Mi abuela jamás se equivocaba, o: El nefasto complejo Socrático de irresponsabilidad viciosa (Y el morbo de descubrirla).

Mi abuela jamás se equivocaba, o: El nefasto complejo Socrático de irresponsabilidad viciosa (Y el morbo de descubrirla).

Julieta Sarutobi

27/09/2022

Siempre supe que había algo mal en aquel sujeto. Obviamente no podía decir nada, es algo que sencillamente estaba por fuera de las acciones que podía realizar desde mi rol como psicóloga. Es gracioso de hecho que hoy, a más de quince años de haber dejado atrás el título que otrora ostentaba, considero que poseo la suficiente capacidad profesional como para no revelar el verdadero nombre de aquel sujeto, incluso si soy consciente de que es poco probable (por no decir imposible), que el vaya a enterarse de que de alguna forma de que he divulgado parte de su historia, especialmente. Lo suicidas exitosos tienden a darse el lujo del silencio perpetuo, después de todo.

No es que me resulte especialmente importante. Suena cínico, pero contrario a lo que la gente suele a pensar respecto a mi profesión, no me pagaban por generar vínculos emocionales. Ese era mi modus operandi, la lógica que regía mi día a día.

Quizá era cuestión de mala suerte o quizá la crudeza de mis palabras y el deseo masoquistamente innato que poseen las personas de oír sus defectos, fracasos y fallos siendo nombrados en voz alta… ¡Y es que vamos! No hace falta que los niegues… ¡Sí, tú! Imbécil que lees esto, ¿Cuántas veces has preguntado por tus defectos? ¿Con cuánto morbo le preguntas a otros que piensan de ti? Siempre esperando lo peor. Incluso si te mientes diciendo que esperas lo mejor para no ilusionarte con una falsa opinión favorable. Esperas lo peor, quieres oír lo peor. Es un peso que quieres quitarte de encima…

Sea como sea, y volviendo al extravagante desfile de perdedores que me vi obligada a aceptar tras las puertas de mi consultorio, creo que los más destacables posiblemente fueron el tarado que defendía con uñas y dientes que Jorge Luis Borges lo había plagiado, el estúpido que creía que el amor era una definición de URÓBOROS e incluso un perdedor que aseguraba que Dios efectivamente estaba muerto.

Pero no, tristemente el paciente del que quiero hablar hoy no forma parte del selecto grupo de bizarros extravagantes que antes he citado. De hecho, si tuviera que colocarlo en un grupo diría muy posiblemente que está más cerca del largo desfile de subnormales mediocres, enamorados de su madre, misántropos, autodestructivos y depresivos, e incluso habiendo achicado tanto los estándares de lo que puede llegar a ser una persona interesante, sobra decir que era más decepcionante que todas esas personas.

No sé para qué iba a las sesiones, pero pagaba de forma regular. Simplemente pagaba.

Lo único destacable en él era un patrón de conducta. Un patrón tan pero tan patético que lo pasé por alto varios años…

Desde la primera vez que lo vi tomar asiento delante de mi escritorio, lo escuché hablando una y mil veces acerca de su abuela. Siempre la traía a colación, siempre hablaba de ella. Siempre la ponía de ejemplo.

Mi abuela era una mujer muy sabía, fue como una madre para mí. Todo lo que sé y lo que soy es gracias a ella.”

¿Cuántas veces oí esa frase? Incluso de tanto en tanto citaba algunos extraños lemas de vida que eran adjudicados a la mujer que lo había criado, es decir a su abuela:

“Mi abuela solía decir que los humanos nacemos para vivir en soledad. Debemos pelear por cuenta propia para ganarnos lo que tenemos.”

“Mi abuela solía decir que la vida es como un cuento narrado por un cuentista con Alzheimer: Sin sentido y sin una buena estructura narrativa”.

“Mi abuela siempre decía que debemos ser la persona de la que nos gustaría enamorarnos”.

Una y otra vez, siempre repetía frases de ese estilo. A cada cosa que yo le decía siempre tenía una cita de su abuela.

