Madame Laflamue

Je suis Brigitte Laflamue. Yo soy una mujer que quería conocer mundo y viajar y soy una mujer que permanece estática entre su Borgoña natal, Madrid y su adorado San Juan de Luz. Yo soy una mujer que quería tener un vivero o una floristería y acabo teniendo un escaso trozo de césped con macetas de barro y flores mustias. Yo soy una mujer que quería ser restauradora de los grandes maestros impresionistas y acabo, esporádicamente, dando clases de pinturas a señoras bien de la Calle Serrano. Yo soy una mujer que quería un amigo, un amante, un confidente que la quisiese por ser como es (con sus escasas virtudes y sus múltiples defectos) y acabo simplemente con un marido. Yo soy una mujer que no quería hijos y acabo con tres. Yo soy una mujer que quería ser libre y voluntaria y ciegamente se dejó encadenar. Yo soy una mujer que tenía sueños, aspiraciones y ahora ya no tengo nada, ni siquiera sé si me tengo ya a mi misma.

Nacida en el seno de una familia burguesa y muy francesa de vinicultores de la Borgoña, los únicos recuerdos entrañables que atesoro de mi infancia y juventud son la belleza de las tierras en las que me crie. Recuerdo esos viñedos que son los verdes moradores de kilómetros y kilómetros de fértil tierra, esos típicos pueblos con esas casitas calcadas de las novelas de Dumas y Bien sur! esas iglesias y catedrales. Del resto preferiría que mi mente fuese un lienzo en blanco, pero, para mi pesar, el cuadro de mi infancia es un óleo emborrado de tachones y pegotes de pinturas de colores oscuros y lúgubres: la altivez y frialdad de mi nada querida Madre (¡qué hipócrita por criticarla cuando yo he sido un calco de Ella con mi prole y sufro las consecuencias por ello), educada en un ambiente muy estricto de espalda recta, cabeza alta, voz modulada, movimientos fluidos y armoniosos, sentimientos y emociones perfectísimamente encerrados en lo más hondo.

Mi amor y pasión por el Arte la recuerdo de siempre, como si al nacer los primeros besos y caricias que recibí fue de las bellas musas protectoras de las artes. Recuerdo recorrer esas iglesias góticas y perderme horas recorriendo con mis dedos las cicatrices de los sillares de piedra y jugando a atrapar el reflejo de la caprichosa luz de las…

Ese amor por el arte, mi buena predisposición y facilidad para dibujar y, sobre todo, mi pasión por los colores, por mezclarlos, por experimentar mezclas imposibles con ellos; eso y que cést bien vu! que una dama se dedicase a ese tipo de labores, me llevo a estudiar pintura. La pintura era la llave para abrir el portón de entrada al palacio de la creatividad.

En un acto de valentía por mi parte me escape a perfeccionar mis estudios y comenzar mis primeros trabajos en la Ciudad de la Luz: Paris. Oh lá-lá!. Paris si chic si bohème si glamour! Allí viví unos maravillosos años locos, pero bien sur!, entiendase que dentro de un orden: fui bohemia pero no una perdida. Y allí, en un acto de rebeldía (desde la lupa jovial de la juventud pensaba que era un acto de insumisión y ahora desde las gafas graduadas de la madurez lo calificaría de estupidez supina) conocí a un joven y guapo arquitecto español y me casé con él. Con este casamiento faire d´en une pierre deux comps: fastidiar a mi estirada madre y comenzar una nueva vida.

Comme ci, comme ca, mi vida ha ido pasando y, tras la primera fase del enamoramiento (que para ser sincera, me duro bastante poco) gran parte de mis acciones y energías han ido destinadas a incordiar a mi poco amado esposo. Estoy obligada a reconocer que he sido muy injusta, culpándole a él de muchas cuestiones de las cuales yo también tengo parte de responsabilidad, aunque, ¡que le vamos a hacer!. C´ests la vie!.

Appeller un chat un chat: aún después de tantos años residiendo en Madrid, sigo sintiéndome francesa hasta el tuétano (según mis detractores, que no son pocos, excesivamente gabacha). La gente me considera guapa y glamurosa, poseedora de ese savoir fair que tenemos las francesas, siempre he tenido buen porte; nunca me han faltado admiradores y aun cuando he tenido oportunidades jamás he engañado a mi marido y mira que llevo años sin tenerle el más mínimo aprecio. Esa actitud responde a que soy una mujer de principios y la lealtad es uno de los valores que respeto y ejerzo. La opinión de los demás respecto de mi me preocupa poco o nada. La imagen que tengo yo de mí es la que me quita el sueño. Tengo un carácter endemoniadamente complejo: soy orgullosa, altiva, testaruda, hasta antipática, fuerte, enérgica, activa,… una mezcla tan complicada que o me odias o me amas, pero a pocos dejo indeferente. Cést pa vrai?

En estos momento de mi existencia mi mejor compañía es una gatita: Etoile. Ella entró en mi vida un 24 de diciembre, ¿Regalo del Niño Jesús?. Etoile era una gatita callejera que, cada vez que aparcaba el coche, se acurrucaba debajo. Y ¡tanto va el cántaro a la fuente!. Etoile jamás ha tenido nada de callejera, de hecho, la naturaleza la ha regalado un color blanco nieve y moteada en gris. ¡Puro armiño! Tiene dos manchas grises en las patas traseras, tan estratégicamente colocadas, ¡que parece que calza tacones!. Yo la observo y la falta el collar de perlas y la boina para ser una parisina de pro. ¡Etoile es todo clase, elegancia y glamour! Ella no molesta, no incordia, pero siempre está. Ella, sin reclamarlo siempre tiene su espacio. Etoile se sienta y observa, analiza, recoge la información, si no la interesa y no es importante para ella, ni se despeina, no pierde ni un ápice de energía, pero, ….¡¡ojo, ojo!!. si la interesa, saca su vena de Diana Cazadora y se lanza rauda como un rayo a por su objetivo, cuando ella quiere mimos los obtiene sólo con poner ojitos y decir ¡miau!, cuando los demás están tristes, ella se sube en sus regalos y los acaricia…. Etoile es una polvorilla, pizpireta, coqueta, independiente, fuerte, valiente. Oh, Mon Dieu, c´est incroyable que de un animal pueden sacarse tantas enseñanzas.

Ahora desde la atalaya de mi madurez, sí puedo afirmar que he pasado por la vida, pero la vida no ha pasado por mí. De verdad, no he vivido, solamente he sobrevivido. Últimamente la gente que me rodea debe verme mayor, porque cada vez con más frecuencia me preguntan si me arrepiento. ¿Arrepentirme? …¡Arrepentirme!…Si yo fuese buena persona debería responder que sí, pero mi endiablado carácter me arrastra a responder: “¿Arrepentirse?. ¿Qué sentido tiene el arrepentimiento, salvo que quieras enmendar tu conducta?”. Aún siento demasiado lejos el aliento de la Gran Dama de la Guadaña como para iniciar el penoso camino de ascensión al calvario que será lograr el perdón de todos mis pecados.

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