Con la tarde llegaron nubarrones tan espesos que se tragaron toda la luz y el color, la ciudad era un palícula de Chaplin. Algunas envolturas plásticas volaron y se mezclaron con la hojarasca que ya jugaba en remolinos. El fuerte viento, al colarse entre resquicios, comenzó a silbar y los árboles se bambolearon en las aceras, como La cojita de Juan Ramón Jiménez. Los azotones de ventanas formaron el motivo de las últimas lluvias de verano. En la calle los transeúntes miraron al cielo y apresuraron el paso. Una mujer de elegante vestido negro, al sentir la primera gota, abrió su paraguas y casi vuela, pero con maniobra rápida y experta pudo cerrarlo y evitó ser arrastrada. Como si “La cabalgata de las Walkirias” sonara desde un helicóptero, los que pudieron huyeron a casa, otros buscaron refugio en el lugar más cercano. Y es que, en aquella tarde, en realidad llovió con furia.
Yo estaba en el apartamento de Cosme, un amigo de la infancia, afortunadamente en un segundo piso sobre la calle El Pocito, una hermosa avenida llena de grandes eucaliptos y sauces, unidades habitacionales con bellos jardines, casas modernas y algunas antiguas, herencia del Porfiriato.
Cosme y yo teníamos aún la vida por delante, él vivía solo y había abandonado la escuela para trabajar en el supermercado, era cuestión de supervivencia; yo vivía con mi solterona tía, había terminado la universidad y trabajaba en lo que podía. Cosme era un tipo bien parecido, más que yo, era más alto, debo decir que no mucho, unos cuántos centímetros solamente, además siempre gustó del ejercicio, gimnasia, culturismo o qué sé yo, creo que por ello atraía a muchas mujeres, yo nunca fui constante ni haciendo sentadillas.
Cosme puso una vieja canción en el reproductor –Claro, no muy fuerte porque la vecina de al lado siempre fue una molestia–. “Have you ever seen the rain?” sonaba cuando algunos granizos impactaron la ventana. Decidimos asomarnos y justo la lluvia arreció; pudimos ver como las calles quedaron bajo el agua, antes que John Fogerty pronunciara por última vez “comin’ down on a sunny day?”.
Afuera el ruido de la lluvia no ahogaba los gritos de apuro de los vecinos que intentaban sacar el agua que ya anegaba sus hogares. El nivel subió a la altura de un metro, quizás más, y toda clase de objetos y basura flotaban. Cuando escampó, algunos empujaban sus autos, otros arrojaban cubetadas de líquido oscuro desde sus casas y algunos más intentaban quitar la basura de las coladeras para que el nivel bajara.
El móvil sonó, Cosme contestó y dijo: “no te preocupes, iremos, iremos”. – ¡Morfeo, tenemos que ayudar a Nora!, su casa está inundada–, me dijo. Debo aclarar que mi nombre es Genaro, pero mis amigos… Me dicen Morfeo porque soy el menos agraciado de todos, solo unieron una palabra en inglés con otra en español para mofarse de mí, pero nunca me quejé del apodo porque sonaba bien y me daba cierto aire de somnoliento misterio.
Sin miedo a mojarnos fuimos rumbo a casa de Nora que vivía a tres calles del apartamento. Fue la primera vez que caminé con el agua a la cintura por mi calle, había botes de tetra pack, envolturas plásticas, botellas de PET, ramas, incluso sillas y recipientes de cocina. Mientras más avanzábamos el hedor a heces se hacía cada vez más fuerte, al parecer el alcantarillado se llenó tanto que terminó arrojando su contenido. Al llegar a casa de Nora ya un camión desazolvador comenzaba a trabajar en las calles, mientras ella con la puerta abierta , como todos los vecinos, lanzaba agua con una cubeta. Pusimos manos a la obra y como a media noche terminamos de sacar el último residuo lodoso de la planta baja. Vimos el panorama y Nora comenzó a llorar, había perdido sus muebles de la sala, libros, todo lo que había en la estancia del comedor y los artículos electrodomésticos de la cocina, incluso su cara Laptop. Cosme abrazó a Nora y ella lloró con mayor intensidad – ¿Qué voy a hacer? ¡Mis cosas no eran cualquier cosa, no eran baratijas! ¡Hasta mi auto está mojado y pestilente por dentro! ¡Ahora tendré que empezar de nuevo!–, dijo.
