Poema ciento cinco.
No, ya no estoy para esos trotes.
Tengo un pobre recuento de calcitonina,
que me producirá osteoporosis, reuma o artrosis.
Una profunda cisura en el corazón,
provocada por noches de ausencia.
Creo que ya he dejado la pubertad.
No estoy para montañas rusas.
Vuelos en parapentes.
Cruzar boca abajo el arco del triunfo.
Concretar maratones de sexo.
Puedo bailar, aún, eso sí,
al son del vino,
un sentido, ventral y viscoso blue,
haciéndome gaviota macho,
aunque se me caiga la dentadura.
O cantar viejas melodías,
de cada uno de mis amores,
con su correspondiente abandono,
a escondidas, como mis lágrimas.
O dejar que mis dedos,
hagan una escalera de tonos,
en la pianola de una espalda,
rompiendo pentagramas de cuarzo,
antes de las campanas.
Es posible,
por mi sentido de contramano,
que haya nacido viejo,
en placentas sietemesinas,
saludos respetuosos a las vecinas,
correcta postura en la vertical y el flic-flac.
Y ahora.
En lugar de aceitar escopetas,
hacer asado con mis celos filiales,
y recibir el arroz ritual.
Me duelen los perfumes a limón,
las escaleras al cielo,
las manchas de humedad,
los burritos que beben estrellas de un cubo,
los paseos de reinas y violadores en moto.
Ya no podré habitar el lado oculto de la
luna,
tan sólo escuchar sus eclipses.
De nada me valdrá cortarme la oreja,
arrojarme de un octavo a la pileta,
beber veneno del frasco equivocado,
asaltar bancos con ametralladora,
hibernarme para esperar, esperar y esperar.
Es imprudente cruzar a nado el Suquia,
contar el números de los dedos,
regar el pino de San Lorenzo,
comer helado en invierno.
No podré pagar la deuda externa,
ni derrotar al ejercito de ocupación;
no podré ganar el Nóbel de la Paciencia,
ni ganarle a los relojes de arena.
Será una señal clara de locura,
tratar de respirar el aire de sus pulmones,
robarle la tinta de la birome,
pero también, sustraerme de su voz,
y restarme al núcleo de sus vórtices.
Es que, aunque me asile de inviernos y
cactus,
me invadirán, de todos modos,
(una sacerdotisa lo predijo)
sus textos en Internet,
No puedo escapar.
Le robaré, fatal e inevitable, ojos hasta que me odie,
ya que no podré hacer que me ame,
(lástima para mi orgullo).
O, cansado de latidos, y ahíto de respeto,
me despida hasta otra primavera.
Estoy convencido,
gracias a mi signo mutable, que debo despertar,
hacerme flecha de mí mismo, cruzar los campos,
buscar mi código de identificación, mi club de pertenencia,
cazar mariposas de atardecer, jugar con las chicas de mi edad.
Ya me diagnosticaron sordera, despiste,
incorrección y falta de tacto.
Será el tiempo de dejar de hacer lo correcto,
comenzar a hacer lo incorrecto, lo no debido,
para amanecerme y buscarme un nuevo lugar.
Y es muy bueno,
aun puedo esperar un amanecer de rosa,
no sé si hoy o quizá mañana,
sin miedo a las estacas,
morir fuera del sarcófago.
2000
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