Llueve.
Me pregunto, ¿por qué llueve en la ciudad, si aquí la lluvia no sirve para nada?
¡Qué desperdicio!
¡Cuánto mejor sería que lloviera en los campos resecos, donde hace tanta falta!
¿Y por qué nieva en invierno, si el frío ya es bastante?
Y el sol, ¿por qué se torna tan cruel en los veranos?
¡Pobres africanos!
¿Por qué el sol se ensaña con ellos?
Cierto es que son negros, pero Dios no ha de ser racista, ¿o sí?
¿Por qué dicen que uno más uno es dos, si la gota de lluvia que corre por el borde del tejado va a unirse a otra y caen juntas convertidas en una?
¿Por qué nos dicen: «ahora verás lo que es bueno» y luego nos golpean?
¿Qué tienen de bueno los golpes?
Después quedamos doloridos.
Pero no lloramos.
En cambio, sí lloramos viendo una película de amor, que no duele nada.
O será que lo que duele es el desamor, el desamor de quien una vez nos amó.
Porque el desamor de los otros nos es indiferente. O casi.
¡Qué fastidio es tener que sentir!
Por una alegría, mil tristezas.
Por una esperanza, mil desilusiones.
Quisiera salir, recorrer las plazas solitarias consolando a los bancos abandonados a su suerte.
Pero ya no salgo, ya no puedo salir.
Con la lluvia, el edificio blanco de enfrente, se vuelve amarillo.
¿Por qué cambia su color si el agua que lo moja es transparente?
Dicen que el tiempo siempre ha transcurrido igual.
Pero yo no lo creo.
Recuerdo, en mi niñez, ¡un día duraba tanto tiempo!
Pero ahora veo pasar las horas volando a través de mi ventana.
El día se convierte en tarde, la tarde se tiñe de rojo y, cuando me quiero acordar, ya es hora de volver a la cama.
Tal vez ocurra que nuestros muchos años, acorten los días.
Como el invierno.
Porque el invierno acorta los días, eso es seguro.
Y he descubierto la razón.
Es el frío.
Porque el frío lo acorta todo.
Las puertas, por ejemplo.
En los veranos, sé que tengo que tirar de ellas con fuerza, porque se atascan.
En cambio, en invierno, es increíble lo fácil que abren.
Por eso se han de acortar los días en los inviernos, por el frío.
Y con los años, nuestras almas se irán enfriando también, poco a poco, como las brisas suaves del atardecer.
Y así, en el invierno final de nuestras almas, los días se acortarán para siempre.
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