Sobre libros y macetas

Sobre libros y macetas

Martin Fontana

09/11/2022

No cualquier siesta de otoño estoy sentado en la entrada de la casa de mi abuela. 

Ella, mi abuela, duerme detrás de la persiana blanca. Ya lave los platos, le cambie el cuerito de una canilla y barrí las hojas del plátano de la vereda y se las deje en el pasto porque no le gusta que las queme. Vierto, entonces, el agua caliente sobre la yerba nueva y abro, con cierta indiferencia, el libro más pesado de su biblioteca. El sol tibio que me llamo a ese sitio hace brillar las hojas amarillas. De golpe, al ir acumulando el entendimiento de los símbolos en esas hojas que si arden, el contexto va pasando a un segundo plano. Así, van desapareciendo, el cielo celeste, las ramas peladas, la calle que termina en la vía, la puerta de Delia que le pinte de verde en otra siesta, el pasto de la vereda. La cámara se va alejando desde dentro y el fondo es más amplio de lo que esperaba. Un cubículo como un ascensor se desplaza hacia atrás y abajo, llegando a cuartos extraños y subsuelos húmedos que no existían en la botonera. Ya ni sé cuándo, mi abuela me habla con eco y me pregunta algo. Sólo quiero decirle que ponga llave a su biblioteca pero es tarde, ya estoy en una plaza de Belgrano mirando poseído una iglesia circular. Siento unas alas pero no sirven para volar, sólo planean vertiginosamente. La muerte hace notar su latencia, la desilusión me incita, los días que siguen se abrirán sin sol con una luz ruin y metálica. Hasta tengo la imagen de que la única planta que voy a tener en Buenos Aires se marchitara con una tierra agrietada cuando estudie cerca del parque Lezama. Una pulsión me impide unir esas tapas marrones. No quiero cerrar el libro, ¿Sucederá? ¿Será en el mismo lugar? ¿Seré el mismo yo que hace unas horas desarmaba una canilla cantando el que lo haga?

El ascensor se sacude, voy tanteando unas paredes húmedas y agrietadas, no entiendo cómo salí del partido, si me echaron o me fui solo, hablando solo, malabareando solo ese cúmulo de ideas de antaño. Focalizo atrayente muchas ideas pero no veo un significado claro. Sigo pensando y releyendo aun cuando mi abuela pone un plato de sopa delante de mí, y también, cuando me voy a dormir mirando una estampa de Jesús en la pared, pero por alguna razón, ya sé que no hay fe que rescate al que cree amar la verdad. Por fin en el sueño del sueño aparece algo que parece real: una escalera con una perspectiva infinita. Entonces subo el primer escalón y el segundo y así.

A los cuatro años, ya sin la planta, lejos de mi abuela, acostumbrado a una existencia sin fines, me siento en el pasto, una tarde, en plaza Francia para ver el show de un payaso y de pronto unos brazos de atrás me abrazan y unos labios me besan. Vuelvo. Toda esa otra estantería, también, sin sentido se desploma y el calor del sol aparece en mi piel y las cascadas de lágrimas internas se detienen en los ápices de mi sonrisa.

Y se escucha fuerte y claro, un ruido seco.

Tuc.

Mi cabeza volvió a poner aquel libro en la biblioteca.

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