El parque de las Américas (copia)

El parque de las Américas (copia)

Al circular por la antigua avenida Colón y atravesar el icónico parque de las Américas en el corazón de Mérida, siento correr por dentro del vehículo un vientecillo frio que me cala los huesos y me parece oír un dulce canto, como de sirena, que provoca el debilitamiento de mi cuerpo porque algo parece succionarme el alma. Un agridulce aroma siempre le acompaña y me turba en extremo. Experimentar así ese parque detona los recuerdos de bellas experiencias infantiles; es que situado frente a la entonces casa familiar, me vio convertirme en adolescente.

Con 10 años, habiendo terminado los deberes de colegio, solía a diario salir de casa y comprar a Calín un helado de coco, por solo treinta centavos. Asimismo, acostumbraba pasear en bicicleta con Eugenia e Irene- mis hermanas- y algunos vecinos que bien recuerdo, por sus hermosos, traviesos y sanos rostros – Lisle, Francisco, Julio, Laura y Erika. Las calles eran seguras y nuestros padres no se inquietaban al sabernos fuera de casa. Es muy probable que las campanadas de la parroquia de la Virgen de Fátima nos avisara de que la hora para regresar a casa había llegado, aunque debo decir también que solíamos abandonar el parque, presionados por el miedo que nos infundía el anciano Enrique, que sentado sobre una de las cabezas de serpiente, nos narraba leyendas ancestrales.

A mi papá le encantaba el parque, tanto como a nosotras; es que estaba y aun está configurado con cuatro interesantes manzanas, las que describo como lo hacía él; una tiene en su centro una hermosa casa estilo puuc y que funciona como una biblioteca, la José Martí, en honor del venerable poeta cubano; el inmueble está rodeado de un hermoso jardín con grandes columnas de piedra que enlazan entre sí sus espacios y pasillos, embellecidos delicadamente con bancas construidas como la casa, a base de piedra. Cada una de las columnas posee la denominación de cada país americano: Venezuela, Argentina, Cuba, etc. y eso, además de convertir al parque en un lugar atractivo, da razón de su nombre: el de las Américas.

Enfrente de esta primera manzana, está otra caracterizada por tener una gran fuente de agua con cabezas de serpiente que representan a Kukulkán;de ellas brota el agua que llena la gran cavidad.

La tercera posee un escenario que atesora los sonidos – la Concha Acústica- y al que se puede acceder por una escalinata construida como él, de una antigua y amarillenta piedra; en él se presentan bailables, cantos y toda clase de espectáculos artísticos.

Una última manzana es un área de juegos para niños y abre sus puertas sólo a determinadas horas del día.

Pero la calle y su parque estuvieron plagados de misterio y de infortunio:

La antigua casona situada a espaldas de la casa, un poco más lejos del parque, era misteriosa. Marcela, la solitaria y agria mujer que ahí vivía, representaba para nosotros, los traviesos chicos, la idea del misterio, la oscuridad y lo tenebroso; se quejaba siempre de unos niños que se robaban los mangos de sus grandes árboles – éramos nosotros haciendo travesuras, aunque debo decir que los mangos que nos llevábamos, fueron siempre los que caían hacia la calle y nunca osamos siquiera atravesar la reja que sitiaba su gran casa.

Cada tarde, el anciano Enrique se postraba doliente sobre una de las cabezas de Kukulkán para pedir limosna y su agotado cuerpo plagado de heridas incurables, asustaba a cualquiera. Nos atraía, sin embargo, con sus relatos acerca de la Xtabay – la mujer mala Utz Colel que aún después de muerta deambulaba por el parque repartiendo su nocivo aroma entre las cabezas de Kukulkán, que como espíritu errabundo, estaba dispuesta a seducir con sus cantos a los hombres para matarlos y, si los niños se descuidaban, llevárselos al tenebroso mundo de ultratumba. Decía también que esa vecina nuestra, era la mismísima Utz Colel que estaba lista para arrojarse sobre nosotros y destruir la armonía que existía entre los vecinos del lugar. Después de escuchar de sus viejos labios esas historias, solíamos huir apresurados para llegar a casa y evitar caer en manos de la maligna Utz Colel.

Por el cumpleaños de Eugenia, mi mamá solía preparar una hermosa, pero aterradora fiesta de Halloween; en cierta terrible ocasión, el gran parque se vistió de luto porque una de sus esquinas registró un mortal accidente que terminó no solo frustrando la celebración, sino causando a los niños fuerte impresión, por la gravedad de lo sucedido: los pasajeros del automóvil habían fallecido trágicamente. Muchas veces pensamos que la causa del infortunio, como de otros similares, había sido la Xtabay, y por que no decirlo, esa malograda vecina nuestra, Marcela, que quería nuestra destrucción. La causa de esa falta creencia habían sido las historias de Enrique, que quería que la imagen y el aroma de la Xtabay permearan para siempre en nuestras vidas, para frustrarlas, como estaba la suya, por tantas dolorosas e incurables heridas.

Por todas esas tragedias, el oscuro mundo Marcela y por Enrique, que con sus legendarias historias carcomidas por el mal, nos amenazaba a diario, el parque fue abandonado y fueron obras urbanas modernas y atractivas, alejadas de míticos embrujos y cuentos fantásticos, los que lo sustituyeron en el corazón de los residentes de la ciudad; sin embargo, ahora, libre de esas falsas ataduras, está en su mejor momento. Ha llegado a convertirse en una muestra de lo que son, no sólo en la historia cultural de la ciudad, Kukulkán, la Xtabay y el pueblo emeritense, sino lo que son, en medio de una América unida por comunes raíces ibéricas y las de sus pueblos ancestrales.

No ocurren ya mas tragedias; Enrique y Marcela han muerto y la Xtabay, hasta donde sé, no se ha aparecido por ahí.

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