28-29-30 de septiembre del 2022

Querido amigo:

Estos días han sido diferentes, sobre todo por lo que viví esta semana. No sé cómo describirlos, pero ahora pienso demasiado todo lo que vivo.

El miércoles me desperté a las cinco de la mañana para ir al ensayo, que era a las seis. Salí con mi guitarra y mi maletín a la sede B, pero al llegar me dijeron que el profesor no había ido ese día, me devolví a casa un poco molesto y decepcionado, puesto que iba con grandes expectativas e imágenes en mi cabeza de cómo iba a ser el ensayo. Imaginaba a estudiantes talentosos, dispuestos a estar allí todos los días y practicar para lograr sus sueños, imaginaba al profesor feliz de motivarlos, de enseñarles, de darles  la inspiración necesaria para que no solo toquen la música, sino que la sientan, que  fluyan con ella, que no sea solo un simple ensayo para subir una nota, sino que sea uno de esos momentos mágicos en lo que todo lo malo desaparece y te vuelves uno con la música, con las notas, con el instrumento y sientes que estás en otro mundo. Fui a casa y repasé las canciones que tenía que tocar mañana, en otra presentación que tenía en la sede A. No pasó nada interesante en el colegio, ni en las clases, ni en casa, solo fue un día normal.

Me levanté al otro día a las siete y media, mi celular estaba timbrando, era María Paula. Extrañado de que me llamara a esa hora contesté.

– Aló – dijo ella, al fondo se escuchaban varias voces de personas, como si estuvieran en un lugar grande.

– ¿Aló?

– ¿Dónde estás?

– Eh, pues en mi casa, ¿Por?

– Ay Nicolas, hoy es la presentación, levántate y ven que inicia a las 8 y tenemos que ensayar.

– Mierda se me olvidó, ya voy para allá.

Colgué, me arreglé, afiné mi guitarra, salí, pero no quería correr, recordé cuando estaba en tercero de primaria, vivía en suba, mis papás se habían separado hace unos meses y mi padre iba todas las mañanas para llevarnos a la ruta. A veces no íbamos ni temprano ni tarde, entonces él decía “paso largo, paso largo”, mi hermano y yo exagerábamos los pasos, pero igualmente servía para no llega tarde al paradero. En ese momento no lo entendía, pero ahora valoro mucho el que mi padre, aunque tuviera trabajo todo el día y universidad por la noche, siempre iba hasta la casa para llevarnos a la ruta y vernos así fuera solo por cinco minutos. Él siempre nos decía “Yo dejé a su madre, pero no los dejé a ustedes, no los abandonaré”. Extraño esa época en la que los problemas que tenía era la tarea del colegio y ya, no me preocupaba por más, salía todos los fines de semana a jugar fútbol, yermis, policías y ladrones, congelados en todas sus versiones, jugaba Xbox con mis amigos de entonces, hacíamos torneos de trompos, no era consciente de los problemas económicos que sufríamos. A veces vivir en la ignorancia es mejor que ser consciente de todo. Hay un punto de la inteligencia en el que todo te causa fastidio, te parece absurdo, piensas en todo, te estresas, vives miserable y sin disfrutar la vida, sin disfrutar lo que vives, a las personas, los lugares, los momentos, los detalles pequeños que le dan un sentido al vivir. Recordando todo eso sonreí con cierta nostalgia y me dije a mi mismo “paso largo, paso largo”.

Al llegar a la sede B pregunté por el grupo del Sena, a lo que me respondieron que hoy no había ningún evento ahí, solo había una presentación del colegio, pero era en la sede A, que quedaba a veinte minutos caminando. Miré la hora y eran las ocho, así que, aunque no quisiera, tenía que correr. Llegué, saludé a todos, no había llegado tarde, ni siquiera habían ensayado, así que me relajé y me senté al lado de Andrés. Además de nosotros, había un grupo de personas que iba a hacer una obra de teatro, estaban arreglando el escenario, conectando los instrumentos que nosotros íbamos a usar. De ese grupo destacaban dos hombres de unos treinta años, ambos tenían barba y pelo largo, creo que la mejor descripción para ellos es simplemente decirles “Metachos”. También había un niño de unos trece años, un poco mechudo y me llegaba a los hombros. Todos nos ayudaron para las pruebas de sonido, fueron muy amables. A diferencia de las otras presentaciones, nos fue muy bien, no era como nos había pasado antes, sí cometíamos un error, simplemente seguíamos tocando y no sentíamos pena de ese error, nos enorgullecía. Esa era la prueba de que estábamos aprendiendo, de que apenas estábamos iniciando, y nos íbamos a acordar por siempre de ese error, pero esta vez con orgullo.