Algunas tenían sentido, otras eran cuestionables y las demás simplemente parecían ocultar alguna especie de intento fallido de sabiduría casi dogmática, pobres intentos de filosofía barata casi propios de algún ridículo libro diseñado para meter a adolescentes deseosos de historias imposible en el patético mundo de la autoayuda… ¿¡Pueden creerlo?! Así, así de tonto como suena.

Creo que sobra decir que había algo en mi paciente que me hacía sospechar de que era poco más que un mentiroso patológico. Uno de esos tan patéticos como aburridos. De la clase de persona que se cree inteligente, que cree que todo el mundo está cayendo inmerso en la historia que plantea mientras que todo el mundo a su alrededor sabe que están mintiendo.

Sí. Así lo veía, y mientras escuchaba cada una de sus palabras mordía mi labio inferior aguantando la más grosera de mis carcajadas. Algo en mí gozaba haciéndole creer que me estaba haciendo caer en sus anécdotas casi imposibles, donde siempre salía bien parado, coronando cada una de esas historias con alguna de las famosas frases de su abuela, tras la cual era evidente como su pecho se inflaba de orgullo, quizá creyendo que su mentira había logrado convencer a alguien, exhalando casi en una señal de alivio… “Mi abuela siempre tenía la razón, jamás la ví equivocarse”.

Frase estúpida, estúpida como pocas. Estúpida como él…

Había algo excitante en oírla, algo que me obligaba a encogerme en mi silla mientras pellizcaba la carne de mi labio inferior entre mis dientes, aferrando los brazos a mi vientre y entrecerrando los ojos. La sensación casi orgásmica que genera encontrar en otras personas el patrón conductual en el cual

basan una personalidad fingida tan pobremente caracterizada es algo que no conoce nombre.

Sobra decir, que incluso entre mis colegas nunca fui demasiado bien vista. Me gusta pensar que era algo que se debía a mi exceso de sinceridad, aunque tampoco me tiembla la voz al decir que quizá soy demasiado cínica. Quizá el morbo en ocasiones me supera y eso mismo me lleva a ser cruel intencionalmente.

Cabe la posibilidad incluso de que mis estudios universitarios hayan sido orientados por eso y no por un genuino interés filantrópico. ¿Importa acaso? No. Estoy plenamente segura de que no.

Ni el más imbécil entre los imbéciles piensa que puede encontrar a un amigo genuino en un psicólogo.

La irresponsabilidad es un vicio. Y uno de los grandes vicios de la humanidad es no tomar responsabilidad ni de lo que son ni de lo que deben hacer.

Yo lo hago. Por eso me llaman cínica…

Pero dejando de lado mi desesperado intento por llamar la atención adentro de este testimonio, quiero dejar en claro que la irresponsabilidad como vicio es un concepto importante para entender una de mis deducciones más interesantes. Una deducción que según yo, incluso debería ser catalogada como un hallazgo clínico: El complejo de irresponsabilidad Socrática…

Sí. Es importante para entender este relato hacer un innecesario párate adentro del aburrido, pretencioso, e innecesariamente rebuscado terreno de la filosofía, específicamente en la relación que existía entre dos de las figuras más sobre-analizadas, sobrevaloradas y asquerosamente citadas y recitadas, estoy hablando de la relación existente entre Sócrates y Platón, y no necesariamente abordando esa relación desde el terreno del estudio epistemológico ni histórico.

Quiero que hablemos de una verdad incómoda: SÓCRATES NO EXISTE.

¿Soy la única tarada que se ha dado cuenta? Es decir… ¿Alguien más se ha cuestionado el hecho de que toda la maldita obra Socrática no es más que el relato de Platón? Sí, un montón de anécdotas supuestamente vividas y narradas por el supuesto Sócrates, pero siempre contadas desde el punto de vista de Platón.

Y sí, también soy consciente de que es posible establecer un diálogo entre esta relación y la que existía entre la figura histórica de Jesús con sus apóstoles, resumiéndose todo en que al final del día tenemos un montón de anécdotas, frases y vivencias dichas por alguien que era innegable e indiscutiblemente sabio, muerto de forma injusta para ascender al estatus de mártir y que para colmo de males, ofrecen muy poco contexto o evidencia de que dichos escritos realmente tienen relación con la persona a quienes se les vinculan…

Hay algo muy conveniente en haber tenido un mentor sabio… ¿Verdad? Es decir… ¿Qué tan popular hubiera sido la frase de “Solo sé que no sé nada”, si hubiera sido dicha por una persona cualquiera? No nos hagamos lo estúpidos.

