Alguna vez amé tanto la libertad
que olvidé como sentirla.
Eso es porque nunca supe amar bien,
entonces la fui ahogando, apagando,
hasta convertirla en una susurrada poesía.
Y como no soy poeta,
pocas veces la nombré,
pocas veces recité sus letras firmes
con alas que se escapaban de mi voz y no volvían.
Es tan abstracta y tan impura…
con su esencia manchada por todo aquello
que he creído «deber ser»,
queriendo convertirla en libertades ajenas.
Jamás la he valorado, pocas veces disfrutado.
Jamás le dije con palabras sinceras que es mi razón de ser
¡y que me tatuaría su nombre
para no borrarla nunca más de mi piel!
También he escuchado decir que no la posee nadie,
que es una idealizada creación del ser humano promedio.
Aun así pienso en buscarla cada mañana, cada tarde y noche.
En cada nostalgia, cada sonrisa, la propia rutina e incertidumbre por venir.
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