Al comienzo opté sólo por mirar. Mirar sin decir nada.
Le di tiempo. Con paciencia, hice la espera a que llegara su confesión. No diré que siempre termino victorioso y obtengo lo que busco, pero en este caso…
No serán necesarias las explicaciones, ustedes al final, podrán juzgar.
Ya me había quitado la chaqueta. El revólver, guardado dentro de una gaveta y las esposas, aun colgaban de una de sus muñecas.
Tiene una mano sobre la mesa y la otra la mantiene abajo. Me observa y luego baja la vista. Me vuelve a mirar y ahora la sostiene desafiante. No lleva ropa puesta, no se lo he permitido. El cuarto está oscuro, menos sobre parte de la mesa y todo su cuerpo; el mío algo se ilumina. Sabe lo que vendrá, seguido de no confesar. Ninguno de los dos, a esas alturas, podrá hacer algo por evitarlo; entonces todo depende de su entrega, no de mí.
Esta vez estoy dispuesto en mi empeño, espero y miro. Aguardo a que se decida en decirlo. En ocasiones, me toma más tiempo; esperar hasta llegar al límite de la resistencia humana. En otras, no he podido mantener la calma y he terminado por abdicar, sabiendo qué vendrá después de eso. ¿Quieres saber? El cuerpo estará tendido y luego se arqueará. ¿Les dije que soy policía? Seguro ya lo han advertido por las esposas y lo del revólver.
Me paro, salgo del otro lado de la mesa, para situarme a su lado. Noto que tiembla, se percibe en su cuerpo, desnudo. Mientras más me acerco, más agitación veo en su piel; los pezones los tiene apretados y de un café que llega a ser casi negro. No es mi culpa, insiste en callar.
Levanta la vista buscando verme. Se oye el zumbido de la máquina conectada a la corriente. Suda. Su frente húmeda, es una delación, sobre el labio tiene pequeñas gotas. En el cuarto hace calor, todo está cerrado, no hay ventilación.
Le cojo la mano que mantiene sobre la mesa, lo hago por su muñeca; mira hacia abajo y veo que sonríe desafiante. Es tiempo me digo. Poso mi boca próxima a su oído, e insiste en provocar con silencio. No digo, no pregunto, sólo oye mi respiración caliente.
—¡No aguanto más! —termina por aceptar.
Se pone de pie y se sienta sobre la mesa. Deja el vibrador a un lado, los dos, podemos oír su zumbido sobre la cubierta golpeteando con velocidad. Me quita mi masturbador y se deja penetrar.
En mi oreja susurra, —Tú eres mi Inspector y yo, tu ladrona.
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