El incierto destino del amor

Yo la miraba de reojo sin que ella se diera cuenta, me gustaba contemplarla, observarla tan minuciosamente, no quería que ningún detalle se me escapara, quería su fiel retrato en mi memoria, de repente caía en cuenta que me estaba enamorando, entonces giraba la cabeza bruscamente y abría los ojos bruscamente con la intención de que estos me mostrasen fielmente la realidad, no quería caer en ilusiones, no nuevamente… pero entonces, llegaban sus caricias, sus besos, su aroma, su belleza, sus partes que no eran “nada” en la realidad lo eran todo en mi ilusión, y me hundían poco a poco en el maravilloso mundo que era toda ella, sus palabras, su voz, sus labios. Luego me di cuenta que estaba en una lucha constante, como si dentro de mí algo se resistiese a aquel incierto destino que es el amor.

En ocasiones una especie de bocanada de realidad, de esas que contienen miedos y verdades que solo la realidad posee y que la ilusión disfraza, me alcanzaba a despertar y entonces me alejaba un poco, pero tan solo un poco, y ya en la «distancia», en la «segura distancia», siempre me batía indeciso de lo que debería hacer, si volver a la guerra o retirarme joven, si mi cobardía sería más fuerte que mi valentía, y si un árbol por más que añore a la luna algún día la alcanzara.

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