–No te preocupes, todo se arreglará, ya lo verás. Las cosas van y vienen y puedes volver a comprarlas. Además puedes vivir en mi apartamento mientras terminamos de limpiar y amueblar tu casa–, replicó Cosme con brillo de esperanza en los ojos.
Nora paró de llorar de súbito, apartó a Cosme, se limpió las lágrimas e hizo como si buscara algo en la sala, luego se disculpó por estar cansada y nos despidió con seco agradecimiento.
Besamos a Nora en la mejilla, –claro, no como Judas, bueno quizás Cosme si tenía hálito asesino– y le reiteramos nuestro pesar ante su dura situación, Cosme ya no insistió en su ofrecimiento, pues sabía que Nora era así, entonces partimos con la ropa empantanada y todo el trayecto estuvimos en silencio.
Yo quería irme a mi casa, pero Cosme insistió en que fuéramos a la suya, así que acepté la ropa que me ofrecía, al fin y al cabo él ya no la usaba. Así que subimos a su apartamento.
–No tomes a pecho la reacción de Nora– le dije mientras nos cambiábamos –imagina cómo estarías tú si perdieras tu auto… Bueno, si tuvieras, pero imagina cómo estarías si te quedaras sin muebles… Que ya están muy viejos por cierto. Ya sabes que ella siempre ha estado centrada en los esnobismos de la moda y el perder sus cosas es como perder su posición social, su vida, ponte en su lugar.
–Es que Nora me desconcierta, sé que le atraigo porque me llama cuando tiene problemas, además acepta mis invitaciones, también ella me invita, pero cuando quiero dar un paso más allá, al instante me cierra las puertas.
Yo trataba de Consolar a Cosme, como lo hace un amigo con otro, no quería decirle que su trabajo en el supermercado y su sueldo no eran suficientes para Nora, que era una abogado en franco camino al éxito. Intentaba aminorar la situación, un pequeño golpe en el antebrazo, alguna que otra frase célebre, pero sin omitir el sarcasmo y la burla ante su situación, claro burla con cariño. Mientras sonaba “Set fire to the rain” saqué mi cabeza por la ventana y pude ver que la basura y el lodo restantes no ocultaban el hermoso espectáculo monocromático, la luna había dibujado su imagen en cada una de las charcas que la lluvia había dejado y en la charca más grande se veía espléndida como leche radioactiva. Mi placer momentáneo fue roto por el estruendo de un motor, un Chevelle negro del 69 se acercaba a velocidad moderada, pero era algo ruidoso ¿O quizá así lo percibí debido al conticinio? Casi frente a la charca más grande frenó bruscamente, pero por lo resbaloso de la calle patinó y fue a estrellarse contra la parada de autobús. Cosme también se asomó al escuchar el rechinido de llantas y no esperamos, bajamos rápido a ayudar al conductor.
En la calle me di cuenta de que la charca más grande, que vi desde arriba, era en realidad un gran agujero lleno de agua, ¿Quizás se había hecho por la lluvia y la mala calidad del trabajo en el asfaltado? El Chevelle había chocado debido a que el conductor quiso esquivar esa irregularidad.
En el auto auto el conductor estaba detrás del cofre, solo pudimos ver un brazo con piel oscura sosteniéndolo. Nos acercamos y se asomó una mujer vestida de negro. Era espigada y bien formada, su melena azabache, embravecida como las olas del mar, desprendía una fragancia hipnótica. Además ella flotaba como si nada pudiera dañarla. Todo armonizaba en ella, incluso las imperfecciones, no era como esas chicas que me ofrecieron el dulce de su boca y luego me mordieron, que me mal miraron de pies a cabeza y que acabaron con mis ilusiones a bofetones.
