Acabo de tener una conversación larga y tendida con mi hermano menor Enrique. Temprano, él nos había enviado a nuestro grupo familiar de Whatsapp, un vídeo sobre una pieza musical cantada en quechua, titulada: Hanac Pachap, o Hanacpachap, o Hanaq Pachap, o Hanaqpachap… Se trata de una oración o invocación a la Diosa Madre de todo lo existente, de quien todo nace y todo vuelve, incluso de ella nace Dios… Hay mucho que hablar sobre esta obra de arte barroco de origen peruano, año 1600 más o menos, y aún se tiene dudas sobre su compositor, por lo pronto se le atribuye a un sacerdote de apellido Bocanegra.
Nos hemos pasado tres horas desmenuzando este tema. Refiriéndonos más que nada al idioma quechua; porque él, mi hermano, viene estudiándolo y ya está en el nivel de conversación. Por mi parte acabo de matricularme en clases virtuales de la UNSA (Universidad Nacional de San Agustín de Arequipa, Perú), mi alma mater. Mis clases de quechua empiezan la primera semana de setiembre y les aseguro que compartiré con todos mis amigos del club de escritura, esta nueva aventura que el destino me otorga.
Enrique me lleva ventaja, él ya está en nivel avanzado. Cuando yo debí empezar con él, siempre me distrajo la necesidad de terminar primero de escribir mis libros (Los Místicos, y Yoga y su esencia mística, principalmente); así que ahora que estos dos libros míos ya están listos, tengo el tiempo para estudiar este idioma postergado… ¡cuántos años!!! ¡Pero qué néctar!!
Mi padre, Donato Abarca Roselló, era un quechua hablante, de la región del lago Arapa, hijo del gran lago Titicaca (sur del Perú). Sin embargo, nunca habló con nosotros su idioma materno. Mi madre, Elvira Pereda Marcelo, se enteró que él hablaba quechua cuando se fue a vivir con él a ese su bello pueblo… Arapa… luego Juliaca… donde nacimos tres de sus hijas mujeres, pues una nació en el Cuzco. En esta región sur, mi madre aprendió algo del quechua, frases, palabras; pero mi padre no quería que nosotras, sus hijas, ni siquiera escuchásemos su idioma materno… En ese tiempo, se consideraba el quechua, sinónimo de atraso.
Tanto fue el deseo de mi padre, de que sus hijas ni siquiera escuchásemos el quechua, que cuando el padre de mi madre, Santiago Pereda Hidalgo, le comunicó a mi padre que había una plaza vacante en su profesión (escribano de estado) en Huamachuco, una ciudad en el norte del Perú (en el departamento de La Libertad) donde no se habla quechua; mi padre no lo pensó dos veces y motivó a mi madre para que todos nos trasladásemos a Huamachuco; ya que de ese modo, mi madre también estaría más cerca de su familia. En Huamachuco nacieron mis tres primeros hermanos varones; Enrique, el último, nacería en Santiago de Chuco, pueblo vecino de Huamachuco. Así fue que perdimos la oportunidad de escuchar siquiera, hablar el quechua.
Y lo único que sabíamos del quechua era que era un atraso, así lo divulgaba el gobierno oligárquico en la educación. Continuando de esta forma, con ese intento de nuestros primeros colonizadores: de desintegrarnos y exterminarnos… como raza, como etnia… como parte de una cultura ancestral más amplia y sabia, Abya Yala o América Latina, la que tiene dos idiomas muy fuertes que aún perduran en el tiempo: el quechua y el aymara, entre los muchos dialectos existentes.
Con el tiempo y la crisis de la sociedad actual global, el quechua ha ido mostrando la fuerza de su supervivencia y se ha impuesto en el mundo de los idiomas, considerado por muchos como un idioma real; aún cuando la estructura de su escritura todavía genere polémicas… ¿hanac o hanaq?… Todavía no tenemos una real academia que regule la escritura de nuestro quechua… y eso nos hace mucha falta para terminar con las confusiones, caos y rencillas que genera toda desunión.
En medio de la conversación, ingresó mi hermana Edith diciéndonos que ahora, gracias a Dios, nuestra gente ha ido perdiendo la vergüenza de hablar quechua y que cada vez somos más conscientes del valor de nuestro idioma y de nuestra gran cultura ancestral; cuyos códigos son la integración, la solidaridad, el respeto, la dedicación, el amor…
Por fortuna, mi padre llegó a ver un poco de ese cambio que empezó a gestarse en nuestra sociedad peruana, pese a todos esos intentos del gobierno oligárquico imperante, de querer seguir colonizando nuestra mente; y por fortuna también sentí su pesar… “Siento mucho haber creído tontamente que hablar quechua era un atraso”, dijo mi padre. Y lo dijo porque yo le increpé -cuando adolescente y creo que con justa razón- que era una gran irresponsabilidad y una gran vergüenza no habernos dejado esa valiosa herencia. Así que ahora, sólo nos toca, a los más interesados, ir por ella.
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