De la arena de aquella playa del norte solo queda el recuerdo opaco de días aparentemente más tranquilos. De las olas, solo el sonido que hacían al romper en la orilla. Del sol, algunos rayos que filtran todo a sepia y de ti, los fragmentos que reducen tu existencia a cenizas. Eres el recuerdo de ti mismo. Eres el cúmulo de imágenes borrosas de tus treinta y cinco años de vida. Nada. Todo estuvo, está y seguirá allí. El mundo sigue existiendo sin ti.

Como viste, ese parque no era como lo recordabas. La plaza de Luriama no era más que otro parque cualquiera, perdido y anexado a otra ciudad igual de perdida como Huacho. Sus árboles no eran tan frondosos y en realidad no daban sombra. El camino alrededor del parque era de tierra, tal y como lo recordabas, pero el polvo en el viento no era mágico, no era un lugar especial, pero tú sí lo eras. Tu bicicleta volaba, el sol te iluminaba cuando su luz atravesaba las hojas de los árboles gigantes, al menos para ti. El mundo era tuyo, aún lo es.

Aún resuenan en tu cabeza las infinitas veces que la pelota rebotó en la pared de frontón, pero ya no eres tú el que juega. Décadas han pasado de tu último partido y todas las pelotas que lanzaste muy lejos, por encima de la pared y que nunca pudiste recuperar, ya no existen. Alguien más las recogió y las botó sin saber que en algún momento lamentaste su pérdida. Esa cancha verde de líneas blancas borrosas ya ha sido recorrida por cientos, sino miles de personas después de ti y la fuerza con la que golpeabas cada bola ya regresó a ti con la misma fuerza. Todo lo que dejaste allí te lo llevaste. Esa pared de frontón que no se derrumbó con tus miles de golpes se derrumbará eventualmente, sin ti.

Los lugares en los que jugabas son las pruebas de que no eres nada y también de que lo eres todo. Preferías pasar de largo el sube y baja, los toboganes y los columpios. Preferías el escenario abandonado, lleno de maderas viejas y fierros, lleno de maleza que superaba tu pequeña estatura de ese momento. Preferías el terreno baldío que llenabas con tus juegos solitarios. Preferías ese extraño árbol que tenía el tronco cortado y que funcionaba como timón de tu gigantesca e inexistente embarcación. Preferías los clavos oxidados del piso que recogías y atesorabas como el pirata en el que mágicamente te convertías. Eras el mundo entero. Aún lo eres.

Hoy todo está muy limpio, el escenario ya no está abandonado, ya no hay clavos en el piso, el árbol ha sido reemplazado por un farol que alumbra la oscuridad que antes te acogía. No hay fierros y maderas que sirvan como la pata y la espada del pirata que fuiste. Tu mundo ya no existe y nadie sabe nada de lo que hacías allí. Tus monedas de oro en forma de clavos oxidados ahora están en el basurero más cercano de la ciudad y no valen nada para nadie. Te has convertido en nada, para los demás.

El tiempo sigue pasando en cada lugar que has pisado. El verdor del cerro que acoge a Huanta en sus faldas se mantiene, las flores que acompañan el camino hacia el mirador del cristo blanco continúan con su ciclo regular, crecen y se marchitan, estación tras estación, sin importar si estás tú o no. Las nubes que de pronto llegaban a cubrir la ciudad y la lluvia que convertía cada pista inclinada en un río caudaloso siguen obligando a la gente a usar paraguas o a cubrirse con bolsas así tú no puedas sentir ya la humedad. La pampa de Quinua sigue en silencio sepulcral y, aunque no puedas confirmarlo o negarlo, es seguro que alguna batalla se sigue luchando precisamente allí y seguirá siendo así, como siempre ha sido.

Solo tienes retazos de vida y microscópicos momentos que se acumulan en una microscópica porción de tiempo. Todos tus recuerdos, todas las personas que has conocido, los caminos que has andado y todas las palabras que has dicho, escrito u oído caben en una diminuta partícula de tierra. Tu vida es una entre tantas, insignificante y valiosa como todas. Única y similar a todas. Feliz y desdichada como las demás. Tus pisadas en la tierra no permanecerán y las personas que se acuerdan de ti, eventualmente se acabarán, hasta que no quede rastro de que alguna vez hayas existido y todo seguirá existiendo sin ti.

Es cierto, todo es cierto, pero hay una luz que le traes a todos los lugares cuando estás. Todo siempre está iluminado, pero tu luz es distinta, ilumina diferente y de manera única o ¿Acaso crees que alguien más ha encontrado un timón en ese árbol mal talado? ¿Acaso crees que alguien vivió como tú cada partido de frontón en el que imaginabas un público alrededor? ¿Acaso crees que alguien imagino que debajo de la tierra de Quinua debía haber oro, porque solo así se explicaría semejante brillo dorado de la superficie que reflejaba el sol? Tú nunca fuiste los lugares en los que estuviste, pero los lugares que te vieron solo cobraron sentido contigo allí. Aún es así.

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