Todo verde estaba destinado a perecer sofocado por las turbulencias de lo impuro. Toda luz, todo sol sería indefectiblemente malogrado por las coalisiones violentas de nubarrones sin corazón. Toda bondad sería fagocitada por seres abyectos y aprovechadores.
Ellos lo sabían; lo intuían cada vez que alguien o algo nuevo llegaba a sus vidas. Sin embargo, se aferraban a la esperanza de que esta vez pudiera ser esa excepción en que todo fuera diferente. Si no lo era (nunca lo era), sí: caían como sacos agujereados, por las empinadas barrancas de la Decepción. Pero pronto se lamían las heridas y, sin detenerse demasiado en los lamentos, simplemente volvían a Creer. Porque amaban y veneraban la vida. Nada más.
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