– ¿Estás bien?–, preguntó Cosme. Ella nos miró, frunció el ceño y dio un paso atrás, como si fuera a tomar vuelo para atacarnos y dijo –No vi el bache, pero estoy bien, gracias.
–No te preocupes, vivimos en los edificios de enfrente. Vimos tu accidente y bajamos a ayudarte– le dije. Ella sonrió desconfiada y respondió:
– Vivo a dos calles de aquí, ya le llamé a mi hermano y viene en camino.
– Mientras, podemos ayudarte para que cuando llegue tu hermano puedan irse rápido–, argumentó Cosme.
Ella aceptó a regañadientes y dijo:
– Está bien. Se ponchó una llanta y las tuercas están pegadas por el óxido.
Yo pensé –Vive a dos calles, ¿Cómo es que nunca antes la había visto? ¿O es que también la trajeron las lluvias?
– ¿Cómo está el motor de tu auto? Preguntó Cosme asomándose a él con aire de conocedor. Ella esbozó una sonrisa nerviosa y dijo:
– Está bien, la barra protectora evitó que se dañaran los radiadores, solo es una abolladura.
Cosme puso cara de confusión y continuó examinando el auto con minuciosidad y preocupación de capitán de fragata –Parece que sólo es una abolladura y una llanta ponchada–, concluyó con voz de experto.
Mientras, yo intentaba quitar las tuercas de la llanta, pero estaban muy pegadas. Cosme se acercó y me dijo que lo dejara a él, así que, no sin esfuerzo, desatornilló una a una las tuercas, luego alzamos el auto y me dejó a mí lo demás. Mientras yo intercambiaba la pesada llanta ella se relajó y empezó a hablar con Cosme. Resultó que su padre había conocido a la madre de Cosme antes del infarto cerebral que la mató. También pude escuchar que se llamaba John, lo cual me pareció muy raro, al igual que a Cosme que repitió con una sonrisilla incrédula:
– ¿John?
– No sabes cuántas veces he tenido que repetir esto.
En ese momento puso una cara que me recordó a un niño de primaria que repite la tabla del cuatro por centésima vez con el más profundo aburrimiento.
–Es cansado, pero mi padre se llamaba John, no Jonathan, John y siempre quiso heredarle su nombre a un hijo que intentó tener por muchos años y que no pudo, hasta que llegué yo. Mi madre fue débil y cedió por el amor que le tenía, pero tampoco quiso amontonarme más nombres. Y claro no lo sabían, luego de mí llegó mi hermano y mi padre se quedó allí pensativo, pero no le puso Johana. Además, tu nombre es más raro, suena como a consomé.–Bromeó ella y todos reímos. A partir de ese momento Cosme empezó a llamarse Consomé.
La llanta quedó lista, John llamó a su hermano que ya se había tardado demasiado, se metió al auto y lo emparejó a la acera, luego nos agradeció efusivamente a través de la ventana. Nosotros nos inclinamos para verla, yo pensé que por última vez, pero Consomé la invitó a una reunión con los amigos el fin de semana. Ella aceptó y quedamos en vernos en el lugar del accidente, entonces partió.
Recuerdo que esa semana de espera fue muy larga, también muy caótica pues hubo más tránsito y el consiguiente ruido del claxon golpeado y golpeado por los desesperados conductores, accidentes y llantas ponchadas debido al bache. Pude ver a un ciclista distraído que salió volando y calló de espaldas cuando su llanta delantera se atoró en el hoyo, por suerte los automovilistas lo vieron y descendieron la velocidad, pero ninguno se detuvo.
