Érase una vez que se era, en una tierra tan, pero tan, pero tantísimo… ¡Bueno!, mejor no nos vamos tan lejos porque después nos puede ser un poquito difícil volver, de tantos tantos que ya hemos puesto juntitos uno detrás del otro para seguir con el mismo cuento del ciempiés Lithobius Esdrújulos Esporádico a la cintura de la imaginación y en el océano de la fantasía.
Si todavía se acuerdan, Lithobius era bien parejito con tendencia pelirroja, tenía cien pies rubios y un bigote de aire compuesto, y vivía en un conservatorio en bastante mal estado, entre un bulto de rocas de invierno y un tronco puntiagudo. O algo así.
Pero Lithobius estaba solo, porque en su casa nada más cabían él y sus pies. Así que dos cuentos más atrás, él decidió buscarse una novia ciempiesa. Y fue a llorar a la cárcel.
En eso estábamos a más no poder, cuando se acercó la rana policía y gritó:
-¡Eh, conciudadanos, dejen de llorar, que les voy a tener que poner otra multa al burujón de todos ustedes, pero esta vez por exceso de velocidad lagrimal en propiedad estatal pública!
-Eso mismo le aconsejé yo a mi representado, camarada rana -señaló Desatino, haciéndose el simpático.
-¿Su representado?
Los hermanos Cangrejo remaron en círculos hasta ponerse bien lejos, previendo la hostilidad oficial.
-Permítame presentarme, estimado ilustre policía, señor rana: Mi nombre es Artrópodos Diplópodos Miriápodos, abogado plenipotenciario vitalicio emérito, licenciado en la Academia Griega Internacional de Ingeniería Quirúrgica y Retórica Penal de Puentellá, capital de Mojado. Y este individuo llorando a lágrima viva y pestañas inclinadas es mi muy defendido, el señor… el señor… -a Desatino se le trabó una cuerda, y apuntó al ciempiés, poniéndose bien blanco.
-Lithobius Esdrújulos Esporádico –dijo Lithobius Esdrújulos Esporádico, sollozando esperanzado.
-Pues el señor Lito Biusdrujus Losporalgo, ha sido incongruentemente detenido debido primeramente a que, como usted puede constatar por su apariencia, querido y elaborado señor rana, padece de un exceso oceánico interminable de carácter hereditario, corriendo el riesgo de inundar la región si alguien no le pone freno… Y tiene que ser un freno hidráulico auténtico e inmediato, ¡claro está!, pues se trata de una emergencia ambiental muy peligrosa y extremadamente desenfrenada, a raudales…
-¡Ay, mi madre la rana! –se alarmó el policía.- ¿Qué hacemos, señor plenipotenciario?
-Como he dicho, y puedo demostrar gracias a mis argumentos anteriores, yo he sido licenciado por la Academia de Mojado. No hay nadie en la región más calificado que yo mismo para diagnosticar, atender y remediar los excesos oceánicos hereditarios de mi representado, el señor Lito Biusése. Por tanto, puedo afirmar, prometer y acuñar solemnemente, en el día de ahora mismo, que mi representado debe ser enviado de vuelta a su casa bajo los cuidados extensivos e intensivos de un servidor, yo, como bien pude haber referido un segundo atrás.
La rana policía no sabía que decir. Así que Desatino insistió:
-Un diagnóstico incorrecto y una demora de dos segundos y medio pueden causar un desbalance descomunal del mediano ambiente, elevando los niveles del mar en una cantidad así –y levantó una multitud de pares de manos todo lo ancho que pudo sin exagerar-, de modo que debemos hacer algo inmediatamente… Pero puede también que ya sea muy tarde, y estemos perdidos… y nadie lo sepa… Por lo cual las debidas preguntas deben ser formuladas en el orden correcto a las autoridades esenciales mías.
-¡No! -gritó la rana, desaforada de miedo-. ¡No, por favor, señor usted! ¡Haga algo! ¡Mire que yo tengo muchos renacuajos que alimentar!
-No sé, señor policía –se hizo de rogar Desatino.- Es que parece que la inundación se encuentra en un estado muy avanzado de humedad bien mojada…
La rana policía sacó al representante y al representado a horcajadas de la cárcel.
-¿Y nosotros? –mugieron los hermanos Alberto y Lamberto Cangrejo.- ¿Nos podemos ir también?
-Ustedes limpien el diluvio –gritó la rana, dándoles un gotero a cada uno y cerrando de un tirón la puerta del calabozo.
-¿Ahora qué? –vaciló Lithobius Esdrújulos Esporádico, no menos sorprendido que nosotros.
-Pues ahora, ¡a correr! –chilló Desatino, dando el ejemplo con entusiasmo.
Media hora después, ambos se detuvieron debajo de un farol, en el mismo camino que conduce a la playa.
-¡Ay, ya no me siento las piernas! –mugía el milpiés Artrópodos, sin apenas poder respirar.
-Gracias, gran amigo -dijo Lithobius, quien por supuesto tenía menos piernas que sentir.- Me has hecho un gran favor al defenderme de esa rana policía. Estaré en deuda contigo para siempre.
-No te apures tanto, mi nuevo amigo –respondió Desatino-, pues no he terminado. Te prometí libertad y te prometí una cienpiesa, y un favor a medias no es favor completo, pues las promesas son deudas que nos hacemos a nosotros mismos, y las deudas se pagan, porque de lo contrario son mentiras y siguen siendo deudas… Así que espérame aquí.
El milpiés se arrastró lo mejor que pudo hacia la noche a punto de arrepentirse, dejando a nuestro héroe Lithobius Esdrújulos Esporádico sin medias de rayas cuadriculadas, ni botines de dos tonos, ni guantes de corredor de permutas, ni tampoco chaleco de lindas limitaciones o levita alegre y espejuelos de sol para usar a medianoche, pero sí lleno de esperanza.
Desatino regresó cuando el alba comenzaba a despertar. Gritó desde muy lejos, con tono victorioso:
-Aquí tienes –enseñando una caja enorme-: Rompecabezas de cien piezas, para mayores de dos años.
Y colorín colorado, este cuento se acabó, y el tuyo aún no empezó.
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