Elena se acomoda las gafas de sol, se seca las lágrimas que le humedecen las mejillas y al voltear se encuentra con Fabio, su hermano mayor, que aprieta los labios, arquea las cejas y mira el suelo.

Ella da un par de pasos y se le aflojan las piernas, Fabio lo nota y la toma de los codos para evitar que caiga, ella se larga a llorar y él la apoya contra su pecho.

-Se nos fue demasiado rápido, cuarenta y nueve años- Le dijo ella con la voz entre cortada y dejándole empapada la camisa.

– ¿Qué haces aquí sola Elena? No pensé encontrarte, ni si quiera se me ocurrió que visitarías a Luciano.

-No lo entenderías- susurra y se aparta de los brazos de Fabio, que le toma la mano, ella no lo mira, le aprieta a penas los dedos y lo suelta para seguir su camino.

Fabio coloca un ramo de flores sobre la tumba de Luciano, observa en silencio el lugar durante unos segundos, frunce el ceño y gira la cabeza para ver a su hermana alejarse, y decide correr hacia ella.

– ¿Qué no entendería? – le pregunta cuando se encuentra cerca de ella que está a punto de entrar a su coche.

Cuando Elena tenía diecisiete años Luciano llegaba a su casa montado en una moto preguntando por Fabio. Se habían conocido en el primer año de facultad, y se habían hecho muy buenos amigos.

Fabio lo invitó a entrar y ambos estudiaron toda la tarde. Esa fue la primera vez de tantas en las que Luciano visitaba la casa.

Luciano entraba, dejaba la moto en el garaje de la casa, y con una leve sonrisa saludaba a Elena que le respondía del mismo modo.

Al año siguiente Elena también ingresó a la universidad, y los tres se juntaban en el patio o en las horas libres. Se sumaban otros amigos, que después se iban yendo, pero ellos tres siempre estaban juntos.

Fabio fue el primero en recibirse, esperó unos meses y puso un buffet a medias con Luciano. De todos modos, Elena se seguía juntando con ellos, hablaban de derecho, de la sociedad, de las novias de Fabio que duraban menos de seis meses y tendían a no ser del agrado de su hermana, de los gustos tan opuestos de Luciano y Elena, y de que los dos se oponían a que la más pequeña del grupo tuviera una relación a pesar de sus veintitantos.

– ¿Por qué le preguntaste que opinaba de Julio? – dice Fabio entrando al coche detrás de su hermana.

-Eso fue hace tantos años Fabio ¿Importa eso?

-Creo que lo hiciste sufrir a propósito, pero ¿Qué puedo decir yo? ¿Quién entiende a las mujeres?

– ¿De qué hablas Fabio? – Pregunta casi gritando Elena y se quita los anteojos- Yo no le hice nada a tu amigo, no entiendo, yo quiero que esté vivo.

-No hablo de eso, fue un accidente, cualquiera puede dormirse en la ruta, no es eso, es la vez que le preguntaste sobre Julio ¿Me vas a decir que no lo sabias? Hasta mamá se daba cuenta y no compartía mucho con nosotros – Comenta Fabio, resopla y niega con la cabeza.

– ¿Qué sabía que cosa? Yo fui para que me dijera que no, y me dijo que si, yo lo amaba, no, no Fabio, no lo amaba, yo lo amo, desde que lo vi.

– ¿Es en serio? – Interrumpe casi cortante Fabio y recuerda una escena similar hace unos veinte años, la cual le va relatando a su hermana.

Luciano se sentó frente a él con los brazos cruzados mirando a la nada. Fabio arreglaba unos papeles, dejó de hacerlo para prestarle atención a la expresión de tristeza de su mejor amigo.

-Elena vino a casa anoche- dijo Luciano, sacó un cigarrillo de la caja que traía en el bolsillo de su pantalón, Fabio le acercó un encendedor, y Luciano comenzó a fumar, y continuó contándole – Me dijo que Julio le propuso matrimonio, la conoce hace pocos meses, pero me pareció que ella necesitaba nuestra aprobación, no sé para qué quizá para suavizar el momento en que te de la noticia a vos a tus viejos.

– ¿Se va a casar con el recepcionista?, ¿Y porque pedirte consejo?

-No sé, a veces pienso que es inocente, otras veces que es cruel. Yo le dije que sí, que, si la hace feliz la idea de estar con Julio, nosotros vamos a estar contentos por ella.

– ¿Por qué no le confesas que estás enamorado de ella? Digo, antes de que se case con el recepcionista.

– ¿Para qué? Si se ve que lo quiere a él. Para ella soy otro hermano.

– ¿Eso pensaba? – pregunta Elena con la voz entrecortada y los labios temblorosos.

-Yo también, por un lado, dije ¿Por qué no? Que te lo diga, y ahí es tu decisión, pero por otro lado lo entendía, pasábamos horas y horas los tres juntos y no se te notaba nada, sin embargo, yo a Luciano si le veía lo que sentía por ti, quizá porque lo sabía, no sé. Te voy a preguntar lo mismo que le pregunté antes de que te casaras ¿Por qué no le confesaste que estabas enamorada de él?

-Porque pensaba que iba a hacerle daño a nuestra amistad y que él no me quería, le di una oportunidad preguntándole si estaba de acuerdo con mi compromiso y me dijo que si

– ¿Y qué esperabas que te dijera? No, no te cases con una persona que veo que te gusta porque yo, al que tratas como si fuera de la familia, no quiero. No tiene sentido le hubieras dicho: me voy a casar solo si me rechazas porque te amo, no se algo de eso.

-No podría hacer eso

-Bueno, ahora ya no vas a poder hacerlo. Quizá si hoy fuera tu marido en lugar de Julio no hubiera hecho ese viaje, y estaría aquí, pero eso es lo de menos, en una te digo eso y todos tenemos una hora, serias viudas, pero, hubieras vivido muchos años con él. ¿Sabías que él se fue a vivir con su ex y se separó y tenía una relación y otra que no funcionaban porque estabas en su cabeza todo el tiempo Elena? Sin embargo, lo tuyo con Julio está bien hasta ahora.

. Nunca estuvo bien-Exclama ella cabizbaja

-Se lo hubieras dicho a Luciano.

-hubiera, demasiados hubiera hoy, pero la verdad es que el hubiera no existe hermano- Se tapa la boca con ambas manos, solloza y Fabio la abraza en silencio.

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