En la quietud de la siesta serranas, el sonido de los coyuyos y el canto sincronizado e insistente de algún hornero, rompían el silencio. Todo estaba aletargado como su ánimo. Desparramada su humanidad en el cómodo sillón del patio, dormitaba de a ratos. Sus pensamientos se perdían en el recuerdo, en proyectos, en la nada. Así se encontraba, inmersa en el divague, hasta que un veloz movimiento de una sombra en los matorrales de la pasionaria, que cubría el cerco cercano a la casa la sobresaltó. Fue solo un pantallazo que la puso alerta y la obligó a incorporarse en el sillón. A simple vista nada pasaba. Casi de inmediato volvió a su estado anterior. Le gustaba sentir el aire fresco de los árboles en su rostro que apaciguaba el ardiente calor en esa tarde de enero.
De todas formas, quedó pensando con los ojos entrecerrados en una explicación racional para esa sombra. Ensayó hipótesis y volvió a dormitar. Esta vez el sonido estuvo más cerca, era como si alguien de pasos cortos se hubiera acercado a la carrera. No quería abrir los ojos, un escalofrió recorrió su cuerpo y lo dejó erizado. Curioso. Estaba sola en la casa. Los perros dormían a su lado. En el patio trasero solo estaba ella y su alma.
Permanecía con los ojos cerrados como si esto fuera a impedir que lo que la preocupaba se manifestara, de igual manera que se encerraba en el pensamiento mágico infantil que la llevaba a escapar de la realidad en estos últimos tiempos después que fuera abandonada.
En esta oportunidad sintió que la perra se incorporó, olfateó en la cercanía de la yusca y volvió a echarse.
A los pocos minutos sintió pasos que se alejaban con la misma rapidez con la que se habían desplazado con anterioridad. Y allí tomo coraje y abrió los ojos. Una figura pequeña agazapada, con un gran sombrero de felpa raída se perdió en la nada. La resolana no ayudaba.
Los perros dormidos. Todo en calma. Todo, menos sus pensamientos ensayando historias.
Sonia Fabiola Demitrópulos
Cosquín, Cba, Argentina
3/2/18

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