El cuento de Dios, y del sol y la luna (II)

El cuento de Dios, y del sol y la luna (II)

E. H. Lewis

11/06/2022

Érase que se era una vez, de esas tantas veces que nadie recuerda y ahora son como si jamás hubiesen ocurrido, y en una época donde las épocas no se habían terminado de construir, aunque sus futuros ingredientes abundaban chupándose el dedo y gateando hasta por las paredes que todavía no existían, y en una tierra tan pero tan pero tantos de tanes, tunas y tonos, nuevecita y sin lluvia aunque plena de rocíos cada mañana, cuando aún no se había escuchado de la existencia del futuro charco inicial…

En fin, en esta vez, época y tierra, a la cual hemos hecho referencia por un largo rato, sucedió que los primeros hombres descubrieron el sol, el cual, claro está, ya se veía desde el cuarto día según el cuento anterior. Sin embargo, a los hombres jamás se les había ocurrido antes levantar la cabeza.

El sol parecía en verdad imponente y hermosísimo, con su formidable corona de rey del firmamento diurno y su radiante personalidad rompiendo el alba. Hasta su propia sombra era bien brillante, pues en esa época no existían nubes que le hiciesen competencia.

Los primeros hombres se dijeron entre ellos, admirados ante semejante espectáculo:

-“Vaya, vaya, eso allá arriba tiene que ser importante, porque no se le puede mirar de lo mucho que deslumbra. Aunque sabemos cuándo está allí de la misma manera.”

Era nada más que el primer sexto día de todas las eras. Así que los primeros hombres no eran muy inteligentes que digamos.

Y prosiguieron:

-“Gracias a eso allá arriba sabemos que hay que despertar, y los pajaritos entienden que tienen que cantar, y las lechuzas comprenden que deben irse a la cama. Este orden de las cosas nos gusta.”

Ante semejante declaración de los primeros, los segundos estuvieron de acuerdo:

-“Es verdad lo que ustedes dicen: eso allá arriba es lo mejor que ha existido jamás. Y si faltase en el día como ocurre durante la noche, sería mejor que ni abriéramos los ojos, porque de seguro no habría nada qué ver ni veríamos para dónde ir, aunque mucho miráramos y camináramos como energúmenos hasta caernos en huecos. Además, el calor que nos da es bien sabroso, y sirve para alimentar la tierra. Eso tiene que ser un dios.”

Así que los primeros y los segundos hombres que existieron en esta época donde las épocas no se habían terminado de formar, en el sexto día, olvidaron la luz y comenzaron a reverenciar al sol y a hablar con él hasta por señas. Y se ponían de rodillas cada mañana apenas el astro aparecía en el horizonte, y le cantaban canciones y le hacían peticiones que ningún sol puede conceder ni tampoco escuchar, porque están bien lejos y su único poder consiste en cumplir la función que le ha sido otorgada.

Finalmente lo despedían con gestos y gritos, y más canciones y halagos poco antes de que desapareciese en la distancia al final de cada atardecer.

Entonces la luna, quien no poseía el fulgor que tiene en nuestros días, observó las reverencias y despedidas, y escuchó las canciones, peticiones y halagos, y sintió mucha envidia y enojo. E inútilmente se acercaba a la tierra cada noche en busca de similar devoción, pues para entonces todos dormían.

-¡Eh, sol! –llamó a gritos una tarde.- ¡Tú, sol! ¿Estás sordo? ¡Mira para acá!

-¿Qué? –respondió el sol, distraído en su oficio, entretejiendo llamaradas bien largas.- ¿No ves que estoy ocupado en calentar e iluminar la tierra para que los primeros y los segundos hombres puedan ver lo que hacen y se alegren? Este trabajo mío es muy delicado, y si no le presto la debida atención me puedo quemar un dedo.

-¡Oh, sol querido, oh, sol de mi alma! –se lamentó la luna.- Luces un poco pálido… ¿Qué sucede? ¿Estás comiendo bien? ¿Duermes lo suficiente?

-¡Ay, no me digas nada! –suspiró el sol.- Los días se me hacen muy largos y aburridos, y las noches apenas me dan abasto para reposar de mis obligaciones. Y cada mañana tengo que empezar otra vez desde el principio apenas me levanto, porque esta tierra conserva muy poco el calor que le brindo, y nada de la luz que recibe.