Ojalá hubieras estado ahí, era genial estar tocando una canción y ver a los padres, a los profesores y a cualquiera que se supiera la canción, cantarla y moverse al ritmo de ella, estaba feliz de que ellos sintieran lo mismo que yo en ese instante. Al finalizar, el niño y los Metachos nos felicitaron, nos dijeron que había salido muy bien. Les dimos las gracias y les entregamos los instrumentos, yo tenía planeado irme a casa, hasta que nos dijeron “¿Se quieren quedar a ver la obra?”. Todos accedimos sin pensarlo dos veces. Un metacho tocaba la batería, el otro el bajo y el niño la guitarra. Estaban sentados en una esquina del escenario con sus instrumentos. El niño empezó tocando con distorsión en su guitarra la intro de Smoke On The Water de Deep Purple, los actores salieron saltando al ritmo de la canción, cuando de repente, el niño se paró de su silla y empezó a tocar un solo de guitarra. Lo hacía perfectamente, los hammer-ons, los pull-offs, todas las técnicas le salían impecables. Aunque el día anterior no haya habido un ensayo, ese día pude ver a un niño talentoso, dispuesto a practicar todos los días para lograr sus sueños, y el cual realmente no solo estaba tocando la música, sino que la sentía y lo que es mejor, transmitía todo su sentir al público, me transmitió todo su sentir a mí, y le estaré infinitamente agradecido por ello.

Vimos la obra concentrados, sobre todo porque la música siempre iba acorde a lo que pasaba. Yo estaba sentado al lado de María Paula, de repente ella me dijo, “Mira” señalando con su dedo la calle que se podía ver a través de una ventana. Volteé a mirar, pero no vi nada, volví la mirada hacia ella y me dijo “¿Enserio no lo ves?”, negué con la cabeza y me volvió a señalar afuera diciendo “Ese es Damián”. Ahora sí lo había podido ver, él estaba sentado enfrente de la entrada del colegio, solo. No le presté atención y volví a mirar la obra, solo que ya no podía, ahora solo pensaba en Damián y en hablarle. Decidí que era la oportunidad perfecta, me despedí de todos, el instructor me dijo que me quedara, que la obra ya iba a terminar, le inventé que mi padre me había llamado y que me tenía que ir ya. Salí del colegio y fui directamente hacía Damián tratando de pensar en que decirle.

– ¿Me puedo hacer aquí? – dije sentándome al lado de él.

– Sí, claro.

– … Hola.

– Hola

– ¿Cómo estás?

– Bien, ¿Y tú?

– Bien. Sé que no hemos hablado desde hace mucho tiempo, perdón por eso. Tengo tanto que decirte, pero ya sabes que no soy bueno con las palabras.

– Lo sé, perdón también por no hablarte.

– Pues… Fue mutuo, ¿Puedo preguntarte algo?

– Claro.

– Alguna vez, aun así, en lo más mínimo… Nada, olvídalo.

– ¿Alguna vez qué?

– ¿Alguna vez pensaste en mí?

– Sí, cuando te veía en los pasillos quería hablarte, pero no sabía qué decirte.

– Perdón por no buscarte ese miércoles.

– No, perdóname a mí, no sabía qué decirte y me escondí.

– ¿Por qué no simplemente me dijiste que no y ya?

– No es tan fácil.

– Técnicamente sí, solo tenías que decirme eso.

– No es tan fácil.

– Escribí algo, en lo que digo todo lo que siento, sí te lo mando… ¿Lo podrías leer?

– Sí, dale.

Se hizo un silencio largo.

– ¿Por qué estás aquí tan temprano? – pregunté yo.

