Érase que se era una vez, y en una tierra tan, pero tan, pero tan lejana, que el turismo no sabe de su existencia y no aparece en el catálogo de las tierras ya visitadas o las que quedan por visitar, ni tampoco en la lista de las tierras malas conocidas o de las buenas por conocer, que existía un reino de gente muy hermosa, bien vestida y amable. Y ese reino se llamaba Hece.
Y el reino Hece tenía también un rey, como pasa con casi todos los reinos. Y este rey era muy valiente, educado, bien vestido y amable, y se llamaba Rey; y su reina Reina, era muy hermosa y educada, delicada y gentil. Y su hija, la princesa Petronila, era también muy linda.
También los súbditos del reino eran muy hermosos, bien vestidos y amables hasta más no pedir, dejando poco que desear.
Las ciudades del reino imitaban asimismo a sus habitantes, irradiando un esplendor y una armonía cual jamás se ha conocido en toda la historia de la historia de las ciudades armoniosas y esplendorosas.
Desafortunadamente, este reino era desconocido, como ya hemos dicho. Y tan lejano que no había quién lo lograse encontrar ni por casualidad.
Pero un día apareció el monstruo de nuestro cuento.
No existen dibujos, descripciones o reseñas de su apariencia, porque en verdad nunca nadie lo vio, o vivió para después contarlo. Yo tampoco, lo que confirma la razón por la cual ahora estoy contando el cuento; empero si lo hubiese visto no hubiera podido contarlo de la forma en que todavía lo estoy tratando de hacer.
En fin, sí sabemos que este monstruo indescriptible llegó un día, o una noche, ya que es algo difícil determinarlo sin jamás haberlo visto.
Y llegó bien sigiloso, súbito e inesperado, cuando los habitantes del reino Hece estaban más confiados, educados, hermosos, lindos, preciosos, bien vestidos y amables que nunca, disfrutando confiadamente educados y hermosos de su ciudad irradiante de esplendores y de armonía, y de su rey, y su reina, y su princesa Petronila.
El pánico tanteó ciegamente por doquier, creando confusión en medio del reino Hece a una velocidad jamás vista y sin doblar esquinas. Y nadie supo qué hacer.
Incluso los súbditos más valientes y amables de la comarca se echaron a llorar con espanto en las calles, pues ya daba lo mismo preparar un café bien oscuro que no hacerlo, y el azúcar había dejado de ser blanca, y el azúcar prieta era imposible de encontrar.
El mismo rey Rey, valiente, educado, bien vestido y muy amable, se sentó desconcertado en su trono, sin atreverse siquiera a dar un paso de lo sentado que estaba.
Este monstruo horrible que había atacado el reino Hece era el legendario Apagón, feroz, voraz, despiadado y malévolo, capaz de arrebatar de vista hasta los seres más queridos, y tornar inútiles toda esperanza de ver qué sucedía, o de ver qué se podía hacer.
Pero el rey no se quedó sentado, quiero decir, sentado en sentido figurado, aunque sí lo estaba y no podía dar un paso, sino que ordenó a los heraldos a ir cuidadosamente y a tientas en todas las direcciones cardinales a anunciar grandes recompensas y elevados honores para aquel capaz de derrotar al Apagón.
Aun así, transcurrieron muchas semanas sin que nadie respondiese al clamor colectivo. Principalmente, porque los caballos se extraviaban en medio de tanta oscuridad, tropezando con cada ramita, pared, casa, pedrusco, muro, acera, cartel, persona y grupo de personas que encontraban, y los caballeros se aburrían de repetir hasta el aburrimiento, muy amables y caballerosamente cabalgantes:
-¡Ay! ¡Ay! ¡Cuánto lo siento! ¡Perdón! ¡Discúlpeme! ¡No fue mi intención! ¡Lo lamento mucho! ¡Yo le compro uno nuevo!
El reino Hece fue perdiendo poco a poco la esperanza de que alguien acudiese en su ayuda, o tal vez lo encontrase. Y los súbditos, resignados, decidieron buscar otra cosa qué hacer, aunque con muy poca suerte. Sin embargo, lo único que se les ocurrió fue contar leyendas del Apagón, y de cuán grande, temible y poderoso era.
Mientras, la presencia del Monstruo crecía y crecía, más y más cada día, o cada noche, pues es un poco difícil determinarlo sin jamás haberlo visto.
