Se me hace imposible pensar y traducir mis pensamientos y emociones a otro mundo debajo del agua. Dentro del océano digo, si es que los peces piensan. Tengo días tratando de sacar la mente de esta humareda que me hace preguntarme como la carne sentiría la congoja viviendo debajo del mar.
En que momento se detiene un banco de peces cuando uno de sus integrantes se siente azul, se siente triste? Acaso se toma el grupo el tiempo para descansar? Para tomar un respiro (ríase) o acaso lo culpan de no tener agallas para seguir adelante? No puede ser que exista un blues submarino. No me lo imagino. Detenerse de vez en cuando para escuchar una bachata en un arrecife cualquiera. Revolcarse en la arena. Lamer un compañero psicodélico para olvidarse de la tristeza en el Mar.
Con frecuencia allí me veo. En el horizonte. Salpicado de turquesa, a dos tercios del cielo, sopesando entre la mar y la pesca, montado entre la raya o la duda, flotando cae mi cuerpo inútil, despegándose las uñas al borde del agua. Me he imaginado todo un jornal ahí debajo. Hinchado amanece mi cuerpo, convencido de la honda tristeza de las aguas, tras haber escuchado la liturgia de los arrecifes.
No se puede negociar la llorada con estas mantarrayas. Cuando abro la boca para responder me ahogo. Los bancos de peces incomodos de que no les devuelvo la atención que ellos me prestan. Y me doy cuenta que el aire es un lujo. Me hago pegar de las estrellas de mar, ansió adherirme a las piedras, hacerme parte de la arena, anónimamente flotar sobre el nivel del mar
Es común sentirse en océano abierto mas pez que embarcación? Mas aleta que submarino. Sin bocinas ni velas, con los alerones mojados. Y los pensamientos de rémoras que habitan en mi trapecio. Sin mondadientes que excave mi boca. Destinado a morder sin diente. Saludar de cobardía los tiburones y cuestionar quien es el depredador en realidad.
No ha habido escudo que blandir en la imaginación contra toda esta camada de creaturas que se hacen comuna dentro del agua. Sin vitrales ni hortensias, ni egos ahogados, he venido para treparme debajo del sentimiento que nada, para moverme en el tranvía del agua hacia al sufrimiento común de un ser vivo, y no puedo ver mas allá de la fatiga de las burbujas, el tedio del nado, y ha sido extraditado de mi el sentimiento de optimismo que esperaba encontrar en este inhóspito lugar una respuesta empática al sufrimiento mío sobre la superficie, sin saber que los problemas míos son míos y de los humanos, de los criollos, nativos de la tierra, nacidos del cielo, cosa que no comparten tiburones ni rémoras, ni calamares tan ocupados en la tinta de sus manifestaciones escritas.
Los animales aquí, como nosotros, tampoco comparten la pena. Solo esperan que el océano las ahogue. Y así, he sido extraditado de nuevo a la tierra seca que me ha parido.
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