Cotidiana

Uno no entiende dónde está parado

Hasta que las piernas no sostienen

Uno no comprende el terror latente

Hasta que tiembla

Uno cree que es importante todo

Hasta que algo se vuelve importante.

Uno se inclina, se desvanece

Estalla en lágrimas que no nos lloran

Y desnudo

Y entregado

Se distrae…

Y cae nuevamente parado.



La fiesta eterna

Serenatas de días grises,

Murallas del tiempo atravesadas,

Aurora implacable que nos alienta

Y nos fuerza, y nos seduce.

Danzarines, trapecistas

Y embaucadores de la vida.

Arrecifes siniestros

Que vienen a contener el alma mía.

Alma mía, tuya, de otros,

Solitarias aprehendiendo la aurora.

Profundo ritual de la última noche

En que no queda nada

Y nada se ha bebido.

Secretos

Ponte silencio a refugio

Sálvate ignorando lo que callas

Cree ilusorio, inocente

Que todo ha sido dicho

Que los otros

Ya te denunciaron.

Rompe silencio el laberinto

Atrévete a contar en círculos

Fundiendo pensamientos y sentires

Hasta que la razón te venza.

Miéntete, ¿acaso ya no lo has hecho?

Invierte el orden, el presagio

Callar es cobardía y lo sabes

Pero sólo a solas cuéntate la historia.

Entonces revive

Sopla

Reinventa sueños

Sé feliz.

Los otros ya han declarado sus designios

Calla honesto

Aunque la garganta estalle en ecos

Aunque la voz

Siempre te desmienta.

El gran lector

Gran parte de mi vida ha sido un exhaustivo ejercicio de la memoria.

Confecciono grandes, importantes, imprescindibles listados de textos no leídos, con sus autores respectivos, fecha de primera impresión y editorial. Es una tarea difícil, más bien ingrata. Mi trabajo nunca finaliza; apenas cierro el catálogo de un autor que cayó en la desgracia de fallecer o no escribir nunca más, aparecen otros, muchos, dispuestos a darme faena para rato.

Yo soy excesivamente minucioso en mi tarea. Ordeno alfabéticamente las listas, luego las rearmo por títulos, más tarde por años, por editoriales. Invento reglas mnemotécnicas que me posibilitan recordar fácilmente la obra nunca leída por mí.

Así, por ejemplo, cuando estoy en uno de esos encuentros literarios y alguien me dice:

-¿Leyó el último libro de Stevengeld?

Yo hábilmente recurro a mi juego de memoria (técnica por otra parte secretamente guardada), pienso, deduzco y contesto:

-¿Rosario inesperado?

-Sí, claro- dice mi interlocutor con aire de placidez y camaradería. ¿Y qué le ha parecido?, arremete inevitablemente.

-Sumamente interesante, con grandes líneas para pensar…- digo yo con aires reservados y defensivos.

Soy una persona muy reconocida en el medio, no hay reunión, tertulia, ágape o acto académico en el campo de las letras al que yo no haya sido convocado. He recibido premios de los más meritorios. He dado conferencias extensísimas sólo nombrando infinita cantidad de libros escritos por otros y que yo respeto y admiro profundamente habida cuenta de no saber de qué se tratan.

El mundo literario es fascinante; no imagino mi vida sin él.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS