Mi cuerpo es la laguna donde habita el pez negro; ése con largos bigotes y al que asocian con un gato. De vez en cuando puedo sentir su recorrido; pecho, cabeza y pies. La mayoría de las veces puedo ignorar sus movimientos pero llega el silencio y recuerdo su presencia.
¿Por qué un pez tan feo habita en mí? Ninguno de los dos ha mostrado afecto por el otro, no hay interés, no queremos.
En una ocasión, más pequeña de edad; pretendí darle un pan, éste mordió mi dedo e intentó arrancarlo. Por lo tanto, cada vez que camino por el puente de juncos, doy pasos rápidos cuando le veo nadar hacia mí; incluso en mi subconsciente quiere hacerme daño.
He pensado en lanzarle carnada envenenada pero la abuela dice que sería mi fin. ¡Maldición, horrible pez! Si fueses de colores vivos, escamas grandes y ausente de defectos, serías amado aunque te hubieses comido mi carne. Serías un trofeo lleno de orgullo, tendrías golosinas excéntricas a tu merced e infinitos halagos de seres desconocidos, pero prefieres mi desprecio y el que sea indiferente a ti.
Eres el sustituto del pez dorado. ¡Qué decepción la mía! Y pensar que estarás hasta mi último ver. Reniego de ti, me alejo de ti, me rehúso a convivir contigo. No comprendo mi necedad de observarte por el rabillo del ojo cuando me marcho, ojalá pronto nuestros caminos se separen.
OPINIONES Y COMENTARIOS