Si al final te quiebras (vetusta morla)

Volver a mis cosas. Esas que te dan pequeñas emociones diarias. Una crema nueva con olor de rosas que traerá Amazón (R) hoy, pero no se sabe la hora. Un capítulo nuevo de una serie favorita que no te dejan ver en maratón y a la que hay que esperar semana tras semana. Preparar un viaje, ordenar tus libros y acabar leyendo uno de corrido sentada en el suelo sin ordenar nada.

Alejarse.

Ir a comer con la familia. Ir a la playa. Quedar con otros amigos. Hablar del trabajo, o del universo. De lo que voy a ser de mayor. De que me he apuntado a un taller de poesía y a otro de relatos, de que voy a seguir bailando zumba hasta que encuentre a alguien para aprender bachata. Nuevas amigas de amor incondicional, a las que molestar cuando nadie me hace caso.

Alejarse más.

Recordar duelos de los que he salido quedando la melancolía de los últimos días. El recuerdo de los días felices. Más felices en el recuerdo que cuando los viví. Ya no duelen tanto. Solo escuecen a veces.

Ya he negado la realidad. Me la he inventado muchas veces. ¿Inventar es negar?. Ya he negociado otras condiciones, que no han funcionado. Y ahora toca la depresión y la melancolía. Espero que no sea tan largo que lo confunda con mi hogar (también vetusta).

Alejarse hasta el infinito.

Y cuando lo acepte tendré un pequeño rincón en mi cabeza, a la derecha según entras por detrás del entrecejo. Volveré a pasear como cuando paseo por el cementerio. Para hablar ¿conmigo misma?. Y recordar momentos que fueron más felices en mi mente que cuando ocurrieron.

Y seré más sabia. Mas compasiva. Menos dramática.