Se secó las manos y miró su celular, por suerte ya era la hora. Y realmente por suerte, porque advirtió que de haber faltado 5 minutos más para terminar su turno su cabeza estallaría. Le retumbaba en su mente el deseo de querer llegar a casa, acurrucarse junto a su perro y soñar nuevamente un futuro mejor. Ya estaba cansado, pero no solo del día, cansado del destino y de la vida. Sabía que tenía que hacer algo para salir de ahí, planeaba en su mente alguna maravillosa idea que lo sacaría de allí mientras cruzaba la puerta de ese horrendo bar.
La noche le iluminaba el rostro y el frío no hacía juego con su remera mojada con agua y detergente. Pero aun así ni el más gélido día de invierno en el polo norte le quitaría la sensación de alivio que sentía. Había sobrevivido un día más a la pesada rutina, lo único que veían sus ojos por 10 horas era vasija de gente que tenía un mejor porvenir. En un plato de los que lavaba se encontraba el sueldo que se le pagaba por limpiar cientos. El mundo era realmente injusto y la vida le daba la espalda.
Hacía cuando no podía ver un atardecer, pues trabajaba sin descanso y cada vez que terminaba su turno el sol ya se había escondido y ese plano tan hermoso solo existía en sus pensamientos. Pensó que quizá sería lindo si sus manos no le dolieran por tanto lavar podría alguna vez pintarlo. Lo colgaría en su habitación, frente de su camita de una plaza, así además de tapar ese hueco podría verlo todos los días. Ya nadie podría arrebatarle su preciado atardecer.
Se sentó en la parada de bus, tomó de su mochila su rubik y se puso a jugar mientras el tiempo pasaba. Después de observar que sus manos estaban bastante lastimadas y que sería hermoso tener un par de guantes para trabajar, escuchó a lo lejos risa de algunos jóvenes. Era un grupo de 4 que aparentemente se dirigían a una fiesta. A simple vista tenían su misma edad, quizá unos años más o menos. No podía distinguirlo con exactitud, es que se veían tan felices que ignoraba los otros rasgos. Aunque los tenía a pocos pasos de distancia, sintió que había un gran abismo entre ellos, llamó a ese abismo desigualdad. Sino ¿De qué otra manera podría llamar a este fenómeno? ¿Qué los hacía tan diferentes? No encontraba justificación alguna por la cual él debía vestir de jogging y remera negra (que a lo sumo podría estar decorada con alguna mancha de lavandina) mientras que los otros vestían prendas bellas, caras y desfilaban hermosas sonrisas. A él le tocaba estar del otro lado, del lado que los reflectores no alumbran, a la sombra de eso que aquellos llamaban felicidad. Era tan solo un pequeño eslabón de esa cadena que aseguraba la diversión y el goce de los demás, se preguntó si el personal de la fiesta pensaría igual. Él sí pensaba en los demás, pero ¿Qué sienten los otros? ¿Será que acaso existe alguien que está cómodo con esa realidad? Quizá no tienen otra opción…
Terminó con esos pensamientos la luz del colectivo que se acercaba a la parada de colectivo, se levantó y mientras levantaba su mano izquierda para parar el colectivo, se dio cuenta que en su mano derecha reposaba el cubo rubik. Lo había armado sin darse cuenta. En esas manos había magia y en esos ojos, pintados por el reflejo de las luces del bus, yacía la luz de la esperanza. Solo faltaba algo, una oportunidad, un pincel quizá, con el que pudiera pintar su destino.
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