No tengo experiencia sobre cómo cuidar a una gata vieja. Desde hace unas semanas tiene mal aliento, imagino que algún problema bucal que habrá que resolver. También descubro que le gusta pasar más tiempo tirada al sol, en una maceta cantero sin flores. Es como si hubiese descubierto un nuevo ritmo; la época de detenerse en las pausas que le ofrecen las tardes cálidas de la primavera.
Nunca cazó, no me trajo regalos.
Recuerdo que durante los años que vivimos junto a Simón, el otro gato, estuvo enojada. Lo supe después de que el gato murío, cuando ella comenzó a ronronearme y pedirme cariño de nuevo.
La luna (así se llama) es negra como la obsidiana. La otra luna, la del cielo, también es negra y opaca, un trozo de piedra flotante en un vacío infinito. La luz es un fenómeno extraño, tanto como nuestros ojos que aprendieron a verla, que saben de la oscuridad por la ausencia.
Duerme en mi cama la luna. Construyo junto a ella un vínculo novedoso, aprendo a vivir con una gata vieja.
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