No parecía ser un día diferente cuando el ya estaba en la parada. No era un día diferente de ese frío otoño, cuando las hojas colman las veredas. Su mirada no había cambiado desde la última vez, seguía cansada, arrepentida, rencorosa-.
Sus ojos se fijaban en las hojas que caían de los árboles, daban vueltas por los aires y caían al piso. Una de ellas llamo especialmente su atención, tenía un fuerte color rojizo y destacaba sobre las simples hojas marrones, era como si le dijera «Mírame, ignora todo y solo mírame a mí», la hoja mezquina dio vueltas por los aires y callo sobre un charco en la calle.
El charco reflejaba todo a su alrededor, y no solo eso, también a él. Él no solo vio un simple reflejo, él vio su mundo perfecto, vio sus sueños cumplidos, sus errores jamás cometidos. Vio un hombre irreconocible para él, un hombre sin rencor o arrepentimiento, un hombre feliz que, por alguna razón, tenía su cara. Vio en el charco todas las posibilidades y las sintió cerca, casi a su alcance, aunque era claro que no. Y era esa dualidad la que lo atormentaba, sentía posible aquello que jamás iba a lograr.
Él estaba ipnotizado por el charco, no podía mover la mirada de aquella insignificante masa de agua. Tanto así que hasta sintió que aquel extraño hombre lo llamaba.
-Hey, hey. Vos.
Era una sensación extraña, quizás nueva para el, jamás había sentido tanto deseo como en ese momento.
-¿Querés entrar? Vení, no hay problema.
Él pensó que, quizás, esa voz tenía razón, así el pobria borrar toda su angustia, ya no estaría cansado, ya no tendría rencor en su alma. Era, en pocas palabras, su salvación, podría empezar de nueve y, quien sabe, se podría volver a equivocar, volvería a odiar y se arrepentiría de su desición. «Ya no se puede estar peor», pensó mientras se preparaba para saltar a aquel charco. Él dato y voló como aquella mariposa mezquina, se sintió libre, diferente y el charco y el colectivo.
¿Estará arrepentido ahora?
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