Amargura de dos espíritus perdidos

Amargura de dos espíritus perdidos

Agus a

02/07/2022

(Que idea estúpida y desprolija la de volver hacia atrás. Nada va hacia atrás. Hay un hilito que nos ata a todos a la grandiosa fuerza que es el tiempo. nos entrecruza dos costillas y se ata en la aorta justo en la salida del corazón. Digamos que aquello que nos mantiene vivos palpita un oxigeno decrepitante que incinera todo mérito del cuerpo de seguir funcionando)

Fue rojo y fue cristal. Fue el amor y fue la guerra. Aquel que la amó y detuvo el tiempo. Dos cuerpos que se detuvieron a pensar. El agua de la costa moja sus pies. Llueve intensamente. Ni hablar de aquella apretante sensación de encierro, que en él figuraba como paz.

Su pelo largo y húmedo le tapa los ojos, no puede apreciar lo que tiene frente a él. En cuanto a ella, tan solo le molestó que él no hiciera nada al respecto para poder verla bien. “Ya no me ves”, le insinuó. Las frases se dispersan como gotas en sus labios. Mueren en el aire. Se drenan con la lluvia.

Ahora pequeños fragmentos de hombre le cuelgan del cuello. La mira por primera vez, pero nunca a los ojos. No sabe por qué, le intriga el por qué… Se abrazan y se sueltan… hay otras personas, otras mujeres. Hay llanto y hay discusión…, hay juventud y hay rebeldía. Inmadurez: que palabra sensata. Él la pensó, pero no la dijo, sonaba como excusa, pesaba como el aire. Ella no soportaba su actitud: “El mundo no se detiene con tu ausencia”, le cuestionó. Él se acercó a esa voz, pues lentamente esta iba perdiendo su presencia. Notó tristemente como hacía rato que no estaban tan cerca el uno del otro. “No repitamos esta charla”, le devolvió. Ella levantó la mirada: “Nunca tuvimos esta charla”. Él se detuvo, dejó de acercarse, pronto serían las seis y el sentía que no había tiempo para explicar las cosas.

El mar se teñía de blanco, un blanco pálido y avasallante. Y ambos notaron como lentamente se endurecía como un marfil. Pero ninguno dijo nada. La sensación de encierro, como él la describió: apretaba en un cuello de botella. Pero el mar no estaba en condiciones de hacerla naufragar. Mientras tanto… ella era negación, era amargura, era vértigo y disipación.

Pronto se hicieron las seis y pestañó el ojo del huracán. No dejaría de llover y él lo sabía.

Ahora yacían en las proximidades de la costa cientos de restos cadavéricos, todos postrados sobre la dura capa rocosa blanca, la que antes fue el atlántico. Majestuosas ballenas azules decoraban con sus cuerpos el inmenso horizonte. “Ballenas muertas”, pensó ella en voz alta; “Nos perdimos”.

Él solo pensaba hacia donde encaminar la situación: “¿Que hacemos ahora?”, le propuso temerosamente y con sinceridad. Ella sabía a qué se refería: “No estamos hechos para estar juntos”, desplegó, un tanto insegura. La frase se le resbaló por la comisura de los labios, una gota más que le recorrió toda la piel. Él no le creyó: “¿Sabes de que están hechas las mentiras?”; “No”, le contestó. “Son pedacitos de tiempo roto”.

Las cosas cambiaron. Todo cambia. Es inevitable.

“Nos lo debemos”, balbuceó… “después de todo lo que pasamos, nos lo debemos”. Luego se sentaron en la arena, guardando cierta distancia el uno con el otro, y se callaron un rato: “explotan cuando mueren, sabías…”, dijo ella. Él la miró confundido: “De qué hablas”, preguntó. Su cara se achinó: “las ballenas”.

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