olvidada debajo de la superficie antártica, hicieron acto de presencia. Cuatro luces que brillaron un instante y desaparecieron…

Y mientras tanto ella dejó de tocar, dejándose caer de espaldas, viendo al techo de aquel lugar…

“El mejor… día de mi vida…” Susurró llevando sus manos al cabello de la persona que ahora se refugiaba entre sus piernas.

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