-¿Deseas ayuda? –insinuó la luna, tramposa.- Yo puedo mantener la tierra iluminada y calientica cada noche, hasta que vuelvas… ¿Qué te parece?

El sol no es perezoso, pero su trabajo es bastante complicado y agotador, como ya hemos escuchado. Así que semejante ayuda es difícil de rechazar, y mucho menos ignorar.

-¿Qué propones? –preguntó, mirándose con atención las palmas de la manos, pues las tenía muy coloradas de tanto trabajar.

La luna calculó con la rapidez celestial de alguien bien pillo.

-Acuéstate de este lado cuando te vayas a dormir –sugirió.- Y yo me paro aquí mismo, y tomo tu luz y tu calor y los reflejo donde deben, ordenados y listos para que cuando regreses mañana en la mañana la tierra esté preparada, y no tengas que empezar tu trabajo otra vez desde el principio.

-¡Hmmm! –consideró el sol, iluminándose de alegría.- Esa me parece una idea brillante. ¡Muchas gracias, querida luna!

-Oh, por nada. ¡Es un placer, sol de mi alma!

¡Qué tramposa es esta luna!

Su plan era en verdad no sólo robarle la luz y el calor al sol, sino también la reverencia de los habitantes de la tierra; y que además le cantasen canciones y le hiciesen peticiones de rodillas. Afortunadamente, el sol no se iba a enterar porque él siempre descansaba durante las noches.

Sorprendidos pues por el nuevo brillo, los primeros y segundos hombres levantaron otra vez la cabeza y vieron a la muy ladrona:

-“Vaya, vaya, esta allá arriba tiene que ser igualmente importante, porque resplandece de la misma forma que el sol brilla. Gracias a ella ahora podemos estar despiertos cuando nos dé la gana, y si nos vamos a caminar no nos caemos más en huecos. Este nuevo orden de las cosas nos conviene, y nos gusta más.”

Y los terceros hombres, quienes estaban escuchando, estuvieron de acuerdo:

-“Es verdad lo que dicen ustedes: el sol es el dios del día y lo mejor que existe, pero después que él se marcha no hay nada comparable a la luna. Ahora la luz no puede determinar más lo que hacemos, o cuándo lo hacemos. Esta luna tiene que ser el dios de la noche, y merece tanto respeto o más que el mismo sol.”

La luna se había salido con la suya. Sin embargo, su corazón estaba tan frío de la envidia y tan oscurecido por los celos, que escasamente lograba reflejar toda la luz del sol, y mucho menos su calor. Y durante algunas semanas su odio era tan fuerte, que a duras penas conseguía permanecer visible en el firmamento, o hasta desaparecía completamente.

Además, la luna no tenía corona ninguna, teniendo que compartir el cielo también con las estrellas, las cuales eran tantas que nadie las podía contar ni en sueños, entre otras razones porque en aquella época tan pero tan pero tan-tan, todavía no se habían inventado los números, no obstante ya existían pocas y muchas cantidades, e incluso bastante y casi nada.

De todas formas, los primeros, los segundos y los terceros hombres empezaron a reverenciar a la luna y a hablar con ella. Y se ponían de rodillas cuando aparecía en el horizonte, e igualmente cuando no, y le cantaban canciones y le hacían peticiones que ninguna luna puede conceder aunque escucha, porque su único poder es robado del sol.

Ella pues recibía los halagos con placer; y se acercaba en algunas ocasiones al mar para verse reflejada en su espejo, encantada con su nuevo aspecto.

Mientras tanto, Dios observaba estas cosas lleno de admiración. Y no era para menos, porque aquellos primeros, segundos y terceros hombres no eran muy inteligentes que digamos.

-¿Qué hacen ustedes? –le preguntó al sol y a la luna un atardecer en que ambos compartían el cielo.

-Yo caliento la tierra, y le entrego calor a los hombres de la forma en que me ha sido ordenada –dijo el sol, con radiante inocencia.

Pero la luna no quiso contestar, y desapareció dándoles las espaldas.

-Los primeros y los segundos hombres de la tierra te adoran como si fueras un dios, sol, porque piensan que eres muy hermoso y poderoso –agregó Dios, mostrando una paciencia enorme.- Pero yo nunca ordené nada así. Es más, lo que hacen me resulta muy desagradable porque nunca hablan conmigo, que soy el verdadero Dios, pero sí te dedican largas peticiones que ni siquiera puedes escuchar de lo lejos que estás.

