Buscar y no encontrar.

Sentado en su mesa silla, envuelto en una montaña de hojas arrugadas, estaba un pensativo Lorenzo que no sabía qué escribir. No existe situación más molesta para un escritor que la falta de inspiración. Buscar y buscar, pero no hallar nada lo suficientemente interesante, nada digno de ser leído.

Lorenzo excavó en lo más profundo de su cabeza. Tratando de hallar algo que pudiera plasmar en el papel, pero todo fue en vano. Tomaba hoja, tras hoja. Escribiendo palabras al azar, conforme se cruzaban por su mente y como todas terminaban siendo arrojadas al suelo en una bola deforme. Miro el reloj, ya había pasado más de medio día ahí, sentado, sin llegar a nada. Dándose por vencido, Lorenzo se acostó dispuesto a descansar un poco. Suspiro exhausto, y dijo:

-Tal vez, cuando deje de buscar lo encontraré.

Cerró los ojos un momento, quizás segundos. Y los abrió de golpe, se levantó de la cama como un torpedo, más decidido que nunca. Volvió a sentarse y el resto del día escribió diez capítulos, de lo que sería el mejor libro de la historia.