Hasta que un día especial, o una noche especial, apareció el caballero andante Bartolo Vértelo de Mamertino Involucro.
Este caballero andante no tuvo dificultad alguna de orientarse en el reino porque era bizco. Además, su caballo no se extravió en medio de tanta oscuridad, tropezando con cada ramita, pared, casa, pedrusco, muro, acera, cartel, persona y grupo de personas que encontraba, porque Bartolo Vértelo de Mamertino Involucro era un caballero andante. Y los caballeros andantes son caballeros que andan, que los otros son cabalgantes, y se perdieron todos.
Pues bien, Bartolo Vértelo de Mamertino Involucro llegó frente al rey Rey, e hizo una profunda reverencia, la cual nadie advirtió, claro está. Y por una semana entera escuchó atentamente las espantosas historias del monstruo Apagón, de los horribles accidentes que había causado, de la desesperación de los habitantes de Hece, y de la creciente recompensa, que ahora incluía la mano de la princesa Petronila y la mitad de un reino en penumbras.
Al despertar la mañana siguiente de la próxima semana, quiero decir, cuando el caballero andante Bartolo Vértelo de Mamertino Involucro despertó, tomó un fuerte desayuno, desenvainó su espada, y lleno de andante arrebato salió a todo correr del palacio tumbando a todos los que encontraba, golpeándose contra columnas y paredes, y cayéndose por los huecos de las escaleras, aunque era bizco.
La noticia de que había un héroe en acción corrió como un alarido de dolor, y muy pronto quienes escuchaban el:
-¡Ay, ay, ay!
…viniendo hacia ellos, se quitaban del camino con rapidez y se escondían dónde podían, dejándole el paso libre.
El andante anduvo así por media mañana, quiero decir, por un largo rato, pues todo estaba a oscuras. Hasta que se cansó. Pero no pudo encontrar al legendario monstruo por ninguna parte.
Entonces se sentó a pensar cuidosamente en un plan de cómo atraer, embobar y derrotar al Apagón. Y se le ocurrió una brillante idea, aunque bastante diminuta, porque este caballero no era muy inteligente que digamos.
De más está añadir que Bartolo Vértelo de Mamertino Involucro regresó al palacio casi victorioso. Inexplicablemente, los súbditos del reino Hece huían espantados apenas él se aproximaba.
Una nueva reverencia frente al trono y su corte, que ahora fue advertida, concluyó su viaje.
-Honorable rey Rey, y su honorable consorte reina Reina, yyy… la princesa Petronila –dijo el andante-, he derrotado un poquito al Apagón, como ustedes ya pueden advertir. Lamentablemente, esta hazaña requiere más tiempo del inicialmente previsto por un servidor, y un plan más elaborado. Reclamo pues, no el tesoro, el reino y la mano de la princesa en su totalidad, sino un anticipo, suficiente para poderme establecer en la región, y poco a poco acorralar y destruir al legendario y monstruoso monstruo.
Y continuó explicando su brillante idea, que era bien diminuta, porque este caballero no era muy inteligente que digamos.
-Aproxímate –le ordenó el rey escuetamente, curioso del espectáculo que el brillo del andante proporcionaba.
Pero aquella lucecita puso en evidencia la terrible condición en que el reino y sus súbditos se encontraban, ya no tan bien vestidos, hermosos y amables. Y ni siquiera la princesa Petronila conservaba su real gracia y hermosura.
A lo que Bartolo Vértelo de Mamertino Involucro lo pensó mejor, y salió de nuevo corriendo del palacio a todo lo que daban sus ancas.
Transcurrieron muchas semanas sin noticia alguna del andante, al cabo de las cuales varias comitivas fueron despachadas con la intención de encontrarlo. Desgraciadamente, regresaron exhaustas, derrotadas y llenas de magullones, pues el Bartolo brillaba por su ausencia, lo cual no era para nada agradable a los que se encontraban en tinieblas.
Un edicto real fue leído en cada plaza, instruyendo a los súbditos del reino Hece bajo amenazas de desahucio y mazmorras y pan y agua con azúcar prieta imposible de encontrar, a dejar que el recuerdo del caballero andante fuese oscurecido por el olvido.
Las tinieblas son algo temible. Pero la luz lo es aún mucho más.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado, y el tuyo aún no ha empezado.
© 2013, 2014; 2020
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