Si mañana alguien que no conocemos dice esa frase, más que lucir sabio va a lucir pretencioso y fácilmente tachable de un pobre ridículo en busca de atención…

Pero si lejos de eso, adjudicamos dicha frase a una figura histórica realmente importante, con una muerte que le ha martirizado y demás, tenemos el combo perfecto para crear una frase sabía e icónica.

Aplicando eso a un contexto real, poner palabras e ideas nuestras en boca de personas ajenas es innegablemente una forma de expresarnos sin tener que soportar el miedo o la vergüenza de que el planteamiento no cuele y quedar en ridículo.

Se convierte por tanto el “Mentor sabio”, en una figura asquerosamente conveniente.

No es lo mismo que yo diga “Creo genuinamente que la gente disfruta de ser dañada”, a que diga “Mi mentor solía decir que toda la gente genuinamente disfruta de ser dañada”, o incluso que diga algo más profundo como “El célebre profeta Pepeelpelotudo dice que todo el mundo disfruta de ser dañado”.

La connotación cambia. Y cambia notablemente.

En una, solo soy yo dando mi opinión. En la otra, estoy hablando a través de una figura que de entrada posee un título digno de respeto, tal como lo puede ser mentor o incluso profeta… ¿Importa en realidad que la otra persona siquiera sepa que ese mentor o profeta es real? La realidad que no. Si la gente es lo suficientemente perezosa como para no leer las noticias más allá del titular, difícilmente se le puede pedir a alguien que siquiera se tome el trabajo de corroborar que una persona aleatoria citada en medio de una conversación sin mayor trascendencia existe.

Como hemos establecido antes, hacernos cargo de nuestras propias ideas nos pone en la línea de fuego. Pero hablar a través de un tercero, nos ahorra la molesta parte de comprometer nuestra integridad al momento de establecer una idea, algo que puede resultarnos especialmente útil si queremos evitar discusiones o simplemente no mancillar nuestra persona, por no mencionar que en otros casos puede darle un halo de veracidad o misticismo a cualquiera de nuestros enunciados.

A esta conducta, la nefasta e irresponsable costumbre de hablar a través de un tercero para no hacernos cargos de nuestras propias ideas, la he bautizado como “Complejo Socrático”, un título que alude al modo en la que el propio Platón parecía hacer uso del nombre de su casualmente sabio y respetado mentor…

Todo esto nos lleva a la conducta de mi querido paciente. Sí. Fue en él que lo descubrí.

Fue en él que ví con mis propios ojos, asqueada a la par que decepcionada, que una persona tan mediocre podía caer incluso más bajo, y que todas las supuestas “Citas” de su abuela, llenas de esa patética sabiduría barata, no eran más que un montón de ideas propias que el muy canalla no se atrevía a decir…

¿Y qué mejor que la imagen de una abuela para representar esa sabiduría que con tanta desesperación quería evidenciar? La imagen de una persona que ya de por sí carga con el estereotipo de sabiduría en general, la imagen perfecta…

Desde que me di cuenta, cada vez que lo oía citar a su abuela no podía evitar que el morbo se apoderaba de mí. El clímax mental que presuponía el encontrar el talón de Aquiles en el discurso de otra persona no tiene límite……

Pero en una sociedad mal acostumbrada al vicio, era obvio que yo resultaría demasiado honesta y responsable como para encajar.

Una tarde, mientras lo oía citar a su abuela simplemente no pude contenerme. Como una fiera al acecho posé mi índice sobre sus labios y se lo dije…

Le dije que sabía que era un mentiroso. Le dije que era un vicioso de la irresponsabilidad. Le dije que sabía que su abuela no existía… ¡SE LO DIJE!… se lo dije………

Y aquí estoy. ¿Quién diría que decir la verdad te puede convertir en un paciente psiquiátrico y costarte la licencia?

Tal parece, que el mundo es de los viciosos.

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