-¿De verdad? –el sol prestó gran atención, pero eso no lo acercó más a la tierra. Así que tampoco escuchó nada.

Sin embargo, sí observó a los primeros y los segundos hombres haciendo danzas, muecas y reverencias hacia él, y le agradó un poquito.

-Bueno -consideró el sol-, yo soy bien brillante y hasta tengo corona, así que, para ser justos, creo que merezco algo de reconocimiento, ¿verdad?

-¿Mereces reconocimiento de los hombres de la tierra por hacer lo que yo he establecido y ordenado como tu ocupación diaria, disponiendo lo necesario para que obedezcas de manera perfecta? –preguntó Dios, admirado de que no solamente los primeros y segundos mostrasen tan poca sabiduría.

-Bueno, dicho de esa manera… -dudó el sol, sonrojándose- no sé…

-Claro que sí –se envalentonó la luna, apareciendo de nuevo.- Los hombres son libres de voluntad y los dueños de la tierra, y si ellos ambicionan adorarnos porque lucimos bien hermosos y somos muy importantes, ¡quiénes somos nosotros para impedirlo!

Dios hizo un silencio de pocos segundos, sin abandonar su admiración.

-Los primeros, los segundos y los terceros hombres de la tierra te adoran como si fueras un dios, luna, porque piensan que eres tú quien les permite usar la noche como si fuese el día. Pero yo nunca ordené algo así. Es más, lo que ellos hacen me resulta muy desagradable, porque no hablan conmigo, que soy el verdadero Dios, pero sí te dedican largas peticiones que no puedes escuchar de lo envidiosa que eres, y no puedes responder porque no tienes otro poder que el de brillar con luz ajena.

-¡No es culpa mía! –replicó la luna, y le dio la espalda a Dios una segunda ocasión, pues al parecer ella era muy grosera.

Esto, indudablemente, nunca es una buena idea. Pero a la luna no se le ocurrió nada que justificase su actitud, de la misma forma en que nadie podía explicar el comportamiento de los primeros, segundos y terceros hombres que vivieron en la tierra al principio de la época sin épocas, los cuales eran tan poco inteligentes que si hubiesen tropezado con una piedra o un palo en vez del sol, también se hubiesen puesto a hablar con ellos y a hacerles peticiones, cantarles canciones y obsequiarles regalos.

Era evidente pues que los cuerpos celestes habían extraviado su propósito.

Para restaurar la armonía, Dios destinó a la luna a permanecer para siempre de espaldas a la tierra. De esta manera jamás podría volver a deleitarse en una atención que de acuerdo al orden universal no le pertenece. Aun así, ella sigue igual de enojada e envidiosa, y por mucho que todavía trata de acercarse al mar, ya no puede verse reflejada en su espejo.

A continuación, Dios le concedió a las nubes la virtud de oscurecer el firmamento con el propósito de recordarles a los hijos de los primeros, segundos y terceros hombres que habitaron la tierra, que el sol y la luna no son la verdadera fuente de su bienestar.

Y por último estableció en el gran calendario de los eventos cósmicos un corto período de tiempo en el cual el sol desaparece completamente. Este prodigio se conoce como “eclipse total de sol”, y durante el mismo lo único que se logra distinguir es un pedacito de la formidable corona del rey del firmamento diurno, pues el resplandor de su ingenuidad queda engullido por la envidia y los celos de la luna.

Sospecho que esto todavía nos sirve de advertencia, para que no le ofrezcamos importancia a quienes no les corresponde, dedicándoles canciones, halagos y peticiones cuando están tan lejos que ni se enteran como ese sol; o tan cerca pero llenos de odio y envidia como esa luna.

Pues aunque tengamos muchos días de completa oscuridad, nunca debemos olvidar que sin Dios no existe la luz, ni esperanza en un nuevo día. Y que Él es el único merecedor de nuestra gratitud.

Antes y después de todo, Él siempre escucha, y también responde.

Y colorín colorado, este cuento del eclipse ha terminado. Yo no estaba allí, pero bien pudo ser así.

Ahora te toca el turno a ti.

© 2014; 2020

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