Es la década de los setenta, los chavos somos buena honda y luchamos por una sociedad más libre. Manolo y Pepe me dicen que hoy se encenderá el fuego, que la vida ya no será la misma. Nos vamos caminando por una calle de las tantas que hay aquí. No conozco esa zona, jamás me había ido por allí. Hay terrenos baldíos. Las calles ya no están asfaltadas. Llegamos a una casa de dos plantas. Está a medio construir. En su interior hay muebles muy rústicos de madera en bruto. Un sofá sucio. Un hombre delgado y muy alto nos recibe. ¿Qué quieren probar chavitos? ¿Quieren conocer a la mujer de ardiente cabellera?

Manolo saca el dinero. El hombre cuenta los billetes de a peso con desconfianza. Están arrugados y los tiene que restirar mientras hace gestos y su enorme bigote de morsa se mueve como una oruga de púas. Al final se los guarda en el bolsillo, sube las escaleras y trae una cajita. ¡Aquí está la reina, muchachitos! !Tírense allí y háganle lo que quieran!

Al final, la María no es esa chica con la que soñaba. Pepe comienza a prender los carrufos y me da uno. Primero me sabe mal. Tengo asco y remordimientos. No debí haberles hecho caso, pensé. El olor es desagradable. Me penetra los poros. Seguro que en casa se van a dar cuenta y mi padre me pondrá una paliza. Veo como Manolo pone los ojos de huevo y se relaja, pronto comienza a emitir sonidos raros. Está en éxtasis. Pronto me desconecto. Veo una gran sala. Los jóvenes van con camisas estampadas de poliéster, pantalones acampanados, la melena larga, gafas de colores metálicos y adornos con una i griega de tres patas.
Sale nuestro grupo a tocar. Son Las bisagras, West empieza a cantar, las chicas se ponen fúricas. Me dejo llevar por la melodía. Una chica se me cuelga del cuello. ¡Haz el amor y no la guerra, guapo! La siento poseída, su piel quema. Me abraza y nos unimos como una aleación. Caigo en un precipicio, ella se aferra a mí. No me sueltes, no me dejes así. Hago todo lo posible por mantenerla conmigo. El mástil soporta el peso, se mantiene firme hasta que la lluvia nos empapa y tenemos que soltarnos.

¿Has visto alguna vez caer la lluvia en un día soleado? Me pregunta con una sonrisa encantadora. Le contesto que sí, que es gracias a ella. La música sigue y la neblina del humo nos separa. Comienza un viaje de años luz. Hay dos mundos paralelos. Magdalena ya no existe. Es un recuerdo. Más bien una fantasía sexual. Nunca la he poseído.

Manolo y Pepe están viejos. Son octogenarios. El primero no tiene pelo y esta encorvado como una oz. José tiene el pelo blanco, grueso como siempre, su nariz ha seguido creciendo. No ha dejado de engatusar a la gente. Se ve como una piltrafa humana. ¿Qué ha pasado? Porque no podemos salir de ese sofá. ¿Qué nos ha dado de fumar ese viejo bigotón maldito?

De pronto, se oye el timbre. Me despierto. Ya no está ese mundo paralelo cuántico. Las puertas no son Las bisagras. Morrison sí es el autor de mi canción favorita, no su baterista. A mí la vida me ha sonreído, no he tenido que ir a rehabilitación, nunca sufrí de dependencia a los estupefacientes y fui un hombre de éxito. Quiero comprobarlo, pero las personas que entran no me lo permiten. Me saludan con cariño. Me ven con lástima, pero sonríen. Solo unos enanos me preguntan si estoy mejor. Mis hijos me dan palmaditas en el hombro. Otra vez tus pesadillas, ¿verdad, papá? Muevo la cabeza afirmando.

Se acerca una mujer, me mira con dulzura y me dice:

Soy Magda. Nos conocimos en un concierto de Rock. Hicimos el amor en pleno escenario. Así nació Paco. Luego nos casamos, después entraste a la universidad…

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