El fin de semana llegó, Consomé y yo estábamos en el VW Sedán del 86 de mi tía, en el lugar del accidente, a la hora citada. Un BMW Z4 se estacionó detrás, era ella. Consomé salió, subió con euforia al BMW y me hizo señas para que avanzara. Antes de llegar a la cabaña pasamos por Sócrates, la cruel Sofía le puso así, cuando se hartó de él, dicen las “Malas Lenguas” que porque nunca se atrevió a amarla. En mi auto platiqué con él y digo platiqué con él porque realmente no tenía conocimiento de muchas cosas preocupantes que en ese momento sucedían en el mundo, como lo del terremoto de Sichuan que dejó muchos muertos.
En la fiesta estaban Nora, Soledad y Sandra, parecían “Las tres gracias”, pero nosotros las conocíamos como las “Malas Lenguas”. También estaban Sofía, Felipe, Verónica, Moisés y otros amigos y amigas de ellos.
Nora, al ver a Consomé acompañado inmediatamente lo acaparó y ya no lo soltó en toda la noche. Yo aproveché para estar con John, pero no se me ocurría algún tema de conversación. Entonces ella dijo:
–No me había percatado de lo grande que es el bache que mi hizo chocar. Hoy pude verlo bien
Yo pensé – ¿Por qué hablamos de eso? Pero dije:
–Sí, es grande, creo que se debe a los malos materiales que usaron. Creí que era un charco.
– Sí, yo también– dijo ella.
– Por cierto ¿Supiste lo de Sichuan? –, repliqué.
En ese momento sonó “Unstoppable” de Sia y John saltó del asiento para bailar, yo no pude mas que babear al ver sus movimientos. Me paré tarde para bailar con ella, pues Felipe, que también se había parado se adelantó y bailó con ella varias canciones. No me quedó más remedio que bailar con Sofía, que en cada vuelta no perdía la ocasión de malmirar a Sócrates.
Cuando John terminó de bailar aproveché para sentarme junto a ella. Le pregunté:
– ¿Quieres una cerveza?
– Mejor un vaso de agua por favor.
Resultó que sólo bebía agua. Fui a traer su bebida y cuando regresé, ya Felipe estaba sentado a su lado, así que me armé de valor y con mirada de «guapo» argentino lo hice huir.
– ¿Siempre vistes de negro? – le pregunté a John.
– Sí, soy gótica – contestó.
– ¿Al estilo de los godos?
– No, como los románticos, oscura. ¿Te gusta el Marqués de Sade?
– Él escribió su obra durante el romanticismo, pero no estoy seguro de que sea romántico, yo prefiero a Musset o a Sand.
– ¿Sabías que Sade estuvo preso en la Bastilla y que lo trasladaron un día antes del inicio de la Revolución Francesa?
– ¡Guau! Qué mala suerte, pudo haber sido liberado.
– O asesinado, porque era noble.
– Bueno, peor que eso es terminar tan obeso que casi no te puedes mover y viviendo en la indigencia–, ambos reímos.
Platicamos y bromeamos, hasta que Nora se pasó de copas y le armó una escena de celos a Consomé, quien argumentaba que sólo eran amigos y que podía salir con otras amigas. Las otras “Malas Lenguas” tranquilizaron a Nora, pero eso dio por terminada la fiesta. Consomé decidió irse, así que le pidió a Joh que se fueran. Mi escaso valor hizo que no alcanzara a invitarla a cenar o al cine, así que tristemente me llevé a Sócrates.
La semana siguiente que vi a Consomé me platicó que John fue a verlo a su apartamento y estuvieron allí un buen rato platicando. También me dijo que quedó en regresar el próximo viernes. Así que ese día, una hora antes de la cita, fui a su apartamento y estuve platicando con él sobre Nora, ¡Vaya el papelón que hizo! Pero eso era síntoma del amor de Nora hacia Consomé, ¿O del capricho? Lo importante es que Consomé supo que Nora ya no podía seguir jugando con él y decidió hablar seriamente con ella.
