MASCOTAS
¡Mamá me lo ha regalado después de mucho insistir y es precioso! Tiene el pelo canelo y la cara regordeta. Se le ve monísimo. ¡Tan peludito y chiquitín! Yo estoy muy contenta y ya me imagino jugando con él antes y después del cole. Será mi amigo y le construiré túneles y pasadizos con tubos de plástico como los que he visto en la película “Las Brujas”. De momento tiene su jaula con la rueda para hacer ejercicio, una casita de plástico para su intimidad, pipas y mucho serrín. Le estoy mirando desde hace rato pensando en el nombre que le quiero poner. Me dispongo a abrir la jaula, lo agarro bien por los costados y muy emocionada lo pongo en la palma de mi mano. Pero entonces se desata el horror cuando este ser pequeñito y amigable me profiere un mordisco con sus dos amarillentas paletas alargadas. Suelto un grito y dejo caer al hámster en el sofá mientras corro a limpiarme la herida. Después de calmarme un poco pero con la mano aún temblorosa lo intento de nuevo pero el puñetero vuelve a morderme con sus dientitos afilados que se me antojan enormes dejándome una pequeña marca sanguinolenta en la mano. La ilusión se ha vuelto desconfianza y mi futuro amigo ahora me resulta una rata fea y rabiosa. A partir de este momento la única relación posible será la de -dueña que se ocupa de su animal- pero no podremos ser amigos como yo había esperado. Y así, cada día que lo veo crece en mí un sentimiento de repulsión y antipatía profunda hacia el bicho. He intentado cogerlo algunas veces más obteniendo siempre el mismo decepcionante resultado. He desarrollado miedo y me resulta cada vez más incómoda su presencia. Pienso que ojalá se muriese de una vez por todas y me horroriza pensar que pueda vivir varios años. Remolonamente voy espaciando los días de limpieza de la jaula con lo que esta va cogiendo cada vez más olor. Y cada vez más evito entrar en la habitación donde está él. Intento no pensar en esa asquerosa obligación de cuidar a la rata y así consigo pasar varios días sin acordarme. Pasan los meses y llega Navidad y Papá Noel con sus regalos. Yo estoy de un lado para otro de la casa adornada y llena de amigos y familiares. En un momento entro en el cuarto de juegos y miro hacia la jaula con aprensión. Veo al hámster, que ha crecido bastante, hecho una bola y creo que está durmiendo. Me acerco con asco y veo que el cuerpo está como abandonado, inerte. Del ano le ha salido un chorro de sangre. Parece que se le hubiese estallado el estómago y le hubiese salido por el culo. Es asqueroso. Me siento rara, no quiero que nadie se entere y menos en Navidad. Yo lo he matado, lo he ignorado y al final ha muerto. Me da ganas de llorar. Cojo un trapo y agarro al pobre e incomprendido animal. Salgo de casa con una excusa y bajo a los contenedores. Allí metido en una bolsa de plástico dejo el cuerpo del delito y me alejo del lugar con miedo a que me vean. Me siento mal pero por fin soy libre. Nadie sabrá nunca lo que hice. Sólo años más tarde, al recordarlo, lloraré por el pobre inocente animal.
OPINIONES Y COMENTARIOS