El corredor nocturno

El corredor nocturno

Hans-Córdoba

19/10/2022

¿Será el presagio que se ha escondido ante la mirada de todos? ¿o solo fue la mía? No encuentro una respuesta determinada para lo que me sucedió hace unos ayeres, lo escuché merodeando, trotando, subiendo y bajando la calle. No quiero encerrarme en mi cabeza imaginando algo que no es, creando fantasmas y espectros de lo que hace muchos años solo fue un susto de la niñez y juventud, un simple juego supersticioso, se haya convertido en verdad. Me reacomodo en las sábanas blandas de mi cama en la forma de ovillo, para poder detener ese incesante escuchar de sus pisadas, solo me queda recordar cuando fue la primera vez que me hiciste estremecer; creo que lo tengo, si, aquí y ahora, un recuerdo vago de mi primera impresión de nuestro encuentro.

En la flor de mi niñez, tan tempranamente, tengo ese escalofrío revuelto con el recuerdo, pienso ese instante que saltó la figura errante fuera de lo casual y lo común. Cuando uno se es muy joven, uno trata de establecer una adaptación con los ambientes tan aledañas al hogar, se aprende uno las primeras rutas al igual que el nombre y numero de las casas, o por lo menos la de uno mismo. Los padres insisten a los hijos tener esa formación constructiva para el fortalecimiento de la memoria, y si pasara algún acontecimiento extraño, como la del perderse en el mercado los domingos por la mañana, o en las idas y vueltas para ir a la cotidiana escuela, siempre estaba de resguardo una pequeña parte de memoria que nos ayudaría a volver al hogar. Así que, siempre me esforzaba, a consejos regañadientes de mi abuela, tratar de imaginar una ruta de la iglesia a la casa, de la casa de la tía al hogar, etc. Entonces el procedimiento para ello era poco a poco más fácil de asimilar, tendría como punto de partida una medida de distancia, en número cuadras, desde la casa hasta el destino requerido. La travesía podría ser corta y larga, para las primeras no faltaba más que contar el numero de calles donde se paseaba uno; pero del último caso, uno se enfrentaba a recordar no solo el número de calles, sino que debía instruir a la memoria las cosas que observábamos en nuestro andar. Había momentos donde las rutas eran largas pero rectas, así que no había más que caminar sin detenerse por la calle y en seguida estabas donde querías, sin embargo, regularmente se hacía complicado llegar al destino deseado sin hacer vueltas en las esquinas y en un parpadeo encontrarse embrollado con la mal estructurada colonia donde he residido.

Así, mi porvenir de mi infancia era acordarme de los alrededores y las rutas para llegar a ciertos lugares, y ahora que mi remembranza está acariciando la lucidez tengo ese destello, mismo que hace mucho olvidé, pero en este instante se hace ceguera por el miedo que me carcome. Fue cuando me llevaron de la mano a un antiguo parque ecológico situado, por así decirlo, en la zona pendiente arriba de mi casa. Con la luz solar de la mañana mi familia se dispuso a preparar el tan honrado domingo familiar, saliendo a una hora prudente para divertirse con las atracciones que el parque poseía. Subimos al inicio de nuestra incursión al parque, casi llegando a territorio que prometía alegrías, por la entrada principal. Y ese instante me percaté de una imagen extraña, como de una escuelita. Pregunté a mi madre por lo que en ese momento mi vista captaba, ella me respondió que eso no era una escuela o algo parecido, más bien que se trataba de un psiquiátrico. ¿Qué es un psiquiátrico?, pregunté, me respondió, pues veras hijo es el lugar donde viven y cuidan a los locos. ¿A los locos? Si, a aquellas personas que no están cuerdas, contrario a lo que somos tú y yo, son gente que están resguardadas allí porque pueden ser peligrosas para si mismas y para otros si están merodeado las calles. En eso, me imaginé que esas personas serían como algo salido de las películas de fantasía-terror las cuales ya veía en compañía de mi madre. Por aquellos momentos, los pensaba como seres altos, sin cabello, harapientos o desnudos, con marcas de enfermedad en su piel y puede que algunos sin algunas partes de su cuerpo como piernas o brazos, ¿Habrá alguno encadenado o sometido por alguna camisa de fuerza tambaleándose en un cuarto blanco relleno de almohadillas? Tanto me vino a la cabeza, que siendo a la vista algo tan normal como un complejo de edificios pequeños y alejados, uno no sabría que guardaban allá dentro.

Nos pasamos de largo, sin hacer más omisiones en las preguntas y respuestas de ese momento, subimos las escaleras que se encontraban a 10 minutos de la entrada principal y nos mantuvimos por muchas horas en la zona familiar donde se puede cocinar y comer a las anchas de todos. Gastamos el suficiente tiempo hasta que tocó la hora de descender hasta la salida principal, y de mala suerte nos encontramos que habían cerrado el portón de la entrada del parque, pero aun contábamos con la salida secundaría que se hallaba a un costado muy cerca de un lugar conocido como “el cráter”. Así que rápidamente descendimos con la poca luz de la tarde que empezaba a tornarse oscura y nublada. Desalojamos lo más pronto posible las instalaciones e hicimos un recorrido totalmente nuevo y extraño para mí, porque en ese entonces caminamos más de lo debido para llegar a la casa, el trayecto no era lo bastante largo, pero para mi si que lo fue.

Hicimos algunos cambios de ruta demasiados inusuales, que rápidamente se convirtieron en nueva memoria para poder resolverme en un regreso futuro, si era necesario. Así que pasamos por la parte trasera de unas viejas oficinas de gobierno, atrás donde estaba el edificio de la vieja imprenta del periódico, que, en línea recta por esa misma calle, con una pendiente arriba y hasta el final se ubicaba la fachada del psiquiátrico. Caminábamos a paso firme y algo apresurados, siguiendo el ritmo del mismo caminar de mi madre nos encontrábamos casi en la fachada del manicomio, y en eso, una estatua terrorífica de una persona empalada se asomaba en el rabillo de mi ojo. Que con fugacidad se volvió una figura espectral, como la de un hombre petrificado o convertido en piedra, quizás por una maldición o que se yo. Se postraba arriba y enfrente de mí, y a los lejos unas carcajadas se escapaban de las ventanas caídas de uno de los cuartos del manicomio que sobresalían con vista a la calle. No pude decir palabra, no pude correr, ni gritar lo único que tenía era la acogedora mano de mi madre que me veía extrañamente, pues, según a lo que me contó después, fue que yo no tuve movilidad alguna, me quedé pasmado con los ojos bien abiertos observando sin parpadear a la horripilante estatua. Y ahora me siento de la misma manera, pero sin la ayuda de nadie que resguarde o tome mi mano en esta aterradora velada.

Tuve otro encuentro con la desgracia, con la estatua del hombre que se suspendía por una varilla oxidada, atravesándolo desde abajo y sobresaliendo desde su cabeza la punta de esa lanza que lo hería. ¿Se atrevió esta vez a soltarse? Tenía ya los 15 años de edad, ya no me preocupaba demasiado caminar por las calles de mi barrio, y mucho menos hacer una que otro paseo enfrente del psiquiátrico y al lado de “ya sabes quién”. Lo único que no me agradaba en lo absoluto es que era una ruta muy corta para poder llegar a casa después de salir de la escuela, en esos tiempos me dedicaba a los estudios de bachillerato en una preparatoria situada en el corazón de la ciudad, en ella tomaba clases en la tarde y mi hora de salida oscilaba entre las 8 o 9 PM dependiendo del horario de ese día. Si bien me podría regresar en servicio colectivo, trataba de ahorrar algo de dinero para poder comprar algún objeto que saciara mi ociosidad. Así que, con mis precauciones, optaba por la ruta más larga pero más iluminada o pasar por la ruta corta, pero enfrentando los faros fundidos, la zona del manicomio y ya saben que. Un día, casi 9:30 PM, algo ya tarde para caminar cercade mi colonia, me atreví a recorrer la ruta corta para llegar a la casa. Transité por el nuevo hospital, donde antes había unas oficinas, y me dispuse a concentrarme para pasar tranquilamente por la alargada calle con la pendiente que atravesaba por la extraviada y oscura banqueta. Y sin dudarlo, conteniendo una respiración profunda enrollé mis dedos convirtiéndolos en puños, tan firme como sigiloso empecé a acercarme a la fachada despintada de aquel viejo manicomio. Entonces, y muy a lo lejos, estaba allí, quizás una persona o algo parecido a una persona, esperando en las sombras, donde los faros específicamente dejaban de iluminar. Me paralicé unos instantes, pero quería pasar por allí, y no dar vuelta atrás pues mi tiempo era todo, pero menos apremiante. Con la boca seca, lo ojos bien despiertos, un sudor que bajaba de mi frente y brazos humedeciendo mis manos, lidie con la imaginación de mi mente, que quizás me jugaba una broma de mal gusto, pero no lo fue de todo así. Había una persona que estaba de pie y debajo de la vieja ventaja, la cual tenía una luz amarillenta escapando de ella, y en seguida como si fuera un disparo salí corriendo en dirección a la silueta, mientras me acercaba esa sombra empezó a desaparecer, tanto fue así que cuando le rebasé, ya no había nada atrás de mí. Y como si fuera una maldición del pasado, allí estaba esa estatua, con la cabeza reclinada hacia mi dirección, aparentaba un rostro con una sonrisa, como si estuviera observando mi alma, mi miedo.

En estos momentos, que hago el esfuerzo de los recuerdos del pasado, de lo que una vez fue solo un susto, se esta volviendo pesadilla. Estoy tan apretado con las sabanas de mi cama, porque sé que lo estoy escuchando, sé que él está allí afuera esperando, tengo razón, son casi las 4 AM y escucho a una persona trotar en frente de mi casa. Pisadas con un ruido extraño, como si fuera la de martillos golpeando la piedra, o quizás, como la de una piedra golpeando una y otra vez el pavimento de la calle. No me quiero asomar, no quiero que eso se quede en mi mente el resto de mi vida, y que termine con una camisa de fuerza dentro de un cuarto de seguridad. Pero esto no ha parado desde que he hecho las reflexiones respectivas a esta inusual situación. Solo esperaré que los ruidos paren, y que todo desaparezca, que el sol se interponga ante la oscuridad y yo, yo me vea libre de su tormento.

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