Vivo en un mundo donde la voz que se atreve a gritar es inmediatamente silenciada por la autoridad de la ansiedad. Vivo en un mundo en el que recitaba versos sobre ti, olvidando que en mi cuerpo solo mando yo. Vivo en un mundo en el que la dulzura de los labios dejó de saber a miel, tirando desde un acantilado los recuerdos guardados en el cajón del ayer. Ahora, después de un tiempo en el que mis pies caminaban sin rumbo fijo, he logrado aprender que, en medio de una constante incertidumbre, lo único eterno que quedará de mí serán los tatuajes en la piel.

Finjo estar despierto cuando, realmente, lo que más ansío es soñar dormido. He abierto los ojos; he hecho los deberes y he firmado contratos conmigo mismo. Busco mi redención, no la del resto. He pedido perdón a aquellas personas a las que quiero mientras buscaba en mi interior las palabras adecuadas. Ahora, creo, soy mejor. Aunque cueste, la mochila del tiempo me enseñó que el soplar fuerte del viento puede modificar el aspecto de la más alta de las cumbres. Ese soy yo, el viento. Solamente yo decido lo que he de hacer y, en consecuencia, miro cada espacio de mi cuerpo, buscando un hueco, una idea, un sentimiento para plasmarlo en un nuevo dibujo, un nuevo tatuaje en la piel.

No te olvido, pero la tormenta ha amainado. Es el momento, el preciso instante en el que la última gota de lluvia resbala a través de mi rostro cuando me doy cuenta de que, tras un manto de nubes grises, llega un nuevo amanecer. El constante despertar del mundo cuando cierra los ojos, baja la persiana y decide inundar de lágrimas y llantos los campos verdes que echaremos de menos. Qué ternura… Aquel paisaje bucólico que imaginaba antes de acostarme ya no existe. Sin embargo, al limpiar los cristales de la vida pude percatarme de en qué clase de escenario vivía. El ondular dorado cruzando los vastos terrenos de tu cuerpo volvía a rodearme con su cariño. Ser, o no ser… Otro tatuaje en la piel.

Y aunque lo intentes, se hace complicado huir del exterior. Amistades, familia, amores sombríos que se besan en la oscuridad del “qué pasará”; crisis climática, hambre, guerras, injusticia social, racismo, machismo… Vivimos atenazados por factores ajenos que te hacen levantar el puño, salir a la calle a gritar, a protestar, a clamar porque el Ibex 35 deje de abusar. Imposible escapar de la crueldad del ser humano que, como sociedad, optó por la autodestrucción y, en su afán por devorar el planeta Tierra, va camino de querer superar, año tras año, las cifras del calentamiento global. Escribo esto pegado a la silla. Estamos en verano, sí, hace calor, y tus padres son hermanos, amigo negacionista. Ahora, vete a comerle la barba a aquel que dice ser puramente español y llévale un mensaje de mi parte. Sus palabras con sabor a hiel jamás podrán detener la primavera. Lorca, como muchas otras, sigue presente en forma de tatuajes en la piel.

Me despido. Ya no lloro, ahora río. Ya no sueño, ahora vivo. Ya no me resigno, ahora combato. Hace tiempo que decidí sustituir la amargura por la escritura; el espanto por la lucha; la ansiedad por la realidad. Aunque duela, obviar lo que tus ojos ven no hace sino empequeñecer tu espíritu y tus ganas de seguir avanzando. Amigos, amigas, a por nuestro futuro. Entre lo individual y lo colectivo, cada una desde el balcón, vamos a lanzar la proclama más alta jamás oída para teñir los cielos de color morado y gritar que no, que no nos van a robar. Ya no cabe la nostalgia ni la resignación. Corazón… Más tatuajes en la piel.

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