Nada que aclarar

Es mi hora de terapia.

Me he ido a pasear por la playa. He caminado 12000 pasos, compensando los pocosmil que di ayer y los nadamil de antes de ayer. He ido por la orilla metiendo los pies en el agua y contemplando a las personas con las que me cruzaba. miraba su cara, sus tatuajes, su barriga, su bañador, su sombrero o su flequillo al viento. Hoy todos me parecían guapos.

Iba escuchando una playlist que contiene todos mis pensamientos y sentimientos de un tiempo a esta parte. Y cuando entraba en bucle, mi bucle favorito, cambiaba a un podcast sobre movimiento saludable. yoga en todas las tallas, y se me pasaba. Y vuelta a empezar.

Y quería llamar para que alguien me diera la solución. Y quería liarla parda para acabar para siempre con esto. pero me quedé como siempre en stand by. Ya se me pasará, ya ocurrirá. alguien desempatará.

He vuelto a casa, a la terraza. Entre Ambar 10, el ordenador y la escritura. Y la luna. Que no la oigo, ¡habla más alto!. Dice que si hago siempre lo mismo tendré siempre los mismos resultados.

¡Anda que lista!. cambia tú el método que yo me muero de miedo, de susto, de amor.

Así que como en el yoga para todos los kilos, percibí que no era el momento de ensayar nuevas posturas o tomar decisiones. Era el momento de respirar donde estoy y esperar la claridad.

Y empecé a leer una novela y creí oir a la luna, ¿o era el libro?

«Como si hubiera entre ellos una relación íntima que no necesitara reconocerse abiertamente».