Me dieron mi primer beso, cuando jugaba a las escondidas con los amigos del barrio. Al traerlo a la memoria desde la distancia del ayer, he olvidado quién besó a quien, pero me alegro que haya sido así. Le echo la culpa a ella y le habría dado las gracias toda mi vida, hasta ayer.
La noche siguiente a la que me besó, estuvimos mirando un festival de la canción; terminaba de actuar Serrat, un grande, cuando una de sus canciones se me abrazó a la piel como lo había hecho ella menos de veinticuatro horas atrás.
Nunca lo había sabido sino hasta ayer, cuando saltando por YouTube volví al Catalán; la memoria me las jugó con un solo click y los parlantes dejaron escapar: «Por que te quiero a ti». Se me estrujó el pecho.
A la mañana siguiente me propuse hallarte. He dado vueltas LinkedIn, el face, Twitter, incluso regresé a Instagram. Nada. Solté el móvil y me quedé con el sabor del recuerdo.
El Catalán me las ha jugado ya dos veces. La segunda cuando hoy vuelvo a YouTube y lo oigo cantar su «Caminante no hay camino». Esta vez no sacaba nada con ir a las redes sociales, lo que necesitaba era un boleto de avión y cubrir los diez mil kilómetros que un día dejé atrás, cuando en un ataque de celos te di muerte al enterarme que lo amabas y tenías la maleta junto a la puerta.
Del comienzo de ésta historia han pasado setenta años, con su desenlace que me parece fue solo ayer.
Sonó la alarma, pronto quedará todo a oscuras y sigo detrás de estos barrotes, los de mi memoria. Los otros ya los cumplí.
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