El tiempo pasó y John no llegó. Consomé le llamó por teléfono y no contestó, yo también le marqué, pero no contestó y volví a marcarle en los días siguientes, pero nunca respondió. Cuando iba al apartamento de Consomé, al pendiente de la ventana y con vista fija rumbo al bache que cada vez era más grande, por si de casualidad veía pasar a John, siempre preguntaba por ella, pero él tampoco sabía nada.
Ya no podía comer ni dormir, mi mente estaba puesta en el lugar del accidente donde conocí a John. Me miraba en cuclillas a dos metros del bache cambiando la llanta. Con la perspectiva John se veía muy alta, inalcanzable. Una noche creí oír el Chevelle a lo lejos, me puse lo que pude y salí corriendo hacia el bache, quería solo verla pasar y saber que estaba bien. La lluvia me sorprendió pero decidí no moverme. Amanecí sentado y empapado en la parada de autobús y es curioso pero no recuerdo el frío, quizás mi dolor interno, que era más grande, lo disfrazó.
Las lluvias terminaron y vino el otoño. A la vuelta del trabajo yo me sentaba en la parada chocada del autobús, siempre miraba el bache, que al parecer había dejado de ensancharse, no era necesario alzar la cabeza pues distinguiría el sonido del Chevelle. En ocasiones, angustiado, pensaba que podría ir en el Z4 de su hermano y alzaba la cabeza. Vi sólo uno, pero no era. Recorrí las calles aledañas buscando una seña del Chevelle, del Z4 de su hermano o de John, pero nada encontré. No pude volver a ver a John y no hubo quien me diera seña de ella.
Después Consomé me contó que por fin se mudaría a vivir con Nora, yo lo abracé como si hubiera perdido a un ser querido, lo felicité y a partir de ese momento dejé de verlo, no me sentía bien ni para salir con amigos.
Decidí ir a provincia a buscar trabajo y estuve allí 2 años, pero casi muero de influenza en la soledad del pequeño cuartucho que rentaba. Así que volví a la capital, pero antes de llegar a casa quise sentarme en la parada del autobús donde John se estrelló, pero ya no estaba, así que me quedé parado en ese lugar. El bache ya no se había extendido más, pero ahora era más profundo y tenía otros baches menores a su alrededor, pensé que parecían sus hijos e imaginé cómo serían mis hijos con John. El bache mayor ahora tenía ramas en su interior y una de ellas sostenía un chaleco de seguridad con cintas fosforescentes, los vecinos lo habían colocado para advertir a los automovilistas. No pude evitar pensar con profunda tristeza que quizás John había muerto, pero después pensé que quizás se mudó y eso me tranquilizó, quizás se había casado y hasta tenía hijos. Eso me desesperanzó y decidí partir.
Fui al apartamento de Consomé y me enteré que lo había vendido. No quise ir a casa de Nora, por no verla. Después me enteré que Consomé se había gastado todo el dinero de su apartamento en pequeños lujos y viajes con Nora y cuando el dinero se le terminó ella comenzó a tildarle de mediocre y a cuestionarle su miserable sueldo que ganaba con su penoso empleo, así que terminó por echarlo. El comenzó a beber y un mal día que había bebido demasiado, se sentó en la parada destartalada para mirar su antiguo apartamento, en ese momento un conductor ebrio calló en el bache, perdió el control, atropelló a Consomé y terminó de destruir la parada del bus. Yo lloré de rabia y no pude evitar pensar en John y en mi sentimiento hacia ella, así que escribí unas palabras para intentar expulsarla de mi mente:
¡Oh John! Creciste en mi calle.
Oscuro tu pensar, oscuro tu mirar.
Las lluvias te trajeron,
para mí eras deseable,
Pero me has hecho tropezar.
Te has sembrado en mi mente, en mi mirar.
Te has quedado en mi calle,
junto a la estación del bus.
Tendré que resignarme, vivir así,
Hasta que un lápida de asfalto te borre de mí.
OPINIONES Y COMENTARIOS