Cómo evadir al destino

Cómo evadir al destino

Guadalupe Fabbri

28/06/2022

Esa noche S caminaba por una calle que jamás había pisado antes, y tenía el presentimiento, que en realidad era casi certeza, de que había sido pisada por muy pocas personas. Era extraño pensar que ella formaba parte de esa comunidad tan reducida que alguna vez, aunque fuera solo una, había caminado por esa calle de adoquines negros. Tal vez algunos la habían encontrado por coincidencia, mientras vagaban con ánimos de olvidar las penas y perderse en algún callejón con salida. Tal vez un par de amantes tenían como punto de encuentro una puerta de alguna casa en esa calle, con la intención de fundirse en la oscuridad y enterrar ese delicioso secreto que nadie debía descubrir. Algunos harían esa ruta todos los días, o por lo menos de manera regular, podía ser el camino corto a un destino concurrente o simplemente era más acogedor saber que si caminaban por ahí, iban a tener al menos unos momentos de soledad silenciosa, de paz. Lo cierto era que cualquiera que caminara por ese par de cuadras que formaban el camino, jamás se cruzaría con otra persona, a menos que el encuentro fuera acordado. No es una negación del destino, es posible que este sí exista, pero no en esta calle. Era imposible que por obra de algún suceso mágico – mágico no es la palabra, pero cómo decirlo de otra manera – se pudiera uno encontrar con alguien semejante. Si era normal encontrarse con un gato, en especial de noche, pero nada tiene que ver con cuestiones de la superstición. Todo lo que sucedía ahí dentro – y digo ahí dentro aunque fuera afuera por ninguna razón en específico – se quedaba allí. Realmente no concurría gran cosa, y quizás era por eso que ninguno de los pasajeros de aquel pasadizo se veía tentado a contar nada que hubiera pasado allí. Quizás era lo contrario. Quizás tener la certeza de formar parte de esa comunidad tan reducida de pasajeros le daba a uno una satisfacción mayor que la que hubiera provocado contarle a alguien amado el maravilloso lugar que habían visitado la noche anterior. S no quería confirmar que la segunda opción era la real, porque eso la hubiera hecho sentir egoísta, y no quería serlo. Pero la verdad que ser especial, o al menos sentirse de esa manera, era una de las mejores sensaciones que podría sentir jamás, y aunque no lo admitiera, le daba vueltas a ese sentimiento constantemente. En ese momento se sentía especial, y sola y silenciosa. Se le ocurrió gritar, y quebrar esa cofradía al ruido que se había creado, pero no se atrevió. Le atraía la idea de ser la primera en producir, aunque fuera casi imperceptible, un sonido allí dentro, ya que sabía que nadie antes lo había hecho. Pero alteraría un orden que probablemente es de cierta manera por una cierta razón, y no quería ser la culpable de un suceso lamentable, así que no hizo nada, tan solo siguió caminando, adelantado su salida de aquel lugar, sabía que no faltaba mucho. Después de todo, quedaban pocos lugares silenciosos en el mundo, y a S le encantaba estar segura de que podía volver cuando quisiera, y descansar del ajetreo de sus días. El movimiento no era lo que más le molestaba, si no que el ruido lo era, y ahí adentro no existía ninguna de las dos cosas. Ya se acababa ese viaje que había emprendido sin quererlo. Cuando finalmente salió, aquel era como un sueño que jamás olvidaría. No sabía cuándo iba a regresar, ni siquiera sabía si realmente lo haría, pero que lo tendría en mente para siempre, eso sí era seguro. Era la exclusividad, la soledad, el sentimiento de ser la única, lo que la atraía y no la soltaba, jamás lo haría. Después se todo, ¿que otra cosa tenía sentido en su vida además de eso?

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