– Mi sobrina está aquí, tiene una especie de evento o algo así, tengo que recogerla, ¿Qué haces tú aquí?

– Yo toqué en el evento – se volvió a hacer otro silencio largo.

A través de la ventana se podía divisar que ya los niños estaban saliendo del auditorio.

– ¿Quieres acompañarme? – Preguntó él.

– Sí.

Me levanté y lo acompañé a la entrada, aunque me hice unos metros detrás porque había demasiados padres esperando a sus hijos y no quería estorbar. Después de unos cuantos minutos la sobrina de Damián pudo salir, esa niña me recordó bastante a mis sobrinos. Él le preguntaba cosas como sí ya comió, o qué tal estuvo el evento y cuando la niña le respondía, me daba mucha ternura y sonreía… No sabes la falta que me hacen mis sobrinos, extraño cuando vivían conmigo, extraño el despertar y verlos, abrazarlos, decirles que los quiero, jugar peleas con ellos, extraño cuando íbamos a la base del espacio y teníamos pistolas laser, cuando íbamos al parque, los alzaba y ellos se convertían en Superman volando. En fin… Los extraño demasiado.

Cuando íbamos llegando a la portería de Damián, me encontré con Marcela, yo me paré a saludarla y Damián siguió derecho a la portería, se sentó en la reja que protegía las flores y me esperó ahí. Al despedirme de Marcela me senté al lado de él.

– ¿No tienes que entrar para dejar a la niña?

– Sí – en ese momento una señora estaba entrando a la portería y la puerta se cerró – pero justo la puerta se cerró.

Cuando él dijo eso recordé todas las veces que ponía alguna excusa como esa cuando le preguntaba sí sus padres no lo regañarían por llegar tarde. Hablamos un poco, pero ya se tenía que ir.

– Creo que ya debería entrar – dijo él mientras se estaba levantando de la reja.

– Antes de que te vayas… ¿Te puedo abrazar? – aunque no pareciera realmente tenía muchas ganas de llorar, realmente lo extrañaba.

– Sí, claro – Damián no tenía tapabocas y pude ver una sonrisa cuando me respondió. Lo abracé fuerte, me sentía seguro.

– Enserio perdón – le dije mientras nos abrazamos.

– ¿Por qué?

– Por no hablarte, te extrañé, enserio. Perdón.

Dejamos de abrazarnos y nos despedimos. Llegué a casa y justo antes de salir al colegio le envié lo que había escrito el 20 de septiembre. No lo vi en el colegio, aunque realmente no me importó mucho, ya estaba feliz con lo que habíamos hablado. Mi hermano me dijo que el sábado había una fiesta, yo nunca he ido a fiestas que no fueran los quince de una prima lejana o el cumpleaños de algún conocido. Esa noche le pedimos permiso a mi padre para ir, él dijo que sí, pero que no podíamos ni tomar, ni fumar y mucho menos drogarnos. Aceptamos y al día siguiente compramos las boletas en el colegio. En descanso entré a la biblioteca del colegio a leer. Danna estaba ahí escribiendo cartas para personas del salón. A la siguiente hora de clase volví a mirar mi libro y tenía una carta que decía “Para: Nicolas Jiménez De: Danna”

Me parece que eres sumamente talentoso, gracias porque al fin siento que hablo con alguien real. Me gustan tus relatos y cómo me hace sentir tu escritura. Gracias por demostrarme que aún hay personas que no están vacías y que puedo vivir un poco más.

Me sentí especial al leer esa carta, la tengo en una especie de estante que hay en mi habitación.

Esa noche en casa vimos Elvis la película con Marcela y mi padre. Ya era media noche, mi padre estaba dormido y bajé a dormir, mañana tenía Sena.

Aquí entre tú y yo, no sé qué hacer con Damián. Me refiero, quiero que lea lo que escribí, no es una especie de carta, solo es lo que siento y pienso, no le estoy tratando de decir que lo quiero, ni que es una gran persona. Solo quiero que sepa lo que yo sentí, pero no sé si se ofenda por algunas cosas que escribí. Espero que no.

Con Cariño, Nicolás

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