Mi nona Ada era una gran actriz

Mi nona Ada era una gran actriz

Gabriela Stringa

27/05/2022

Mi nona Ada era una gran actriz. Siempre fue una transgresora. Era divorciada en un pueblo de costumbres rancias, jugaba al chinchón por plata y tomaba clases de guitarra. Su casa estaba llena de fotos: de sus hijos, sus nietos, de ella cuando era joven. Si en alguna foto aparecía mi abuelo, ESE, simplemente lo recortaba. Las fotos mutiladas solo reforzaban su ausencia. Y su dolor, creo.

Mi nona tenía unas formas extrañas de demostrar sus sentimientos. “Menos mal que usas lentes, me decía, porque tenés la nariz muy ancha. Vení, tomemos unos mates que traje las tortas fritas que tanto te gustan”. Los mates de mi abuela tenían un toque de café…

Mi mamá salió a su madre y yo parecida a las dos: sensibles pero para adentro.

El día que murió mi primo lloré como la nena que era. Teníamos 14 años y éramos el negro y la negra. Mis recuerdos de esos días son difusos, confusos, todavía llorosos. Recuerdo que me dolía mucho algo pero no sabía qué. De más grande supe que era angustia y que no importa cuántas pastillas tomés, se va cuando la podés sacar afuera. Gritando, llorando, emborrachándote. Mi abuela usaba otro método: se olvidaba de ella y se ocupaba de nosotros. El velorio duró dos días y no sé la cantidad de cafés y vasos de agua que sirvió esa mujer. Lloré en su hombro, igual que mis hermanos, y mis primos. Llorábamos hasta que nos decía “andá a abrazar a tu mamá, o a tu hermana, o a cualquiera. Andate, que tengo mucho que hacer”. Más tarde comprendí que nos echaba porque no podía más. Nosotras, las sensibles para adentro, creemos que tenemos un umbral alto para demostrar emociones, pero lo cierto es que un abrazo nos desarma. Y ella no podía desarmarse. Quería seguir sirviendo cafés, y vasos de agua y fingir que no se había roto en mil pedazos, como todos.

Recuerdo ir a visitar a mi tía y verla a ella haciendo cosas. Si no están haciendo nada, vengan y doblen servilletas. Si no están haciendo nada, vengan y sequen los platos. Si no están haciendo nada, nos decía cuando escuchaba que alguien no podía hablar. Si no están haciendo nos decía porque no soportaba vernos llorar…

Fui pocas veces al cementerio, mis muertos nunca estuvieron ahí. Ese día vi desde la entrada su bici azul, estacionada en el caminito que lleva a la tumba de mi primo. Imaginé que la iba a encontrar cortando el pasto, acomodando las flores o puliendo el mármol. Pero no, ahí estaba mi abuela, demolida, llorando todas las lágrimas que con nosotros no podía. Me sentí una intrusa, y me escondí en el galponcito del jardinero a esperar que se vaya. Viene todos los días, me dijo el chico. Aunque llueva o haga 40°, ella viene igual. Solo asentí, no pude responder nada.

No volví al cementerio.

Desde que mi abuela murió, nos encontramos en los mates con café que cada tanto preparo, en las fotos mutiladas o en su bici azul de la que nunca se despegaba. Nos encontramos y me deja llorar un ratito en su hombro. “Ahora andá y abrazá a tu mamá”, me dice. Y se va. Y la dejo ir. Porque nunca le dije que la había visto. Porque su secreto siempre estuvo a salvo conmigo: mi nona Ada era una gran actriz.

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