Salí una vez con un muchacho al que le gustaban los souvenirs, quizá no lo digo bien, porque lo que le gustaba, más bien, es que le regalasen cosas. 

Macetitas, collares, piedras, prendedores y cualquier objeto que pudiese presumir de importante en su sencillez.Yo, para no ser menos que sus otras mujeres, le regalé un feo incensario gris cemento y los triangulitos para quemar, un jarrito enlozado que era de mi papá, unas compoteras de acero inoxidable y una laminita autoadhesiva que pegó en el termotanque. También el champú que compré para bañarme cuando me quedaba a dormir.

No presumió nada de lo que le regalé. Por eso lo dejé. 

Un lunes le dije que no me interesaba tener una relación con un cascarón. No volví. Me buscó un par de veces, cada vez que habló, sentí en mi oído el sonido del mar.

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