LA MUJER MERECE UNA EDUCACIÓN ESPECIAL DIALOGO XXIV

LA MUJER MERECE UNA EDUCACIÓN ESPECIAL DIALOGO XXIV

Jose Jesus Ceron

14/10/2022

INTRODUCCION

Por circunstancias de momento, algún día se me ocurrió definir la palabra madre como: la persona que en el hogar siempre tiene la culpa. Mi definición les pareció a algunos de los circunstantes no solamente jocosa, sino cierta, puesto que con frecuencia eso es lo que sucede. La persona que más respeto, aprecio y consideración merece es, en muchas oportunidades, la víctima injusta de las inculpaciones, del desamor y la ingratitud. Ella, a cambio, calla y soporta con paciencia, esperando quizás que en ese terreno abonado con lágrimas y sacrificios brote el justo reconocimiento. Y no solamente la madre se ve abocada al sufrimiento del trato injusto: la mujer por su simple condición de género, sufre el menosprecio gratuito y el trato discriminatorio.

Por estas mujeres, herederas de la discriminación, que desde temprana edad empiezan a recibir la educación para la inferioridad, vale la pena cualquier esfuerzo reivindicatorio. La mujer no es inferior, no puede considerarse inferior; más aún si acudimos a la racionalidad con que, en estos momentos de la historia humana, hemos de pensar y de actuar. Sin embargo, la historia que nos tocó aprender no fue la narración de los triunfos de la mujer a través de los tiempos y las regiones, sino el recuento de las humillaciones y la carencia de derechos, cuando no la ausencia total en esta narración: el olvido.

Lo poco que sabemos de los ancestros humanos nos deja cierta claridad sobre la vida y las costumbres del “homo erectus”, del “homo habilis” y del “homo sapiens”. La fuerza bruta de todos ellos les daba una ventaja física que utilizaban en provecho individual. Siguiendo los modos de proceder del resto de mamíferos, la hembra empezó a asumir un papel que la alejaba de la lucha externa y la confinaba a la crianza y al cuidado del hogar. Sus habilidades se multiplicaron, pero su fuerza física se rezagó, razón por la cual hubo de acudir a la protección del macho; allí puede estar el origen del machismo que, como se ve, no se fundamenta en la superioridad mental sino en la fuerza bruta. Para las culturas del comienzo la hembra ya tenía esa condición de inferioridad que, con el correr de los años, en vez de desaparecer se mantuvo y hasta llegó a incrementarse con la aparición de ciertas religiones y tradiciones irracionales. Hoy tenemos a una mujer dotada de excelsas cualidades y virtudes, como la ternura, el amor, la capacidad para el sacrificio, la disposición para el servicio y un incomparable sentido del deber, dotaciones que paradójicamente, en lugar de volverla poderosa y dominante, han permitido el menosprecio y el abuso.

Intentemos dar alguna explicación a este hecho lamentable. En oportunidades anteriores he sostenido que las facultades del ser humano son: poder, sensibilidad, razón y consciencia. A la facultad de decisión, acción y dominio la vamos a llamar poder. Es una facultad en común con los animales; el animal que puede, sobrevive y el que no puede, no sobrevive. El que puede se alimenta y se reproduce y el que no puede, pone en peligro su vida individual y la de su especie. Lo mismo le sucede al ser humano. Para sobrevivir no se necesita ser racional, ni sensible, ni consciente, sólo se necesita poder. Avanzando un poco en la observación, se puede llegar a la conclusión de que el poder se caracteriza por ser instintivo, irracional, insensible y desconsiderado, de modo que sólo necesita de la fuerza bruta para actuar. Fuera de esta facultad de base, el ser humano tiene la razón, la sensibilidad y la consciencia. Que las tenga no significa que las utilice en todo momento y lugar: con frecuencia actúa sin razón, sin sensibilidad o sin consciencia. Ahora bien, para entender y aceptar que la mujer es igual al hombre en facultades y derechos se necesita pensar y sentir. Un animal no lo puede hacer. ¿Qué podemos decir entonces de las personas que no lo hacen o no lo pueden hacer? Que hay seres humanos más cercanos a la animalidad que a la humanidad. Ser humano implica pensar, sentir y comportarse como tal. No basta caminar en forma bípeda y utilizar las manos para llamarse humano. Ser humano es un título que necesita certificarse y ese certificado sólo lo da el comportamiento.

Ahora podemos entender que solamente la irracionalidad humana ha confinado a la mujer dentro de los territorios de la inferioridad y del desprecio. No ha sido suficiente la trascendencia de su misión de madre, criadora, educadora y formadora de la sociedad para darle un lugar de privilegio. No han bastado sus capacidades, sus logros y sus méritos bien ganados para merecer el consiguiente respeto y consideración. Tampoco han servido sus logros como fundadora de la sociedad civilizada, promotora del progreso y cofundadora de ese núcleo que se llama patria para recibir una educación coherente, a la altura de su misión, de sus capacidades y de sus méritos.

Esa educación especial, que por todos los conceptos merece la mujer, es el anhelo de este escrito: una educación liberadora y propulsora a cambio de la “educación confinadora” que siempre ha recibido. Una educación que le permita abrir los ojos para ver los peligros a los cuales está expuesta, le dé poderes y la capacite para vencer. Una educación que la lleve a valorarse y a hacerse respetar, que la levante a la altura de todos y la llene de dignidad y señorío.

Este escrito es una invitación al reconocimiento de la verdadera realidad femenina, ciertamente diferente, pero no inferior. Es un llamado a la sociedad y al estado para que se emprendan desde todos los ángulos las acciones conducentes a la reubicación correcta de la mujer conforme corresponde a su naturaleza, a su misión, a sus capacidades y a sus méritos. Si queremos hacer patria, eduquemos a la mujer, que está ubicada en los cimientos mismos de la patria. Empecemos por el principio: en el universo humano el principio es la mujer.

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